Soñar y creer
My body’s aching, but I can’t sleep
My dreams are all the company I keep
Got such a feling as the sun goes down
I’m coming home to my sweeet… Mother Love
Mother Love, Queen
Nos pasamos la vida creyendo que la muerte es el fin de todo, cuando quizá forma parte de las etapas del propio ciclo vital: nacimiento, infancia, adolescencia… muerte. «Vivir es ir muriendo cada día un poco», dice uno de los diáconos que oficia funerales día tras día en mi ciudad. En su sentencia sigue con algo así como que la muerte nos acerca a la Pascua eterna, a la Gloria del Señor… Que debemos creer en la resurrección… ¡Creer! Esa es la cuestión. Él tiene fe en la palabra de Jesús y eso le ayuda a lidiar con los interrogantes, otros, en cambio, creemos en la ciencia y en sus milagros, y tenemos fe en sus avances. Todo es cuestión de fe. La creencia ciega (ya sea en los conceptos religiosos como en los científicos, tanto da) expone la fuerza de nuestra mente para gobernar nuestro sino. Si existen las enfermedades físicas causadas por el pensamiento, ¿de qué no puede ser responsable nuestro cerebro?
Amy Hardie es directora de documentales científicos, una doctrina en la que se siente como pez en el agua y en la que se empapa de avanzados conceptos médicos, los cuales concilia con su vida como esposa y madre de tres hijos en una apartada casa situada en plena naturaleza. La misma noche en la que murió uno de sus caballos, Amy soñó con ello. La coincidencia no iría más allá sino fuese porque al poco fue su propia muerte la que vio en sueños: su expareja difunta le había comunicado que moriría antes de un año, y ella, ante tal revelación, decidió filmar ese período de tiempo.
Eso es The edge of dreaming, el descenso a la locura de creer y temer lo que no se sabe si realmente es. La duda que el sueño genera en Amy es la encargada de mover la maquinaria de la película: primero, en la Hardie directora que quiere filmar sin superstición un documental sobre la muerte y lo que significa para la sociedad familiar; luego, en la Hardie protagonista, que al serle detectado un problema de salud sin demasiadas respuestas sume sus convicciones científicas en el miedo y en la superstición de ver que su sueño se podría convertir en realidad. La mente de nuevo gobierna la vida a través de la creencia (nimia, pero existente) de que el mundo onírico huya podido vislumbrar un suceso a punto de suceder.
A partir de entonces, la película se impregna de un profundo sentimiento de nostalgia en el que la directora y protagonista desnuda sus sentimientos y expone las preocupaciones de quien cree que puede estar cerca de su muerte. El documental se torna en un confeso testigo de su persona, de su relación con sus hijos, una exploración de todo lo que conforma su personalidad y lo que sustenta su día a día; con ello, Hardie espera suplir su ausencia tras la muerte y dejar a sus hijos recuerdos filmados de quién era su madre. Lo que había empezado como un proyecto marcadamente personal pero con ínfulas científicas (con entrevistas a expertos en relación al tema de los sueños y la muerte) acaba siendo un desesperado grito de vida de quien no quiere morir (con visita a una chamán incluida).
Dejando de lado cierta morbosidad que pueda causar el tema y alguna concesión de look indie que tiene la película, The edge of dreaming convierte lo que podría ser una trama de ciencia ficción en una sensible reflexión sobre la muerte y la huella que una persona deja en su entorno tras su paso por este mundo. En esta tónica se encuentra el viaje que la directora hace a Estados Unidos para visitar a su hermana. Allí las dos reflexionan sobre la presencia de su madre en sus vidas, no solo a través de los recuerdos o de sus cenizas sino en ellas mismas, en su genética. Así, en uno de los momentos más tiernos de este proceso de normalización de la muerte, nos damos cuenta de que, sin importar la creencia de cada cual, todos dejamos algo de nosotros en los que nos rodean: las manos de nuestra madre, el color de ojos de nuestro padre, la emoción de aquel beso que nos robaron en el cine, el orgullo de sabernos nietos de poeta… Amy Hardie apuesta por dejar un documental en el que demuestra a su familia lo mucho que les quiere. Ahora nos toca al resto pensar en cómo queremos ser recordados, y por quiénes.