Las colonias
¿Es verdad que en Europa tiráis agua potable al wáter?
O riso e a faca, de Pedro Pinho
Sergio conduce a Bissau desde Portugal. Va a trabajar en una ONG y considera que lo mejor es entender la distancia, la diferencia, conociéndola de primera mano, recorriéndola. Llega a la capital, no sin incidentes, dónde su objetivo es emitir un informe sobre la adecuación de una nueva carretera, ventajas e inconvenientes. Al poco de llegar topa con Diara y su grupo de amigos y la sensación de desplazamiento, de estar fuera de lugar, pasa a ser su inestable centro de gravedad.
Pedro Pinho, quien ya nos atrajo con La fábrica de nada (2017), desarrolla una gran obra sobre el neocolonialismo. Enfrenta Occidente y África, dos realidades más que dos miradas, evitando grandes titulares o conclusiones rotundas. Rodada, con muchos esfuerzos, en Bissau, desarrollada sobre la marcha, con la colaboración de los actores pero también según las circunstancias que marcaban el rodaje, O riso e a faca reflexiona sobre el papel que jugamos los europeos en la África actual.
Son los compañeros de la ONG quienes le plantean el dilema a Sergio. Su predecesor no terminó el proyecto, aparentemente desapareció sin dejar rastro, y por ello él ha llegado hasta allí. La carretera alternativa se desvió para salvar un refugio natural de una especie de hipopótamos. El proyecto a evaluar ahora va a atravesar unos arrozales cultivados ancestralmente que, por las modificaciones de la construcción, pueden acabar desapareciendo. La respuesta parece clara y la insinúan los miembros de la ONG mientras inversores blancos presionan para que el proyecto arranque. Pero, irónicamente, nada es blanco o negro.
Sergio acaba alejándose de su misión hacia sus nuevos focos de atracción, homosexual y heterosexual. Su desubicación, geográfica, social, emocional, desencadena un desconcierto que bloquea sus decisiones. Solo será cuando visite una zona remota, donde los trabajadores europeos languidecen amargados por la distancia con sus familias, que él sentirá mirarse en el espejo y verá la necesidad de observar la situación real sobre el terreno, en la zona más alejada que la carretera ha de alcanzar.
Pedro Pinho ha elaborado una obra muy compleja, no tanto por el desarrollo narrativo, como por la capacidad de incluir todo tipo de emociones y argumentos que puede sentir un viajero, un trabajador, en un entorno completamente alejado del suyo, a nivel geográfico y también cultural o social. La rabia de los obreros franceses o alemanes, los amagos de racismo y violencia, le resultan desagradables pero, tras unos días en el desierto, bajo el sol y en una zona remota y aislada, devienen comprensibles, tal vez, incluso, necesarios. A la inversa, las actividades de Diara y su grupo pueden parecer arbitrarias, ilegales incluso, pero acaban resultando racionales en el contexto en que se mueve todo. Los códigos morales y la legalidad son otros y a cualquier extranjero le cuesta entenderlos. Pinho retrata pues la incertidumbre, la del individuo, pero también la que Europa debería tener frente a las necesidades de otros países lejanos. El momento más claro está en la visita de una ONG nórdica a un poblado dónde se han instalado tres letrinas. Los blancos, rubios y rosados, están exultantes, mientras que los nativos sonríen ante su felicidad. Pero no da la impresión de que las letrinas, en medio de los arbustos, vayan a ser muy útiles. Durante la celebración, haciendo referencia a los aseos, Sergio es interrogado por una mujer: ¿es cierto que se tira agua potable al wáter en Europa? Inconcebible… pero aquí nosotros ni nos lo planteamos. Es esa gran distancia entre conceptos, que para unos son lógicos y aberrantes para los otros, es lo que Pinho desarrolla sin ningún tipo de subrayados en O riso e a Faca. Es una mirada de interrogación hacia nosotros mismos, en cuanto occidentales. Tratamos de ponernos en el lugar del otro. Pero es preciso, además de la empatía y la solidaridad, un conocimiento del terreno para preguntarnos si el desarrollo de la colaboración es adecuado, es útil o puede incluso ser ineficiente y contraproducente.
O riso e a faca, con sus idas y venidas, con sus contradicciones, y con toda su proximidad gracias a una cámara y un montaje que transmiten la vida en Bissau, sin adornos, sin comentarios añadidos, es un retrato imprescindible para meditar sobre la huella que Europa dejó sobre sus colonias y los esfuerzos, en ocasiones, vanos por borrarla.
Magalhaes, de Lav Diaz
Echando la mirada cuatro siglos atrás, Lav Diaz mira otro punto de colonización portuguesa, concretamente la vía del Pacífico y la invasión de islas filipinas. Magalhaes parece formar parte de un proyecto más amplio en el que se analiza la colonización de Filipinas. Coproducida por Underground films, la productora de Albert Serra, daba la sensación de que podíamos encontrarnos con una obra insólita, pero la colaboración de los autores no da el fruto esperado.
La cinta arranca con un momento de retirada de las tropas portuguesas, tras una emboscada y se continuará precisamente de una situación opuesta, con un triunfo tras otra masacre, sin precisarse claramente si estamos en una continuidad o se trata de un flashback. Díaz deja claro que la conquista es una sucesión de matanzas y que hay numerosos intereses venales por poseer territorios clave, zonas no sólo de obtención de riquezas, sino puntos de aprovisionamiento seguros para las flotas comerciales, en competición con los holandeses durante el siglo XVI. Envueltos en los conflictos, los nativos están desconcertados ante la agresión recibida. Si bien una secuencia inicial, con la llegada de los barcos occidentales, se les describe como un pueblo amigo, creyendo que los portugueses son enviados de los dioses, no tardarán en sorprenderse al ver que el Dios anunciado por los invasores, en lugar de dominar el trueno y la lluvia, se presentaba como un derrotado que sufría una muerte masoquista en la cruz. A partir de ahí, los nativos toman partido, a favor o en contra de los portugueses aunque, sea cual sea la lucha, siempre tienen las de perder. Lav Diaz no sólo presenta sus cuerpos inertes sino también a personajes derrotados, encerrados en jaulas y humillados por una serie de brutos armados que se han aprovechado de ellos y los desechan en cuanto dejan de ser necesarios.
Lav Diaz es fiel a su filmografía y narra la historia de la colonización con las idas y venidas de Magallanes entre Portugal y las nuevas colonias, evidenciando la codicia del Rey Don Manuel y de sus allegados, a los que retrata como a borrachos incompetentes que sacrifican a sus hombres para un futuro propio. Lo representa de modo impecable con el discurso del señor de Albuquerque, tan hinchado de orgullo como insensible a las muertes que ha costado el triunfo que alaba ante sus depauperados hombres, que concluye súbitamente con su caída de bruces, en plena borrachera.
Pero no ignora como la codicia real utilizó a todos. En un interludio en Lisboa, conversando con un compañero de la nobleza, Magallanes entiende que está siendo utilizado tal como lo puedan ser los cabecillas nativos y que su suerte no mejorará a pesar de sus éxitos. En otra de las grandes secuencias de la cinta, el director de The Woman Who Left pone en evidencia las duras condiciones de los viajes oceánicos, los conflictos a bordo y las duras penas propinadas por el propio Magallanes, descargando su ira contra los subordinados rebeldes.
Sin embargo, pese a una serie de secuencias notables y la excelente fotografía de Artur Tor (el responsable a la cámara de las obras de Serra), que recoge la sinuosidad de la costa indonesia, el espesor de la selva o los macabros resultados de las masacres. la cinta avanza de un modo un tanto confuso. No esperábamos por supuesto una obra ágil, a cuatro manos, de Díaz y Serra. Sin embargo, en sus estilos respectivos, con la acumulación de sucesos y personajes con los que suele trabajar el primero, con el trabajo en la dilatación (y difusión) del tiempo en el caso del segundo, se suele conseguir una intensidad dramática y un grado de emoción que esta Magalhaes no alcanza. Hay un exceso de planos, sino repetidos, muy semejantes, y cierta disolución argumental que no beneficia el conjunto de la cinta. Habrá que estar a la espera de un posible remontaje previo al estreno comercial que de mejores resultados.
A suerte de epílogo: The Mastermind (Kelly Reichardt, 2025)
Reichardt nos narra una historia que se desarrolla a finales de los setenta, en el noreste de Estados Unidos, con el neocolonialismo en Vietnam como telón de fondo. James, padre de familia, trata de mejorar su nivel de ingresos con el robo de unos cuadros del museo local. El plan es tan torpe que la cinta recuerda en su primera mitad una película de los Coen. Sin embargo, la deriva del protagonista, fugitivo de la justicia y de su propia familia, deviene una ruta sin rumbo que retrotrae a las de Wendy y Lucy o First Cow. En su itinerario, la presencia de Vietnam, de esa guerra desarrollada para mantener unas colonias anticomunistas, de las levas forzadas y del exilio en Canadá, será una constante que él pretende ignorar como algo completamente ajeno a su vida y su persona hasta que se cruza, irónicamente, en su camino.
The Mastermind es otro de los relatos breves de Reichardt, esas pequeñas historias que contienen grandes verdades. Sin embargo, a James le falta mucha entidad como personaje para que, en momento alguno, simpaticemos con él o nos emocionemos con sus tribulaciones.


