A simple vista, La trama fenicia puede ser la película definitiva de Wes Anderson. Todos los elementos estilísticos y temáticos que tanto interesan al cineasta son evidentes en este largometraje. Sin embargo, toda esta brillantez conceptual no logra cristalizar en un producto auténtico. Parece que Anderson haya utilizado todos los ingredientes de su libro de recetas salvo la conexión emocional entre espectador y personaje, y es ahí donde la película se resiente.
La película sigue a la relación paternofilial entre un magnate que pretende desarrollar el proyecto de su vida (Benicio del Toro) y su hija, una novicia a quien ha dejado toda su herencia (Mia Threapleton). La relación entre los protagonistas termina siendo más de mentor-alumna que de padre-hija, parecida a la de los personajes de El gran hotel Budapest (2014). Las interpretaciones cada vez más hieráticas en la filmografía de Anderson distancian a los personajes hasta el punto en que cuesta conectar con los vínculos afectivos. En este sentido, eran mucho más familia los personajes de Los Tenenbaum: Una familia de genios (2001), pues el director aún daba pie a mostrar las vulnerabilidades e inseguridades de los personajes a través de las interpretaciones, en lugar de dejarlo todo en manos del texto.
Los rasgos estéticos de Wes Anderson sí que están a la altura (siempre lo están). De hecho, parece que la obsesión reciente del director está en ver cuán lejos puede llevar todos estos elementos de puesta en escena, primando incluso por delante de la narrativa. Los encuadres simétricos, la importancia del color en las imágenes, las panorámicas y travellings laterales y una retahíla infinita de superestrellas de Hollywood. De este modo, todo aquel que disfrute de la propuesta estética y tonal del director de Houston se encontrará gozando de los 100 minutos de metraje, independientemente de su valoración de los aspectos narrativos.
Toda la narración funciona a modo de viñetas. A Anderson cada vez le interesa menos desarrollar personajes redondos y tramas complejos. Hay que tener en cuenta que sus dos películas anteriores, La crónica francesa (2021) y Asteroid City (2024), eran obras totalmente corales, sin un protagonista evidente. En estos precedentes le era más fácil fragmentar la historia partiendo de historias independientes o distintos puntos de vista; en La trama fenicia, sin embargo, depende totalmente de los protagonistas y se ve obligado a construir desde la fragmentación de la historia y la repetición estructural de secuencias.
Las dos últimas películas de Wes Anderson ya eran ejercicios formales por encima de relatos dramáticos, pero tanto La crónica francesa como Asteroid City contaban con elementos que las hacían únicas en la filmografía del director. La crónica francesa es, probablemente, la película más ambiciosa de Anderson a nivel de diseño de producción y construcción de decorados, y el formato antológico le permitía experimentar más con distintas propuestas visuales en cada una. Asteroid City, por otro lado, conseguía todo su impacto emocional con una trama metacinematográfica que se convertía en el clímax dramático de la misma. La crónica francesa encarna todo lo que se supone que es el cine de Wes Anderson, pero, por primera vez, parece que no tiene mucho más que decir.
La trama fenicia así pues es una obra que condensa a la perfección las mayores virtudes y los peores defectos del estilo de Wes Anderson. Aquellos que no comulguen con su estilo encontrarán motivos de sobra para cuestionarla y los abonados al cine de Wes Anderson hallarán disfrute con facilidad. En cualquier caso, nunca hay que dar por hecho el convivir con un cineasta tan fiel a sus ideas y tan entregado a la puesta en escena. Puede ser que con esta película varios cinéfilos se bajen del barco de Wes Anderson, pero lo que resulta cada día más evidente es que el último hombre en pie va a ser el propio cineasta, que no parece dispuesto en absoluto a abandonar su manual cinéfilo.



