De cuando las dudas lastran al buen villano
Por falta de autoestima, por envidia al ver que consigue lo que quiere (aunque sea por un breve intervalo de tiempo) o, simplemente, porque el descaro, irreverencia e ímpetu que destila es lo que querríamos para cada uno de nosotros, nuestra atracción y empatía por el buen villano supera con creces a la que podemos acabar sintiendo por el aburrido y siempre triunfador superhéroe. Es por esto que cuando los cimientos del héroe se tambalean, volvemos a fijarnos en él: El último gran ejemplo lo tenemos en la predecesora a esta Escuadrón suicida: en Batman vs. Superman: El amacecer de la justicia (Batman v Superman: Dawn of Justice, Zack Snyder, 2016). Como ya comentábamos entonces, una de las grandes bazas de DC es seguir llevando al terreno más intimista e identificable con nuestra vida real a sus protagonistas (a diferencia de la línea escogida por Marvel para sus franquicias cinematográficas), aun hablándonos de un ser de otro planeta. Christopher Nolan lo tuvo mucho más fácil para hablarnos de los tormentos del caballero oscuro, tratándose de un hombre sin poderes. Y, remontándonos a una época más naïve (pero más auténtica, según mi modesta opinión, y en cuanto a personajes Marvel se refiere), simpatizábamos también con la crisis involuntaria de Peter Parker en Spiderman 3 (íd., Sam Raimi, 2007). Porque cuando el héroe se convierte en más humano, desaparece la distancia entre la “deidad” y el “pecador” (de nuevo, véase el porqué nos es tan interesante la caída de Superman)… y vislumbramos nuestras realistas posibilidades de poder llegar a ser alguien que no somos.
Y es por esta misma razón por la que no nos hacía falta tanto hype con Escuadrón suicida para comprar, desde el minuto cero, la propuesta de su adaptación a la gran pantalla. La identificación con el buen villano, el que tiene principios, el que tiene sueños como los nuestros, es lo más parecido que encontramos en los cómics y films de superhéroes con la identificación de los lectores y espectadores hacia el héroe caído. Eso sí: el villano que nos atrae es necesario aparezca como antihéroe. No como terrorista, no como asesino sin escrúpulos, no como antagonista. Incluso con esa reflexión, y aunque no lo parezca, estamos incluyendo la figura del Joker. Ahora iremos… pero hablemos de Escuadrón suicida como película, antes.
La elección de David Ayer parecía un acierto y, de hecho, lo es. Sólo hay que ver cómo resuelve todo el último tercio de la película, el de la lucha contra Encantadora entre los edificios de la ciudad. La soltura del cineasta para rodar acción contenida es innegable, y el film, muy centrado en el desarrollo de esta batalla (en el que tienen que demostrar que ejército y escuadrón de criminales pueden ir de la mano), tiene es esta parte su mayor interés. Los problemas de Escuadrón suicida llegan por otros motivos…
En primer lugar, por el peso de unos protagonistas que, como escuadrón, debería permitir desarrollar su golosa profundidad. Por sus diferencias en cuanto a pasado, tipo de criminal, y motivaciones. Ayer está acostumbrado a exponer la vulnerabilidad de personajes como los del escuadrón, y era lo que esperábamos ver. Pero la primera sorpresa nos llega en las escenas introductorias: se nos presenta a Deadshot (un Will Smith que destaca por encima del resto de actores por la sobriedad otorgada a su personaje) y Harley Queen (una Margot Robbie tan divertida como le permite su personaje, y aun así nos quedamos con la duda de que podría haber dado mucho más de sí con una vertiente más histriónica compensada con la reflexiva que ya deja entrever). Aparece el (inspirador) título del film y se pasa a la mesa en la que Amanda Miller debe convencer a varios representantes del gobierno para crear el escuadrón y… se nos vuelven a presentar a los personajes. Esta vez, sí, a todos, pero repitiendo los iniciales. Estas presentaciones se alargan durante casi todo el primer tercio del film, dotando a alguno de ellos de mucha más información que a otros a los que prácticamente veremos aparecer unos pocos minutos (¿es necesaria la escena del Joker y Harley Queen en el bar, tras haber hablado ya de su relación con el psicópata? ¿Aporta algo que no sepamos, aparte de más —y se agradecen— minutos del Joker al azar?). De esta forma, todo el primer tercio es un bucle introductorio caótico, que mezcla estilos sin poco sentido (sin entrar a comentar la desastrosa elección de alguna de las mejores canciones de los noventa, muy mal integrada con la aparición de cada personaje y el oscuro estilo del film), que repite conceptos sin hacer avanzar la trama, y en el que se repite el porqué del escuadrón, las motivaciones de su creación, la oposición de Rick Flag (que curiosamente llega tras haber ido a conocer ya a varios de los criminales, en una escena que se antoja montada a destiempo, sinceramente) y la maldad de Amanda Miller. Aun así, esta parte engancha. Porque nos obliga a centrarnos y porque, al fin y al cabo, un escuadrón de villanos tiene tan poca estabilidad que puede pensarse se ha querido reflejar en esta parte. ¿Sirve como justificación? No del todo, pero avancemos.
El segundo gran problema: el antagonista. Comentábamos al inicio que el espectador (igual que el lector de cómic), se ve atrapado por las historias cuando puede identificarse con el héroe, o antihéroe, que lucha contra un enemigo común. Ya sabemos que las guerras fueron motivo de creación de estos personajes, y que ahora, con Batman vs. Superman como último ejemplo, es el terrorismo a escala mundial nuestro gran enemigo. Pero… ¿por qué lucha el escuadrón suicida de la película? Aquí está el gran problema. El antagonista no responde a ningún mal identificable. Encantadora, en los cómics, aparece como aliada y también como gran villana, sí… pero ahora necesitamos una conexión, y más en el universo DC y su diferenciación con Marvel. ¿Qué representa, aquí, entonces? ¿El mal por el mal? Sólo hay un momento en el que parece se nos arroje algo de luz sobre sus motivaciones, y es cuando dice que “antes nos adoraban a nosotros [hechiceros], ahora adoran a las máquinas”. Interesante reflexión que, en primer lugar, aparece de la nada, y, en segundo, tampoco acaba de desarrollarse (no sirve eso de “ayúdame a construir una máquina que les destruya a ellos”). Un agujero de guión sólo comparable (también en la lucha contra un “algo” poco desarrollado cinematográficamente) al de la fallida Vengadores: La era de Ultrón (The Avengers: Age of Ultron, Joss Whedon, 2015).
Y, por último: las dudas de la Warner/DC. El film podría haber explotado la vertiente de la acción, de la aparición de Batman y Flash para centrar el por qué de la necesidad del escuadrón, e incluso podría haber dejado de lado completamente, aunque nos hubiese gustado precisamente todo lo contrario, el pasado tormentoso de (alguno de) sus protagonistas para centrarse en ser un film de acción con el que Ayer hubiese triunfado. La introducción de escenas de humor sin sentido a toda prisa, sólo tras las malas (y muy cuestionables) críticas contra Batman vs. Superman para dar a la película un tono más marveliano, se resiente en el tono de un film que, simplemente, lo pierde hasta no saber cuál es. El guión, entonces, introduce unos altibajos (ese “yo no soy feo, soy guapo”, retumbará en la conciencia de Ayer durante años, estoy convencida de ello) que se traducen en escenas inconexas y confusas que se alejan de la trama principal.
Todo esto hace que Escuadrón suicida quede, lamentablemente, en un film introductorio de dos horas de duración. No obstante, hay esperanzas: todos los personajes rezuman una fuerza innegable que debería poder ser explotada en próximas entregas (sin pensar ya en spin-offs que matarían la propuesta original, aún no debidamente explotada). ¿A quién no le gustaría conocer más y mejor los cotidianos sueños de cada uno de ellos y conocerles mejor (los dos niños de Harley Queen con el Joker, el encuentro de Boomerang con los unicornios rosas —ah no, que no sabemos cuál es su sueño porque no se le da la oportunidad en el film…—)? ¿O con qué otra excusa se rescatará al escuadrón de la cárcel? Las ganas de más se quedan en el espectador. Y esperamos más. Mucho más.
Y estas ganas de más, obviamente, vienen también de querer más Joker.
¡Ah! El Joker de Jared Leto. La expectación era máxima, como no podía ser menos. El listón de Ledger estaba (y está) por las nubes… pero este Joker cumple.
A la altura de los caóticos protagonistas de este escuadrón (más por el montaje que por su desarrollo, claro está), el Joker de Leto se transforma en un desmedido psicópata. Los movimientos, la voz, la mirada perdida con el que el actor dota a esta nueva encarnación fascinan dentro de este montaje. El villano debe diferenciarse, pero siguiendo fiel a sus principios. Si el de Ledger hablaba convencido sobre la necesidad de “introducir la anarquía” o “ser un agente del caos”, el de Leto, simplemente, actúa como el caos mismo (menos cuando es consciente que puede perder a su amada, matices muy conseguidos por el actor).
Por tanto, el exceso es excesivo, sí, pero también lo es el entorno creado para su reaparición… sólo que no hemos podido disfrutarlo en toda su magnificencia. Nos falta por ver si este Joker tiene cabida (o química) junto al Batman mucho más maduro y reflexivo de Affleck en comparación con el de El caballero oscuro (The Dark Knight, Christopher Nolan, 2008) porque, si algo debería permanecer, es el equilibrio entre dos personajes que se necesitan mutuamente:
Si ahora el Joker sí es un monstruo… ¿Qué es Batman? Ojalá sepan explotarlo.
Muy de acuerdo con el argumento principal de tu crítica. Después de ver la película me queda la sensación de producto fallido, más por las imposiciones comerciales y ¿artísticas? de Warner que por la intención de Ayer por hacer una película mucho más oscura. Lo que queda es un filme de acción inofensivo que intenta competir con la línea Marvel pero se queda en el camino. Solo comparando la escena final de la lucha coral del ES contra Encantadora (nombre de princesa Disney, por cierto) y la (muy parecida) batalla del final de Los Vengadores: La era de Ultrón quedan patente las diferencias. Mientras que esta es un alarde prodigioso en cuanto a técnica, narrativa y efectos visuales (aunque con demasiado CGI por medio), en Escuadrón Suicida carece de toda emoción y épica. Más o menos lo que pasa con la película en general, con enormes altibajos, personajes totalmente prescindibles (¿por qué humillar así a Slipknot?) y, como dices, un tono con demasiadas ansias de agradar a un target lo más amplio posible. Me gusta más la última línea de Nolan-Snyder con los personajes de DC, por mucho que se les critique la excesiva oscuridad. Pero yo creo que ahí está el jugo, y creo que es lo que Ayer quería continuar, aunque me temo que lo mejor de la película se quedó en la sala de montaje. A ver si la edición en BR nos arroja algo de luz.
Ah, y lo único que quería apuntar es que el personaje de Viola Davis es Amanda Waller, y no Amanda Miller como dices un par de veces en el texto. Me ha hecho pensar, eso sí, en Amarna Miller, que tampoco está nada mal… Un saludo!!