The Last Showgirl

The Last Showgirl, de Gia Coppola

Tras debutar con su retrato de la problemática adolescente en Palo Alto (2013) y continuar con una sátira sobre la cultura de los youtubers en Mainstream (2020), Gia, la benjamina de la estirpe de cineastas Coppola, reivindica en su tercer filme, The Last Showgirl, la figura de la actriz Pamela Anderson, deconstruyendo a través de la ficción el mito de la icónica vigilante, protagonista de la serie Los vigilantes de la playa (Baywatch, 1989), que arrasaría en la televisión en la década de los 90. 

Con varios puntos en común con La sustancia (The Substance, Coralie Fargeat, 2024), la película narra la historia de Shelly (Pamela Anderson), una bailarina con más de treinta años de carrera a sus espaldas que se prepara para representar las últimas funciones del show que la convirtió en una leyenda de Las Vegas y que ahora sucumbe a los nuevos tiempos. Sus compañeras y en especial su amiga Annette (Jamie Lee Curtis), que trabaja como camarera y animadora en un casino, le brindaran su apoyo en este momento tan difícil donde deberá replantearse su futuro. Al igual que en la película de Fargeat, la protagonista es una mujer que, una vez traspasada la barrera de los 50, ve como sus oportunidades para trabajar ante el público tal como lo había hecho hasta ese momento, se diluyen. No importa que en el pasado se las considerase unas estrellas. Ha llegado el momento en el que el comentario de un agente, de un director de casting, del público o, en definitiva, de la propia sociedad, les hará ver que su carrera tenía fecha de caducidad y que ahora necesitan un reemplazo. En el caso de Coppola, como refleja el propio título de la película, la directora incide no sólo el fin de una etapa para la protagonista, sino también el fin de una época, de una manera de entender el mundo del espectáculo que ha quedado obsoleta y ya no tiene razón de ser. 

A través de una puesta en escena con pocas localizaciones, Coppola se recrea en el paisaje diurno de Las Vegas, algo que el cine no suele mostrar. Aquí los característicos neones están apagados, hay obras en las calles y los aviones cruzan el cielo, como en cualquier otra ciudad. La directora es consciente del atractivo que generan esas imágenes y acaba por redundar en escenas oníricas de transición que sirven como contrapunto a las escenas de interior donde se desarrolla la trama pero que resultan algo vacías y desconectadas del resto, siendo evidente la búsqueda del impacto estético-sensorial en el espectador. Abordando temáticas como la maternidad, el edadismo o la amistad, la película es sobre todo una reivindicación de la dignidad personal y de la valentía para perseguir los propios sueños, incluso cuando el mundo insiste en dictar un camino distinto. Coppola construye una historia obvia pero correcta y amable, que no consigue exprimir todo el jugo a los diálogos pero que sale a flote gracias al tándem protagonista Anderson-Lee Curtis, dos viejas glorias reunidas en la gran pantalla cuya presencia da sentido a todo lo demás. La escena en la que Jamie Lee Curtis baila sobre una tarima del casino la canción Total Eclipse of the Heart, de Bonnie Tyler, ante la indiferencia de todo aquel que pasa por allí, resulta una metáfora tan desmesurada como visualmente cautivadora sobre la invisibilidad de la mujer madura, siendo uno de los grandes momentos del filme.

Durante su etapa de mayor éxito profesional en los años 90, Pamela Anderson sería a su vez carne de cañón de la prensa amarilla debido a los excesos que rodearon a su relación con el rockero Tomy Lee en lo que supuso un matrimonio tan efímero como turbulento y que fue adaptado en la miniserie Pam & Tommy (Robert D. Siegel, 2022). Juntos protagonizaron sonados escándalos como la filtración en 1995 de un video íntimo de carácter sexual que les haría virales cuando el término “viral” todavía no se había popularizado para referirse a los contenidos compartidos masivamente por internet. La polémica que planeaba sobre su vida personal no ayudó a que la imagen de la actriz trascendiera mucho más allá del rol de rubia explosiva, algo que siguió siendo explotado en producciones mediocres como Barb Wire (David Hogan, 1995) junto a otros papeles poco destacables, especialmente como secundaria, a lo largo de toda su carrera. En los últimos años la actriz ha querido desmarcarse claramente de esa imagen de superficialidad que caracteriza a sus inicios en la interpretación, siendo ahora una de las abanderadas del movimiento #nomakeup que aboga por la belleza natural, además de demostrar que también tiene otras inquietudes. Con The Last Showgirl, Coppola sitúa a la norteamericana de nuevo bajo el foco y le brinda la oportunidad de redimirse, construyendo un ejercicio metacinematográfico hecho a su medida.