El retorno del Jedi
Me encanta sentir que un profesional pone su alma en un proyecto. Y disfruto más con una película cuando siento que el equipo que la realizó disfrutó haciéndola. Aunque la película no sea redonda, aunque cojee o le pueda soltar unos cuantos peros, el valor añadido que transmite la alegría del rodaje significa para mí un plus importante.
Podíamos tomar a Los hombres que miraban fijamente las cabras como una parodia de El mensajero del miedo (The manchurian candidate, John Frankenhemier, 1962) o de Hellboy (Hellboy, Guillermo del Toro, 2004, cinta que ya contiene algunos elementos paródicos) en cuanto plantea el recurso de lo paranormal, lo oculto, con la intención de desarrollarlo con fines militares. Podemos (debemos, tal vez) tomarla como una burla del militarismo desaforado de Reagan, Bush y su pandilla (se les cita a ambos) y sus intentos por captar las más diversas opciones culturales y políticas para sus objetivos. Algo hay de todo ello. El gran mérito (y a la par la debilidad) de la cinta es, sin embargo, no tomarse a sí misma demasiado en serio y elaborar un divertimento. Un entretenimiento ágil e ingenioso que combina el desembarco en Irak de un padawan herido por el amor con la historia de un personaje estrafalario, miembro de una antigua unidad secreta del ejército. Mientras el primero pretende triunfar como corresponsal de guerra para recuperar su amada, el segundo trata de llevar a cabo una misión secreta que él mismo se ha encargado. En el contraste entre un asustadizo Ewan McGregor (ex Obi Wan Kenobi, lo que da pie a diversos bromas internas) y el alucinado George Clooney, que parodia su interpretación del agente Bob Barnes (Syriana, Stephen Gaghan, 2005) está lo mejor de la cinta. Lyn Cassady (Clooney) irà sucesivamente presentando armas exóticas: la mirada disuasiva, el grito primario o el depredador, una suerte de abrebotellas con el que remata a un McGregor que progresivamente padece más y más golpes. Simultáneamente se ven embarcados en una colisión en medio del desierto, un rescate que deviene secuestro, un atropello a un iraquí al que tratan de ayudar y un supuesto tiroteo entre facciones religiosas, en realidad mercenarios yanquis. A la par, Cassady cuenta la historia de la Unidad Jedi, un intento improbable (¿realmente basado en hechos reales?) de trasladar la filosofía hippy al ejército USA con el liderazgo de un auténtico Gran Lebowski (Jeff «Dude» Bridges). Una unidad que se concentró en matar cabras con solo mirarlas, efectuar saltos de gran distancia, leer el pensamiento… y que fue disuelta por el excesivo consumo de drogas.
Desafortunadamente Heslov y sus compinches moderan su tono, se reblandecen, en el comentario de la actualidad. No se atreven a seguir el camino sarcástico e incomodo del reciente In the loop (Peter Capaldi, 2009). Aunque se deja clara la inseguridad y el sufrimiento de los iraquís, humillados y amenazados por las agencias privadas de seguridad (en una de las mejores escenas de la película se cuelan a punta de pistola para repostar y, a continuación, tirotearse y herir a los iraquíes al creerse amenazados en un episodio de confusión, posiblemente real y frecuente), la cinta no profundiza en esta línea y vuelve los pasos, de modo reiterativo y, finalmente, menos imaginativo, sobre los avatares de la Unidad Jedi.
Aun así, Los hombres que miraban fijamente a las cabras transmite la sensación de que la panda que llevó a cabo este proyecto se partió el pecho preparándola. Y, posiblemente, han conseguido no sólo mi condescendencia sino, también, el disfrute que proporciona una buena comedia.
Muy de acuerdo con el análisis. La película si bien constituye un intento fallido de presentar una parodia de las teorías de conspiración norteamericanas, realiza un encomiable esfuerzo y es evidente el entusiasmo de todo el equipo, incluyendo por supuestos a los actores, por sacar una película más que digna y con muchas ideas provocativas.