La promesa de Hasan, de Semih Kaplanoğlu

La promesa de HasanUna familia reposa bajo la sombra de un árbol. Unas hormigas pasean por montañas de azúcar. Se respira la calma de los primeros estadios de la infancia, donde se construye silenciosamente la esencia de uno mismo. En este fresco campestre la familia y la tierra se funden en uno, formando un hogar vasto e inconmovible. Sin embargo, esta escena es un flashback, el tiempo ha pasado y, ante él, hasta la naturaleza puede sucumbir.

Los primeros minutos de La promesa de Hasan funcionan como un prólogo que se establece como eje gravitacional de toda la pieza. Hasan luchará por evitar que una empresa eléctrica coloque una torre de alta tensión en el terreno de herencia familiar. En este viaje chocará con un mundo dominado por el dinero y la tecnología, por el que deberá transitar manteniendo su integridad. Este itinerario irá destapando las taras de las relaciones personales del mismo que, en la segunda parte del filme, deberán ser enmendadas antes de visitar la Meca. Así, el peregrinaje obliga a Hasan a reconectar consigo mismo por medio de un proceso de reconciliación con su entorno. Este llegará a su clímax durante la última escena, donde se condensan todos los temas barajados con anterioridad. El plano final los materializa en una poderosa imagen capaz de desvelar el sentimiento que yace oculto en cada instante de la película.

La disputa entre el individuo y el sistema, entre el ser humano y el cosmos, se aborda mediante un uso expresivo de la escala de plano. La puesta en escena de Semih Kaplanoğlu hace uso de la distancia como medio para reconsiderar la dimensión de los elementos que dispone la imagen, tanto a nivel estético como moral. De este modo, el plano general se manifiesta en todo su esplendor, dando cabida a paisajes infinitos. Por otro lado, la precisión de sus primeros planos devuelven al rostro humano toda su potencialidad. Este dominio no tan solo demuestra el profundo conocimiento del lenguaje cinematográfico por parte de Kaplanoğlu, sino que también revela la preocupación de este por la escala de valores del mundo contemporáneo. Cuando Hasan visita las torres eléctricas ubicadas a unos kilómetros de su terreno, un plano medio le sitúa en relación a ellas. Su mirada introduce un plano general en el que las torres, gigantes, fugan hacia el horizonte, expandiéndose hacia un futuro desesperanzador. El contraste entre estos dos planos expone la distancia entre la escala humana y la tecnológica, desvelando como esta última, habiendo usurpado el espacio natural, empieza a adoptar la medida del mundo.

La promesa de Hasan

Para llevar a cabo esta lectura desplegada en el espacio, resulta esencial la profundidad de campo. De la misma forma, el recorrido emocional del espectador no se podría efectuar sin la vivencia de un tiempo reposado, que nos acompasa a la respiración de Hasan. Sin embargo, en felices ocasiones, el realismo de la película se fractura para transportarnos a lo que el propio cineasta denomina como realismo espiritual. La ensordecedora presencia del viento es un primer indicio de esta condición que, más allá de invadir el campo auditivo por medio de un extraordinario tratamiento sonoro, altera la realidad cargándola de fotogenia. El movimiento se apodera de la escena, dotando a la naturaleza de una agencia física que nos obsequia con brillantes gestos de los que brota el misterio de lo cotidiano. Así, unas manzanas caen de los árboles atacando a Hasan, en una brillante escena que materializa la violencia del mundo natural.

Del mismo modo, los sueños premonitorios y las secuencias oníricas se insertan con fluidez en el registro realista de las imágenes, mostrándose indiferenciables de lo acontecido durante la vigilia, abriéndonos las puertas a lo inexplicable. De esta forma, el árbol bajo el que reposaba la familia al inicio de la película, puede sobrevolar la cabeza de Hasan, manifestando la preocupación de este por la permanencia de sus raíces, puntuadas mediante un sugerente plano detalle. El sentido del humor también consigue introducirse en la pieza por medio de un refinado tratamiento del absurdo. Una risa helada emerge en el espectador al contemplar una pequeña torre eléctrica en la mesa del empresario con el que discute Hasan, puesto que el pequeño objeto convierte el conflicto en un juego de niños. En otra ocasión, un plano general muestra la dificultad con la que un banquero abre una puerta hecha de ramas. Su comicidad apunta como el estilo distanciado del cineasta es capaz de convertir algunas escenas naturalistas en una especie de reposado slapstick.

No obstante, es en la última escena cuando la poesía incursiona con mayor fuerza en la realidad. Después de años sin contacto debido a una disputa en torno a la herencia, Hasan visita a su hermano Muzzafer, con tal de recibir su perdón antes de visitar la Meca. Pero la bendición que Hasan espera se ve imposibilitada por la enfermedad de Muzzafer, que le ha borrado todo recuerdo. Este personaje actúa como un reverso oscuro del místico de Memoria (Apichatpong Weerasethakul, 2021), cuya extraordinaria capacidad de recordarlo todo le conectaba irremediablemente con el mundo natural, convirtiéndole en una manifestación de la eternidad de la vida. Muzzafer, por el contrario, es la viva imagen de la muerte. Ante esta situación, Hasan llora sobre el terreno árido, mientras que Muzzafer se aleja perdiéndose en el horizonte. La catarsis emocional de Hasan, puntuada por un contenido llanto, revela que su obsesión por mantener el terreno familiar intacto iba mucho más allá del interés económico. Su deseo más profundo era mantener la imagen que constituye el inicio del filme, con tal de preservar los orígenes naturales vinculados a la familia, prometedores de una felicidad infantil. Ante tal descubrimiento, un paisaje infinito se despliega sobre el minúsculo Hasan. Este plano general se regodea, imperecedero. El tiempo se detiene ante nosotros, susurrándonos un secreto escondido: no todo se puede mantener. El paso del tiempo y sus asperezas, como el viento, arrasan con todo.

La promesa de Hasan

Kaplanoğlu consigue que un suceso personal, aparentemente desvinculado de la trama inicial, adopte una dimensión profunda y destape las heridas de la condición humana en el mundo contemporáneo. La forma en la que se articula este discurso es de una sutileza inconmensurable que no es alcanzada por otras piezas en torno al mismo tema, como podría ser nuestra Alcarràs (Carla Simón, 2022). En una época frenética y falta de sentido se necesita, más que nunca, de un cine realista y espiritual, que reflexione sobre el momento presente sin olvidar aquello que lo trasciende. Afortunadamente, películas como La promesa de Hasan nos devuelven a un antiguo ritmo natural ya perdido, obligándonos a reconectar con nosotros mismos. 

Diabolik, de Antonio Manetti y Marco Manetti