Qiu Jiongjiong y otras imágenes acerca de China
Hay tantos puntos de vista como observadores. Es más, hay infinitos puntos de vista, considerando que todo espectador puede valorar cualquier experiencia de modo distinto según su situación en un momento dado. Hay, por supuesto, muchas maneras de ver o representar un país en el cine. El Festival de Rotterdam ha ofrecido una extraordinaria variedad de miradas sobre la China imperialista, que han ido de un humor teñido de tristeza a un desgarrado alegato contra el imperialismo.
Qiu Jiongjiong, el descubrimiento
Si en algo ha brillado con luz oscura la China contemporánea ha sido con la extraordinaria retrospectiva de la obra de Qiu Jiongjiong. Este artista, originario de Leshan y emparentado por lazos familiares con la ópera de Sichuan y sus vertientes teatral y circense ha construido a nivel cinematográfico una excepcional obra que vincula Historia y actualidad, el ámbito sociopolítico y su impacto en el privado. Así y todo, lo excepcional de sus obras no es sólo el argumento narrativo sino la construcción que desarrolla para presentarlo, vinculando la forma teatral a la cinematográfica y mezclando frecuentemente imágenes cotidianas (en blanco y negro) o diálogos contemporáneos con el hilo argumental.
En The Moon Palace (2006), su primera obra, Jiongjiong desarrolla el armazón que continuará en obras sucesivas. El cierre del restaurante paterno es pretexto para la relación de una serie de anécdotas contadas por familiares y amigos, mayormente relacionadas con la ópera de Sichuan, de la que se incluyen diversas escenas y temas musicales. No obstante, las historias de borrachera (sublime la anécdota sobre si el recuento de litros de alcohol trasegados llenaría una piscina… y alguien lo consiguió), de pasión musical o literaria, se ven atravesadas por referencias a las purgas comunistas, a las pérdidas de estatus social o profesional y a la declaración de la política como azote de la población. Le seguirán Ode to Joy (2007) y A Portrait of Mr. Huang (2009). Mientras la primera hace un homenaje a la ópera de Sichuan con escenas de ensayos, la segunda no destaca especialmente, consistiendo en la narración de macabros casos criminales, contados (de nuevo en blanco y negro) por un policía retirado. Da la impresión que el director ensayaba su método de entrevista sobre un material atractivo aunque no desarrolla una estructura original.
Una construcción que irá sofisticando a lo largo de su carrera, en la emotiva My Mother’s Rhapsody (2011), la impecable Mr. Zhang Believes (2015) y la exuberante A New Old Play (2021). La madre a que se refiere el primer título es la abuela del director, casada con un miembro de la Compañía Dramática de Sichuan y madre de 7 hijos. Poco podría esperarse de un documental en blanco y negro, formato cuadrado y narrado por pocos personajes, la protagonista y un par de los vástagos, mayormente. Sin embargo, Jionjiong, como los grandes autores se sobra con eso, unos pocos insertos documentales (mayormente en foto fija) y el paralelismo con una rapsodia musical para desarrollar una narración tan ágil como interesante, tan completa como extensa. La vida de la abuela se extiende desde el gobierno del Kuomintang al capitalismo comunista que la echa del alojamiento en el que habitó durante seis décadas. Sus esfuerzos por tirar una familia adelante, su impecable rol de hembra alfa, su sacrificio para proteger a sus hijos, se nos presentan como un reflejo de la evolución gubernamental. No obstante, lejos de construirse como una obra de análisis político, este se intuye, reflejado en el espejo de la vida cotidiana. Una vida que se recuerda con cierta añoranza pero salpimentada por numerosos apuntes de humor recogidos de las reivindicaciones de la anciana o de los comentarios de los hijos y de una nuera que, irónica, comenta las frases de su marido mientras hace ganchillo.
Son felices apuntes de una vida dura que dejan de aparecer en Mr. Zhang Believes. Aquí Jionjiong se crece estéticamente y despliega otra historia trágica de una (más) víctima del sistema con ambición y lograda escenografía. La vida del señor Zhang se nos presenta mediante un dispositivo de base teatral, sobre una tarima en la que se situarán los sucesivos espacios vitales del protagonista, el domicilio paterno en primer lugar, la biblioteca dónde descubre la cultura y su domicilio familiar posteriormente. Juegos de luces y profundidad de campo, junto a viraje del blanco y negro hacia puntos de color o tonos sepia, revelan el dominio del lenguaje cinematográfico, yendo más allá de un uso del espacio teatral sin renunciar al concepto de representación. Como en la obra anterior, aunque con mayor acierto si cabe, imágenes de archivo y entrevistas con el auténtico Mr. Zhang y otros personajes reales, Jiongjiong enriquece su película. La historia del joven que renuncia a una familia burguesa por creer en un nuevo sistema, que finalmente le anulará a él y a su familia hasta rehabilitarle cuándo ya es demasiado tarde, adquiere tintes trágicos y relevancia histórica en una obra que debería ser referencia para el cine político. Si el uso de las diversas técnicas de fotografía y edición son muy destacables, no lo es menos la sentencia final de su protagonista, una vez su vida ha sido devastada: el Partido Comunista se equivocó cuándo le acusó de contrarevolucionario, cuándo él era un fiel activo del partido, y erró de nuevo cuándo le rehabilitó tras su condena a trabajos forzados puesto que ya se había convertido, de manera absoluta, en un enemigo del comunismo.
En A New Old Play Jionjiong incrementa su expresividad estética, lanzándose a un mundo de color y simultaneando hasta tres narrativas paralelas. Sus referencias a la “ópera de Sichuan” se han prolongado desde su primera obra, se han expandido en la Oda con referencia directa a su abuelo (o, tal vez, no acabo de aclararlo, tío abuelo), Qiu Fuxin, continuaron en Mother Rhapsody con la explicación de la adopción de uno de los hijos gemelos por parte del célebre payaso y llegan, en esta ocasión, a los supuestos sucesos que vive el clown a su llegada, tras su muerte, por supuesto, al inframundo. Una recepción tan alegre como no deseada por el invitado que rememora hechos de su vida que se reflejan en la reproducción de célebres números de la compañía teatral. La construcción de la película se basa de nuevo, como hiciera en la obra anterior, en una escenografía teatral pero, una vez más, la amplia con técnicas cinematográficas y fusionando las dos artes. Sin ignorar el contexto sociopolítico, A New Old Play , premiada en el pasado festival de Locarno, es un gozoso homenaje a la ópera de Sichuan, a sus artistas y a la capacidad de representar el mundo a través de la misma.
Otras miradas sobre China, desde el interior y el exterior
Journey to the West (Dashan Kong, 2021) remeda el relato clásico del siglo XVI en la que un monje, acompañado de un duende, un cerdo y un mono, atraviesan China para llegar a India en busca de textos budistas. La historia actual es algo más prosaica, puesto que el protagonista es un ufólogo caído en desgracia, arruinado y deprimido por el suicidio de una hija, al que acompañan un borracho y un par de colaboradoras que tratan de ayudarle a sobrellevar su situación acompañándole a las montañas de Sichuan dónde se viera un fenómeno vinculable a presencia extraterrestre. La película está construida a partir de planos breves, cámara en mano y con un montaje acelerado, tratando de emular los documentales televisivos en los que algún famosillo va en busca de aventuras en la naturaleza. El arranque es impagable, con el encierro accidental del profesor a punto de la asfixia en un traje espacial y rescatado con una grúa y una dotación de bomberos. A partir de allí, los gag, visuales u orales, refrenan la hilaridad pero aceran un humor vitriólico. A medida que avanzan hacia el Oeste, la historia se va puntuando de escenas y comentarios inicialmente ácidos para tender hacia la amargura. A la sentencia del borracho comentando que con la bebida uno puede trasladarse más lejos que con un ovni, sigue la pugna entre el profesor y su editora por pagar (o no) 100 dólares por ver el supuesto cadáver de un alien, la aparición de un médium con un cubo en la cabeza (que en realidad es una prevención por su tendencia a las pérdidas súbitas de conciencia), una suerte de duende en autochoque o, desencadenante final de la separación del grupo, la quema accidental de la tienda de campaña. Con la expedición en aparente fracaso, un giro final da pie a una bella conclusión sobre el papel de la humanidad en el universo. Y si bien el director parece negar que haya opción para la fantasía, llevando al protagonista a una situación límite en la que su proyecto de vida se desmorona a su alrededor, da pie en las secuencias finales a una suerte de reencuentro consigo mismo que le permite sobrellevar todos los infortunios, manteniendo este Viaje al Oeste en el grupo de las comedias tan disparatadas como amables. Algo de agradecer si consideramos la situación de las restantes obras relacionadas con la República Popular China.
Silver Bird and Rainbow Fish (Lei Lei, 2022) ha sido producido por Holanda y Estados Unidos. Esta cinta de animación, que juega con gran habilidad con un collage entre diálogos grabados de entrevistas del director a su padre y abuelo, técnica stop motion y fotografías antiguas, cuenta la historia familiar de la directora. Si la habilidosa puesta en escena resulta llamativa, no lo es menos una historia intergeneracional que relaciona al entrevistador con la vida de su padre, su abuelo e, incluso, la de bisabuelo, tías y otros parientes. No obstante, lo más conmovedor, resulta de la trágica repetición de la represión gubernamental que purgó al abuelo por ser empleado de banca, tras la Revolución, y al padre en la época de la Revolución cultural. Lei Lei deja la sombra estatal como un oscuro telón de fondo y cuenta las desventuras familiares en un tono más ligero, a pesar de que la muerte de la abuela diera pie a la separación de sus hijos (uno de ellos, el padre del director) durante décadas. La plastilina y los colores son un antídoto visual para sobrellevar una historia de tintes trágicos.
Blue Island (Tze Woon Chan, 2022) se construye como una docuficción en la que actores interpretan personajes reales, huidos de la China continental en los años 60 o reprimidos por el Gobierno hongkonés pro chino en los años más recientes. Sin embargo, en una pirueta de la representación, todos los actores son activistas, mayoritariamente actuales, que se enfrentan al gobierno a la par que deben enfrentarse, en el rodaje, a sus miedos personales y a los miedos que han pervivido en la isla-ciudad durante décadas. La película arranca con la fuga de una pareja que culmina con una arriesgada travesía a nado desde la costa de la República popular hasta las aguas del Hong Kong de los 60. Veremos a continuación como los auténticos fugados, ahora octogenarios, conversan con los actores que los han representado y, más adelante, como se enfrentan, todos ellos, a la policía en las manifestaciones de 2019. El director repite la estrategia recuperando antiguos líderes estudiantiles y situándolos, aun reivindicativos o voluntariamente alejados de la lucha, junto a jóvenes que, a día de hoy, están en pugna con un estado que va, cada vez más, recortando derechos. Tze Woon no niega la situación opuesta y junto a las celebraciones de antiguos líderes o de fugados que aún lloran sus muertos en el mar presenta reuniones de unionistas que reivindicaban, años ha, la reunión con el Continente. En cualquier caso, la sensación de Hong Kong como un entorno diferenciado, como un enclave de libertad y agitación socio cultural, queda plasmada en la pantalla… aunque, lamentablemente, el grueso de los protagonistas de la cinta están condenados o pendientes de juicio en los próximos meses.
Así y todo, resultó también dolorosa la mirada interior sobre un pequeño núcleo de la etnia Miao, en Yunnan, del que Singing in the Wilderness (Dongnan Chen, 2021) evidenciaba su colonización por los Han, etnia mayoritaria en China. Se dice que esta cultura habitaba muy al norte y fue progresivamente desplazada hacia el sudeste asiático con la expansión imperial. A ello hay añadir una segunda desculturización con la implantación del catolicismo en la comunidad. La cinta resume con precisión un proceso trágico de aniquilación cultural. Habiéndose constituido un pequeño coro religioso, su calidad es explotada por el comisario de asuntos culturales y promovida para atraer turistas, favoreciendo pequeños ingresos al municipio. Pero lo que empieza como una anécdota se prolonga con la promoción del coro en concursos provinciales y nacionales, interpretando hits internacionales aprendidos de carrerilla. Mamma mia! y Got talent de por medio, el coro acabo generando un interés por sí mismo y por la comunidad, a la par que desencadena un desapego de los más jóvenes hacia la tradición. De modo preciso Dongnan Chen nos muestra como los dos cantantes más jóvenes buscan en matrimonios apresurados un cambio vital, tratando de huir de la pobreza que les envuelve y que a partir de la nueva experiencia sienten como insoportable. Simultáneamente, la especulación inmobiliaria se ceba con el pequeño núcleo y los paisanos son expulsados para construir un nuevo viejo pueblo dónde los turistas compren souvenirs étnicos. La cinta denuncia también la corrupción nacional y el promotor es detenido por irregularidades, dejando el proyecto a medio hacer y la población en la calle. Las voces del coro se dispersan, decepcionadas por el engaño, y dos matrimonios fracasados se refugian en la tradición familiar compartiendo la miseria local. En Beijing, en Shanghai, en Shenzen, el imperio seguirá mirando feliz los concursos televisivos de talentos.