A través de ese icónico fade in de Luna de Miel en la Mano del grupo argentino Virus, Vieja loca (2025) se abre camino hacia un porvenir ligeramente incierto. Sin grandes alardes, el debut en la dirección de Martín Mauregui —guionista de títulos como Carancho (2010) o Así habló el cambista (2019)— se presenta como una exploración sobre la demencia y las heridas del pasado, con un empaque de terror senil que se sustenta esencialmente por la química actoral entre Carmen Maura (Alicia) y Daniel Hendler (Pedro). Sin embargo, el peso de un pronunciado maniqueísmo formal parece mermar el potencial expresivo de su despliegue, estableciendo un cierto desequilibrio entre el discurso y lo que es mostrado.
No exenta de ideas, sus fijaciones y referentes —asentados por el gótico-fan de la marca J. A. Bayona, quien produce la película— elevan el film hacia cuotas estimables y sugerentes; empezando por esa fantástica localización, que parece evocar un cierto misticismo alrededor del mal, traduciendo el caos solitario del personaje de Alicia sobre el espacio. Además, cabe destacar el tono que empapa todo mediante una lluvia incesante, que dota de presencia a la misma noche donde sucede la mayor parte de la acción. No es nada especialmente inventivo, pero el acento sobre estos tropos denotan la pasión sobre la cual se cimienta el relato; uno que está plenamente ligado al género y permanece abierto —por lo menos, durante su primera mitad— a su incertidumbre y consiguiente revelación.
En su prematura ambigüedad, la película respira a través de un halo de misterio, pero cuando empieza a mostrar sus cartas, el desarrollo resulta ligeramente plano. En un macabro juego de preguntas y respuestas, ambos protagonistas justifican el por qué de su interacción, consumiendo gran parte del metraje en un intercambio de diálogos que ponen en duda la cordura y la verdad. El problema reside en el punto de vista que emplea, donde no parece hacer distinciones entre uno y otro y suspende toda emoción presente en pos de seguir narrando el pasado. Este cobra especial fuerza solo cuando muestra una ensoñación, donde justifica su arrebato (plenamente terrorífico) y logra crear la imagen más impactante hasta el momento. Seguidamente, todo aterriza de nuevo, y por desinterés o por no salirse de la raya, decide no volver a contemplar ese lado más retorcido. En su concepción total, podría tratarse de un thriller claustrofóbico, pero estas derivas parecen advertir de ciertas líneas que claramente viran hacia el terror y el fantástico.
«Eres un agujero negro»; así es apelada Alicia por su hija (Agustina Liendo) en numerosas ocasiones, haciendo alusión a la enfermedad que esta padece. Esta lectura alrededor del descontrol que guía su forma de actuar resuena con otros trabajos parecidos, donde podríamos localizar títulos como La visita (2014) de M. Night Shyamalan o La abuela (2021) de Paco Plaza. Sin establecer comparaciones, entendiendo que cada una sirve a propósitos distintos, la propuesta de Mauregui no consigue sobresalir a un formalismo hierático ni llega a contagiar el pesar latente al que se entrega Carmen Maura, quien, a pesar de todo, invita a los espectadores a compartir su locura.
Vieja loca funciona como un divertimento ligero a través del toma y daca entre sus dos intérpretes principales, pero en su concepción general también parece aspirar hacia una emoción más honda que, desgraciadamente, no llega a calar.

