A cada nueva película, el director Hong Sang-soo establece una nueva relectura sobre su cine, depurando la forma para encontrar la verdad en su renovada e inspiradora sutileza. A lo largo de más de dos décadas, su obra impregna la memoria del espectador de retazos y agujeros, conformando un mosaico donde se mezclan historias, recuerdos y personajes. De esta forma, en su transparente y milimétrica confusión, donde parece que los árboles no dejan ver el bosque, el director coreano se encarga de volver a abrir un claro en medio del paisaje, mirando hacia arriba con su último trabajo: En lo alto (2023).
En un primer término de la acción se establece al actor Kwon Hae-hyo como aquel director de cine torturado por el que transmuta y habla el propio Sang-soo. Como sucedía en The Day After (2017), En la playa sola de noche (2018) o la reciente La novelista y su película (2022), el papel de Hae-hyo responde ante aquellos dilemas que asaltan al director y la película, interrogándose en la propia ficción como un personaje más. Otros habituales de su cine son la actriz Lee Hye-young, que enfrentaba su presente en la desgarradora Delante de ti (2021); o los jóvenes Park Mi-so y Shin Seok-ho, que se reencontraban en el Berlín de Introduction (2021). Aún sin pertenecer a la misma realidad de los trabajos anteriormente mencionados, sus precedentes fortalecen la dimensión que adquieren sus nuevos personajes, perfilando sus arquetipos con la constante sucesión de películas. Sobre el papel, el planteamiento inicial de En lo alto es mucho más austero, situando la historia que narra alrededor de una sola localización: un edificio de tres plantas (y una habitación inferior) por el que diferentes personajes interactúan en distintos tiempos. A través de una serie de escuetas elipsis que suceden un plano con otro (o se anuncian con total integridad mediante el diálogo), la narración se trunca en un conjunto de convivencias donde la insatisfacción asola el porvenir incierto.
En estos encuentros —donde no faltan las botellas de vino y soju— sus protagonistas dialogan sobre sus trabajos y el tiempo pasado, escondiendo sus vergüenzas y pesares hasta que el alcohol hace efecto. La construcción de estas secuencias sucede (mayormente) en un solo plano estático, que recoge la conversación desde su nerviosismo, acentuando el trabajo actoral y todas las gestualidades. Por otro lado, el resto de planos se encadenan mediante el inventivo uso del sonido de las puertas que abren con una contraseña, que vienen acompañadas de una tonada que refuerza el engranaje que compone la ficción. Además, los motivos musicales extradiegéticos que concluyen ciertos momentos de la trama amplifican la emoción sostenida en los silencios que dejan los personajes al abandonar un espacio.
En su apuesta estética, el blanco y negro —al que el director regresa a menudo— acentúa la propia naturaleza de la ficción que construye, desprendiendo la realidad y advirtiendo desde su concepción visual del propósito de su juego de identidades y tiempos plegados. Esta torsión temporal está enteramente basada en la relación y repetición de espacios y encuadres, situando la acción entre dos aguas: lo real y lo ficticio. Sin miedo, En lo alto abraza la poética de la contradicción y las posibilidades que facilita el lenguaje cinematográfico, respondiendo con las mismas dudas que ofrece para convertirse en un
ejercicio de fe confeso; una película maravillosa.