Destino final

Destino final: Lazos de sangre, de Adam Stein, Zach Lipovsky

Las mil maneras más estúpidas de morir

Hay remakes, reboots, franquicias, sagas y series. Todas ellas tienen un público especifico (que puede permanecer atento a las nuevas propuestas o ir desertando por el camino) y unos gustos específicos. En este sentido, no hay ninguna duda de que los seguidores de la serie Destino final tienen un gusto tan definido como peculiar y los productores de la misma han ido desarrollando, un episodio tras otro, la misma fórmula. Para quien no haya visto ninguna de las diversas propuestas (corran a hacerlo, es toda una experiencia), aclarar que se puede ver cualquier de las propuestas de modo independiente, aunque haya alguna referencia argumental en varias de ellas a las anteriores y unos guiños visuales a las previas en las tres últimas.

La estructura de cada propuesta es idéntica. Un grupo de amigos, adolescentes en la primera propuesta, más maduritos en las sucesivas, están a punto de realizar una actividad relativamente cotidiana. Uno de ellos tiene una visión que le avisa de un accidente catastrófico y convence a su entorno inmediato de alejarse del punto del posible suceso. Accidente que, no hace falta decirlo, es inevitable y del que se salvan por pelos. A partir de ahí, el destino, la muerte, reitera que todo está atado y les persigue para conseguir que cada uno de los supervivientes, prácticamente sin excepción, acaben bajo tierra (siempre que quede algo por sepultar, por supuesto).

Dejar claro que Destino final, pese a lo que podía parecer, no es una saga de terror sino una suerte de comedia de humor muy negro, más próxima a programas televisivos como Maneras estúpidas de morir o a Jackass, antes que a Scream o sagas semejantes. Si la primera propuesta se esforzaba por aterrorizar al espectador y a los supervivientes de un accidente de avión, que eran diezmados por la parca sin piedad, se adivinaba ya en la segunda que no había interés alguno por desarrollar una trama o un mínimo acercamiento a los personajes. Las cinco propuestas siguientes, incluida la última entrega ahora estrenada, se han orientado a mostrar las muertes más rebuscadas (aplastados, decapitados por una rueda o por un ascensor, acribillados con una pistola de clavos, abrasados, perforados o empalados…). En un goce de la muerte absurda, cada episodio de la serie se ha esforzado en desafiar al espectador. Se facilitan los ingredientes y se le plantea el quiz: ¿adivinará el espectador el modo en que va a morir la siguiente víctima? Las cintas no son memorables en sí mismas, no se plantean grandes retos cinematográficos más allá de un excelente montaje en las secuencias de los accidentes (especialmente destacables los accidentes automovilísticos de un par de propuestas y la elaborada catástrofe de la última obra) y los actores son, por decirlo de modo moderado, neutros. Sin embargo, Destino final se disfruta como un juego perverso en el que acabamos identificando cientos de maneras de morir en nuestro entorno más cotidiano: un enchufe puede cortocircuitar, un desagüe puede bloquearnos de meter la mano en él, una tostadora puede propulsar la loncha de pan contra un objeto que caiga en el lugar equivocado… Cualquier objeto, cualquier máquina es un arma mortal. Desde el muelle de una máquina de vending al cable de colgar ropa o a un aparato de resonancia magnética. Si la muerte se empeña en ello, nadie tiene escapatoria.

Desde el primer Destino final (Final Destination, James Wong, 2000) hubo cuatro ediciones sucesivas con intervalos relativamente cortos (2003, 2006, 2009, 20011). No hay excesivas diferencias en la nueva versión de las anteriores. Ciertamente, luce una de las mejores catástrofes de la franquicia, así como un diseño de producción más elaborado. Su estructura se sofistica un tanto respecto a las previas, involucrando varias generaciones familiares, pero la evolución es la misma. Hay que destacar, no obstante, la orientación claramente juguetona de guion y dirección. En la escena de la barbacoa lucen hasta seis posibles artefactos mortales: el fuego, la botella fuera de lugar, el rastrillo bajo el trampolín, el cristal mezclado con el hielo de la bebida, la manguera o el cortacésped. Los diversos planos de la secuencia irán sugiriendo diferentes opciones mortales y será el espectador el que pueda apostar por una u otra. Sin embargo, el destino final de uno de los personajes acaba siendo insólito y retorcido, en un alarde de humor negro y gore. Creo que en Scary movie (otra franquicia que prevé su sexta entrega para el próximo año) la burla alcanzaba también a Destino Final pero el humor de cada una de las propuestas originales supera a aquellas spoof movies.

Por supuesto, Destino final puede tener otra aplicación. Es la mejor herramienta que un equipo de salud laboral puede utilizar para identificar puntos de riesgo: ventiladores que balancean, cables que hacen contacto, edificios mal construidos, camiones con carga inestable de troncos (un favorito de la franquicia), botellas de productos inflamables en situación inestable, tornillos y otros objetos sueltos en gimnasios… Sí, decididamente, Destino final otorga una mirada muy divertida al mundo de la prevención de accidentes.