Dos cuerpos que se encuentran (en clave de prosa poética)
“¿no es esto amar lo que no se está seguro de poseer, aquello que no se posee aún, y desear conservar para el porvenir aquello que se posee al presente?”
“El banquete”, Platón.
Una mirada
Desde el frío de las aguas, abismo que lava las penas. Una voz murmurante. Manos temblorosas, siempre ocultas en los bolsillos del abrigo. Camina, agobiado, entre la gente. Hay un mundo en esos gestos vacilantes, en la manera de cerrar los ojos ante una broma sin gracia. Hipocondríaco. Supersticioso. Irresponsable. La intuición de una herencia indecisa de su madre, con la que mantiene una especial complicidad. El desapego que surge de su sobreprotección. La luz de una cerilla eclipsada por la luz de la ventana. Oyes retumbar el lacerante yugo familiar, bamboleándose por los pasillos. Una tensión constante, de miradas severas a través de los marcos.
Un gesto
El que acecha a otras presas, se aleja de aquello que le es dócil. Porque el encanto del deseo es siniestro y sexual. Una carrera perversa. La calzada de dudas que pavimentan rubias temerosas y morenas inseguras. Es el choque de lo fortuito y lo predestinado. Las despedidas se hacen en imágenes encadenadas. Y otra vez la fría noche, en un torpe acto de cortejo, un ridículo baile que habla de impotencia y saltos sin red. Un vano intento de impresionar que lleva a la exclusión, de vuelta al abrigo de la gélida luz de una farola.
Un polvo
Hay un hueco que surge de la distancia, de mirar al otro y de cuando lo miras. La vida de Leonard podría ser una encantadora torpeza romántica o un desgarrador relato sobre todos los balbuceos de la condición masculina. La diferencia entre el perdedor entrañable y el patético perdedor. En cualquier caso, perdedor indiscutible. Hay un abismo de soledad infranqueable en la figura del fotógrafo voyeur, donde no le espera una solícita Grace Kelly en traje de noche. Voces al teléfono que no evitan reflejos en la ventana. Un retrato frío y estético de la ciudad, falsamente próximo, como un anuncio. El momento de timidez donde reside su encanto y picardía. Un acto de amor o un calentón. Son cuerpos fracturados, tan solo protegidos por abrigos.
Una palabra
Una sombra camina en el umbral de la puerta; el rostro afligido antecede las malas noticias. Reprochamos a los que tienen colmada su vida, por no saber apreciarla. Y en ese escaparate de simetrías, nos toca dar un paso adelante y dejar de lamentarnos. Pero la valentía no tiene porqué garantizar recompensa. Desde el caparazón buscamos esa alternativa. Todos estamos desequilibrados, frágiles, esperando que la voz del otro ejerza su hechizo. Y esas son las saetas entre nuestras costillas, por donde se cuela el aire como en una casa en ruinas. Entonces se nos priva de toda seguridad y se nos abre la puerta de un infierno: ser incapaz de amar. Unos guantes van en parejas, o son inútiles; aunque resurjan de nuevo en el mar. «El placer más seguro es el menos placentero». Allí donde mejor termina un relato se abre una vida infeliz, de ojos suplicantes, que se consume en el fuego.
“Los demonios son muchos y de muchas clases, y el Amor es uno de ellos.”
(ídem)