28 años después

28 años después, de Danny Boyle

Boyle desatado

Hace casi 23 años (y no 28), el sexto largometraje de Danny Boyle planteaba los insertos de imágenes de manifestaciones, altercados y violencia en general que aparecían al inicio de 28 días después (28 Days Later, Danny Boyle, 2002) como una semilla del virus de la rabia, originado en monos obligados a presenciar toda esa violencia al más puro estilo de La naranja mecánica (A Clockwork Orange, Stanley Kubrick, 1971), y luego transmitido en un acto de agresión a los humanos al contagiar a un grupo de activistas. El guion de Alex Garland aportaba una peculiar perspectiva a la película que renovaría la figura del zombi, no solo temáticamente, sino que los hasta entonces torpes y lentos cadáveres devora cerebros ahora eran personas iracundas que corren a toda velocidad en busca de alguien sobre quien descargar su odio. Aquellos hipnóticos planos en los que Cillian Murphy recorría solitario una desértica Londres dio comienzo a una saga que tuvo una secuela en 2007 con 28 semanas después (28 Weeks Later, Juan Carlos Fresnadillo) y, siguiendo con el juego de palabras, ahora Danny Boyle la recupera haciendo una trilogía con 28 años después, si bien la cosa no acaba aquí. Ya hay otra entrega más, la cual ha sido rodada en paralelo a la tercera y cuyo estreno se espera para el 2026.

Como en la primera, Alex Garland vuelve a formar parte del guion de la película, en esta ocasión en conjunto con el propio Danny Boyle. Como indica el título, esta nueva historia se sitúa 28 años después de que el virus comenzara a extenderse entre los humanos, asentando el argumento en una Gran Bretaña aislada del mundo y acostumbrada a sobrevivir en esta situación. Centrando el protagonismo en Spike (Alfie Williams), un niño que reside en un pequeño asentamiento refugiado de los peligros del mundo exterior, 28 años después nos expone su universo a través de la mirada de quien se asoma por primera vez fuera de las murallas que le protegen. Como el espectador, Spike no sabe lo que se va a encontrar salvo por aquello que le hayan contado sus mayores. Primero Spike aprende de Jamie (Aaron Taylor-Johnson), cuya respuesta a los infectados, irónicamente (o no), se regocija en la violencia hacia estos. En sus primeros pasos fuera de las murallas, mientras Jamie le hace un repaso a Spike de lo que debe saber, la escena se resuelve en un agresivo montaje intercalado de intrusivas imágenes llenas de violencia militar (incluyendo planos del tiroteo de los francotiradores de la segunda película), acompañado de la ascendente locura musical de Boots, de Young Fathers, responsables de la música de la película. Sin embargo, es cuando Spike se aventura por su cuenta que el descubrimiento y la exploración fuera del adoctrinamiento de su aldea le ofrecen nuevas perspectivas. Es aquí donde aparece un sorprendente contraste entre la comunión en el odio que celebra el exterminio de infectados de la aldea de Spike con la forma de vida del Dr. Kelson (Ralph Fiennes), aislado en su peculiar muestra de respeto por la muerte sin importar que el fallecido sea o no un infectado. Una filosofía alejada de la violencia, muy distinta a lo que Spike conoce, que viene acompañada formalmente de un ritmo más calmado y solemne al resto de la película.

Un aspecto a destacar de 28 años después es el hecho de que gran parte del metraje está grabado con iPhones, una decisión que le permite a Boyle volver de algún modo a la irregularidad visual de la primera película, si bien aquella imperfección no ensombrecía la personalidad del autor cuya impronta queda marcada en sus películas ya desde sus inicios en 1994. La fealdad digital que surge ocasionalmente, especialmente en escenas poco iluminadas, remite a aquellas imágenes granuladas y de baja resolución de la cinta de 2002, aunque en este caso sea algo puntual y no la estética general de la película. La versatilidad de los iPhones da pie al juguetón estilo de Boyle, experimentando con recursos intrusivos que evidencian la ficción en pantalla, como congelar la imagen y rotarla en una consecución de planos, zooms que se acercan y alejan sin disimulo, y giros e inclinaciones de cámara que incrementan la desorientación en los momentos más caóticos. Formalmente, 28 años después trae de vuelta aquel Boyle que explotaba los recursos a su alcance para encontrar una voz propia.

Es agradable encontrarse con un Danny Boyle tan desatado. La flexibilidad creativa, tanto en el lenguaje cinematográfico como en el modo de rodar, se encuentra muy presente en 28 años después. La estilizada voz formal junto con la perspectiva de un autor como Alex Garland da como resultado una película que, sin ser tan rompedora como la primera, destaca en el género por su personalidad.