Habiendo entrado en el año 2022, no es ningún secreto que Tom Cruise es, en la actualidad, más un concepto que un actor. Atrás han quedado los tiempos donde era una estrella que trabajaba con los más laureados autores de Hollywood (Scorsese, Kubrick, Paul Thomas Anderson…), sin embargo ahora él parece haberse adueñado de la autoría de sus películas. Su sello consiste en convertir cada filme en un artificio más espectacular que el anterior, donde (a través de feroces campañas de marketing) deja claro al espectador que se ha jugado la vida en cada plano. Cruise se entiende a sí mismo como una especie de mesías del cine-espectáculo, renunciando a dobles de acción o a aquellos efectos digitales de los que pueda prescindir. Podría parecer que, después de seis entregas de Misión: Imposible, el juguete de feria ya estaría gastado y esta ostentosidad testosterónica ya no da más de sí. Pero, la verdad, es que el método Cruise está más vigente que nunca en Top Gun: Maverick.
La cinta la dirige Joseph Kosinski, quien ya recuperó en forma de secuela un clásico ochentero como Tron (Steven Lisberger, 1982) en Tron: Legacy (2010). Aunque, como ya se ha mencionado, el autor real del filme es Cruise, quien produce, además de protagonizar la película. Lo mejor del Top Gun original (Tony Scott, 1986) eran las escenas de vuelo en las que Tony Scott enfatizaba la adrenalina de pilotar un caza militar, pero la esencia de la película estaba en la camaradería entre los pilotos. En el filme de Kosinski, se limita la acción en tierra a un superficial análisis del personaje de Maverick y se da todo el peso a las escenas de pilotaje, en las que, al ser vuelo real sin casi efectos digitales, el director se toma la licencia de enfatizar, no sólo el peligro del vuelo, sino la belleza de este a través de paisajes reales y cielos de todos los colores.
Narrativamente, el argumento es muy sencillo, a diferencia de las últimas entregas de Misión: Imposible, en las que la trama tiende a sobrecomplicarse. Hay una misión militar y hay que formar a un grupo de pilotos para llevarla a cabo. El único hombre capaz de enseñar a un escuadrón de jóvenes a realizar las complicadísimas maniobras necesarias: El capitán Pete “Maverick” Mitchell. La trama está claramente dividida en dos: el entrenamiento y la misión. La primera mitad del filme es un homenaje nostálgico a la película original. Esto queda constatado en la primera secuencia que recrea plano por plano el arranque de Top Gun con el caza abandonando un portaaviones. Referencias a queridos personajes del pasado, canciones popularizadas por la cinta de Tony Scott y planos calcados del clásico de los ochenta son la tónica de una primera hora que nos prepara para el inevitable espectáculo que Tom Cruise planea desde el principio.
La segunda mitad, junto algunas secuencias de entrenamiento previas, es un expositor para la adrenalina más pura. La película prepara al espectador para que conozca la misión y sus peligros casi tanto como los protagonistas, por lo tanto, es sencillo saber en qué momentos todo puede salir mal. El éxito de la película es que, al verla, todo el mundo sepa que esos cazas se pilotaron realmente por los actores, y por lo tanto la involucración emocional es máxima, aún sin haber hecho un gran trabajo de desarrollo de personajes previo.
Top Gun: Maverick es, pues, una película de acción que funciona perfectamente como cine de atracciones y Tom Cruise eleva su figura de hombre capaz de todo al siguiente nivel. Sabiendo que está colaborando con Elon Musk para rodar la primera película de ficción realizada en el espacio, parece que tenemos Cruise para rato y eso siempre es garantía de puro disfrute.
Este artículo forma parte de la colaboración entre Miradas de Cine y La Casa del Cine, donde Gerard Garrido es alumno.