Aunque el equipo formado por el director Marcel Carné y el guionista, poeta y dramaturgo Jacques Prévert (a los que habría que añadir el decorador Alexandre Trauner o el músico Maurice Jaubert, entre otros) sigue siendo conocido fundamentalmente por alumbrar el celebrado y justamente mítico realismo poético, los primeros títulos de tan fructífera colaboración permanecen, todavía hoy, injustamente ensombrecidos. En especial, Drôle de drame ou l´étrange aventure du doctor Molyneux (1937), una pieza extraordinaria a recuperar, inspirada en la novela de J. Storer Clouston His First Offence (1912) e, indudablemente, el primer gran film de sus autores.
Alejada del tono trágico y pasional del inminente realismo poético, el tándem Carné–Prévert elaboró un feroz discurso sobre el comportamiento humano mediante una brillante y envenenada combinación de melodrama británico, vaudeville y absurdo surrealista. Así, las costumbres burguesas y la (doble) moral de las apariencias son los verdaderos desencadenantes de la trama: el rígido obispo de Bedford Archibald Soper (Louis Jouvet), que ha iniciado una cruzada contra la literatura policíaca —«detective novel readers are future murderers» proclama uno de los anuncios de su conferencia—, se autoinvita al hogar de su primo, el botánico Irwin Molyneux (Michel Simon) —con quien, como sabremos más tarde, se disputa la herencia de la tía Macphearson (Jeanne Lory)—, precisamente el día en que el mayordomo y la cocinera, muertos de aburrimiento (sic), se despiden y abandonan la casa. Además, Molyneux, obligado por su mujer Margaret (Françoise Rosay), lleva una doble vida que les permite mantener su posición social: es, también, el autor de una serie de crudas novelas criminales de gran éxito que publica con el seudónimo de Félix Chapel.
Precisamente, Carné y Prévert hacen que la ficción noir se proyecte sobre el propio relato otorgándole una estructura de (delirante) comedia de intriga: a pesar de los denodados esfuerzos de Molyneux por explicar la ausencia de su esposa (como no dispone de cocinera, Margaret opta por encargarse personalmente de la cena, pero decidida a guardar las apariencias, no sale de la cocina), confiando en que, de ese modo, el clérigo no tarde en marcharse; sin embargo, éste decide pasar la noche en la casa. El matrimonio se ve obligado a pasar la noche en un hotel y, antes de marcharse, Irwin le da a Eva (Nadine Vogel) las últimas instrucciones para desembarazarse de Soper. Pero el reverendo, que sospecha del extraño comportamiento de su primo, los ha observado desde su ventana y cree que Irwin ha asesinado a su esposa para vivir libremente con su joven amante…
Carné mantiene el pulso narrativo y aprovecha el sentido del detalle único, personal e intransferible de Prévert: cf. la colección de botellas de leche que se acumulan en la cocina de los Molyneux, fruto de las incesantes visitas del lechero Billy (Jean–Pierre Aumont) a Eva; las mimosas que Irwin riega con una mezcla de ginebra y whisky y se balancean borrachas a uno y otro lado, o los diez percheros que muestra una de las paredes de la casa del reverendo y su mujer, que se corresponden con su número de hijos… Drôle de drame revela un cineasta a la altura de los Jean Renoir, René Clair, Julien Dudivier o Jacques Feyder de la época. Quedan como muestra de la brillantez de su puesta en escena excelentes fragmentos como el reencuentro entre Margaret y el romántico asesino de carniceros William Kramps (Jean–Louis Barrault), quien permanece sumergido, a sus pies, en el estanque formado en el invernadero de Irwin, o las localizadas en el salón de los Molyneux, tomado por el detective Bray (Pierre Alcover) y sus hombres —en una imagen retomada por Hergé en su álbum El asunto Tornasol (L’affaire Tournesol, 1954-56. Editorial Juventud, Barcelona, 1993)—, y con la presencia casi siempre pasiva en el encuadre de Buffington (Henri Guisol), ese policía que trabaja mientras duerme —«Resuelvo los problemas del mundo en mis sueños. Me voy a dormir y el enigma desaparece»— y que sólo abre los ojos cuando oye el sonido del licor en el vaso…
Queda, además, la idea, tan premonitoria, de la masa, que refuerza la sátira de la hipocresía social y refleja en gran medida el clima de aquellos años treinta: una vez que Irwin Molyneux parece haber sido asesinado por el obispo y, luego, por Kramps (en ambos casos, la multitud, tras unos segundos de desconcertado silencio, estalla en furiosos gritos de venganza), pasa de ser considerado un sanguinario asesino al individuo más añorado de la comunidad.