La nueva humanidad
Desde la excelente Existenz (1999) no había vuelto Cronenberg a un terreno tan afín a sus inquietudes como esa mixtura, siempre difusa, imbricada y malsana, de sci-fi, bio-horror (me atrevo a decir que más apropiado que el extendido body-horror) y drama existencial que es esta Crímenes del futuro. Un reprise actualizado (en su sentido también tecnológico) de lo visto en sus obras mayores al respecto caso de la germinal Videodrome (1983), la grandiosa Inseparables (1988) y, desde luego, la gélida Crash (1996). La premisa, apenas tomada del (cargante) film de igual título que rodó el canadiense en sus inicios, plantea un improbable futuro en el cual se ha erradicado el dolor, las infecciones no son un problema (quién lo diría en nuestra triste realidad), y algunas personas se han bifurcado en otra especie, que como dice uno de los personajes ya no puede ser entendida como la humana, caracterizada por la capacidad para “crear” nuevos órganos. Es el caso del niño del prólogo que de alguna manera ha adquirido la capacidad de alimentarse de plástico, detalle aterrador y capital en la trama que pasa desapercibido en ese instante por la brutalidad de la secuencia: la madre del chaval decide acabar con su vida porque obviamente-es-un-monstruo y cuyo cuerpo inerte deja para su padre al que culpa de la situación. También del protagonista, Saul Tenser, que al igual que otros ha llevado su síndrome al mundo del arte y junto con su compañera, Caprice, una cirujana reconvertida, se encarga de la parte “técnica”: le extirpa en directo esos órganos sobrantes durante los espectáculos que montan, con la ayuda de extrañas máquinas que parecen engendradas en vez de fabricadas.
Crímenes del futuro, agradablemente excesiva en simbolismos contemporáneos —algunos un tanto naif como el dibujo de los gobiernos en modo organizaciones paranoicas y filocriminales— y referencias auto-generadas —algunas fascinantes: la imagen de los protagonistas desnudos en la máquina de cirugía—, triunfa principalmente donde lo hacían los títulos citados más arriba: en la morbosa sensualidad de los cuerpos y de la carne, de unos cuerpos y una carne que ya son otros, pero que también son capaces de estimular y recibir placer, como se muestra en las escenas íntimas entre Saul y Caprice, con especial atención a esa malsana escena en el que ella literalmente lame el nuevo puerto-cremallera que le han instalado (no sé si es el verbo más adecuado) para un concurso de belleza interior… y también en el deseo mutuo que surge entre el artista y Timlin, la técnica del gobierno, que parece enfrentada a un conflicto interno a raíz de sus incipientes nuevos anhelos, entre ese nuevo sexo que ella misma bautiza ante Tenser, y el viejo que él le confiesa en la distancia corta (espléndida escena en la cual todo está en movimiento) no se le da bien. Un film a repasar con sosiego y cuidado porque se puede tender a equivocar el tiro por ejemplo haciendo de menos su posicionamiento ecologista (que podría definirse como trans-ecologista) o ignorando (por pereza o torpeza) la transversalidad de la trayectoria de Cronenberg y los puntos en común, muy elocuentes pero intrigantes, cuando parte de otros autores o adopta registros alejados de la ciencia ficción y el fantástico.