The Smashing Machine, de Benny Safdie
Los hermanos Safdie prueban a aventurarse por separado, dirigiendo en paralelo cada uno su propia película. Mientras se espera el estreno de la Marty Supreme de Josh Safdie, Benny Safdie presenta en Venecia The Smashing Machine, una película sobre el luchador de la UFC Mark Kerr, que se ganó el sobrenombre que sirve de título para el filme. La sensación que da la película durante el visionado es cuanto menos curiosa, tratándose de una experiencia anticlimática sin pretensiones narrativas de grandeza. Los biopics suelen contar historias de ambición, de superación y, en general, ofrecen retratos extraordinarios de sus protagonistas. Sin embargo, la personalidad de The Smashing Machine radica en el intencionado contraste con los tópicos del género, concretamente de aquellas películas centradas en luchadores. Safdie siembra el metraje de expectativas para a continuación no ceder a ninguna convención argumental, rompiendo el esquema en favor de una visión más mundana. La vida de Mark Kerr no es la de un héroe o un villano, ni un mártir o un líder. Su talento no fue motivo de hitos inalcanzables por el resto de los mortales. Kerr es, principalmente, un tipo más que va a comprar al supermercado como cualquier otro. El actor Dwayne Johnson, ex luchador de wrestling conocido como The Rock, se humaniza para un papel vulnerable alejado de los estereotipos a los que se le asocia. La superestrella de la acción desaparece tras el maquillaje y la interpretación contenida de una persona sensible y vulnerable, alguien que, más allá de su condición de deportista de élite, está lejos de los excesos dramáticos y favorece lo cotidiano, explorando una visión de la masculinidad más terrenal y llena de matices. La violencia de los combates, su fortaleza física y el estoicismo se quiebran con facilidad en la representación de una persona que se siente sumamente real. Un buen ejemplo es cuando se queda solo, esperando a su pareja, fuera de una atracción para evitar marearse. La narración elíptica se centra en situaciones concretas que definen al personaje, explorando aquellos pequeños detalles que retratan a la persona que Kerr es fuera del ring y los elementos de esa vida que afectan directamente al luchador en combate. Por todas estas razones, la propuesta de Safdie es arriesgada y contundente, el resultado de intenciones claras e independientes que subyugan el género en lugar de someterse a sus códigos.
Father Mother Sister Brother, de Jim Jarmusch
La familia no se escoge pero, inevitablemente, los miembros pertenecientes a una forman parte, a su manera, de las relaciones sociales de una persona. La antología de tres historias de Jarmusch, Father Mother Sister Brother, explora este tema con gran sensibilidad y, también, sentido del humor. Con una película mínima, cada una de las historias apenas es más que un diálogo entre los personajes que la protagonizan, siendo en las tres historias una reunión familiar entre figuras paternales y sus hijos, siendo la tercera una revisión que rompe los esquemas. Aunque cada fragmento es independiente del resto, siguen un patrón parecido en el que la repetición funciona a favor de la comedia, pero también como cimiento para el contraste de las diferencias. El conjunto da forma al fondo, y la retrospección que se adquiere con cada capítulo, especialmente el tercero, que resulta más melancólico que el resto, transforma y moldea la perspectiva del discurso del largometraje. Tratándose principalmente de una película de diálogos, el guion está cargado de detalles que definen claramente la personalidad de los personajes y la relación entre ellos, creando un retrato lleno de empatía y de las incomodidades de los reencuentros entre padres e hijos y los pequeños malentendidos que no se externalizan de forma directa, pero están presentes en cada gesto o comentario indirecto con segundas. Sencilla pero efectiva, divertida y entrañable, Father Mother Sister Brother es una pequeña joya que ejemplifica con acierto las bondades de un autor como Jarmusch.
A House of Dynamite, de Kathryn Bigelow
En ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú (Dr. Strangelove, or How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb, Stanley Kubrick, 1964), se lanzaba por error un ataque a Rusia, iniciando de este modo una cuenta atrás al fin del mundo que tendría lugar a causa de la espiral desencadenada de ataques nucleares como represalias. El miedo a una guerra nuclear de aquella época nunca ha desaparecido del todo, y ahora que está volviendo a cobrar fuerza, Kathryn Bigelow lo recupera en su propuesta para Venecia, A House of Dynamite, que plantea una situación similar a la comedia de Kubrick, pero desde el punto de vista del atacado y sin la más mínima pizca de comedia. En el filme, cuando se detecta un ataque nuclear a Estados Unidos, se desencadenan una serie de protocolos para los que, por mucho que se hayan ensayado como mecanismos de defensa, nadie está preparado. De repente, todas las decisiones cobran una importancia de enorme magnitud y la paranoia se convierte en el alimento de dilemas con catastróficas consecuencias. La incredulidad de un ataque inesperado intensifica el miedo en una búsqueda por prevenir potenciales conflictos por medio de la destrucción y la muestra de poder, pero la realidad que presenta Bigelow es una que no tiene solución alguna. El apocalíptico eslogan de la película reza “Not if. When.” en un presagio de la inevitabilidad de que suceda algo como la situación que plantea el argumento. Y la metáfora del título, la casa llena de dinamita, alude a la irónica contradicción de una solución que implica magnificar el problema, una preocupación similar a la que se exponía en Oppenheimer (Christopher Nolan, 2023). El armamento nuclear existe, en principio, para mantener un equilibrio que evite su uso, pero solo hace falta una chispa para colarlo todo. La película de Bigelow no explica una historia, solo expone un problema. Como en la reciente Septiembre 5 (September 5, Tim Fehlbaum, 2025), el vertiginoso thriller de Bigelow sucede a través de pantallas y llamadas, desde la perspectiva de aquellos que se encargan de monitorear los posibles ataques y que toman las decisiones, creando un retrato bélico sin armas ni combates. La narrativa de A House of Dynamite no busca tanto un argumento clásico que finalice en el desenlace, sino que plantea una situación irresoluble, apostando por la ambigüedad de un final que no se concluye más allá de la certeza del desastre. De hecho, el argumento en sí es muy corto, pero Bigelow llega al largometraje repitiendo la misma historia tres veces, mostrando diferentes perspectivas del mismo acontecimiento. Los diferentes puntos de vista aumentan la sensación de caos de una situación en la que cada minuto cuenta y los problemas de comunicación solo aumentan la desinformación y tensión, pero la sensación de repetición es inevitable cuando las historias no tienen mucho que contar por sí solas. A House of Dynamite explora el inicio de una guerra nuclear con un thriller que no da respiro alguno, dejando que las preguntas que plantea permanezcan abiertas tras el visionado, ofreciendo una única e inquietante respuesta que se reafirma en la negatividad catastrófica del armamento nuclear.


