El misterio más terrorífico de Hércules Poirot
Kenneth Branagh vuelve a ponerse en la piel del célebre detective Hércules Poirot en su tercera adaptación de las novelas de Agatha Christie. El intérprete se pone de nuevo tras las cámaras después de Asesinato en el Orient Express y Muerte en el Nilo. En esta ocasión el cineasta le da un giro al género de misterio y nos propone un cuento de terror, una adaptación libre de Las manzanas (Halowe’en party).
La última entrega de la hasta ahora trilogía nos permite bucear más profundamente en la psique de su personaje principal. Poirot está sumido en una crisis personal que lo ha llevado a recluirse. Se encuentra en una etapa crepuscular, viviendo una plácida jubilación con la única compañía de su guardaespaldas, dispuesto a espantar a cualquier posible cliente o admirador.
La víspera de Todos los Santos, la noche en la que los vivos y los muertos están más cerca, Poirot recibe la inesperada visita de una vieja amiga. Ariadne Oliver es una escritora que alcanzó la fama gracias a sus historias de misterio inspiradas en el detective. Oliver persuade a su amigo para que la acompañe a una fiesta de Halloween a la que le seguirá una sesión de espiritismo. La oportunidad de desacreditar a la farsante que dice hablar con los muertos pica la curiosidad del investigador. La fiesta la organiza la cantante de ópera Rowena Drake que ha perdido recientemente a su hija en trágicas circunstancias. A pesar de los misterios del más allá, el verdadero interrogante será de nuevo un crimen por resolver, un asesinato.
Branagh vuelve a contar con un gran elenco de actores encabezado por Tina Fey, la ganadora del Oscar Michelle Yeoh y algunas caras conocidas en la reciente filmografía del director como Jamie Dornan o el joven Jude Hill, a quienes ya dirigió en su película autobiografía Belfast. Misterio en Venecia es un whodunit que encierra a todos los sospechosos bajo llave en un mismo espacio, una fórmula que ya hemos visto anteriormente. A diferencia de películas anteriores, el gran pallazzo cobra vida y se presenta como un personaje más, una mansión encantada.
El detective, que se rige siempre por la lógica, pondrá a prueba a la razón, obligándolo a cuestionar su sistema de creencias. Si admitiera la presencia de lo sobrenatural, aceptaría que existe un alma y si existe un alma, quiere decir que hay un Dios. Pero se niega a acepar tal afirmación después de los horrores que ha visto a lo largo de su vida. Poirot tiene una profunda conexión con la muerte y el misterio que la envuelve, de algún modo es él quien puede hablar por los muertos. La película transcurre en 1947, dos años después de la Segunda Guerra Mundial. Todos los personajes han sufrido los horrores de las dos grandes guerras y viven marcados por ello, desde lo jóvenes que persiguen el sueño americano desde el viejo continente hasta el traumatizado doctor. No es solo el tono terrorífico, sino el subtexto de la cinta lo que la hace más oscura y profunda que las anteriores.
La ciudad de Venecia demuestra ser el escenario perfecto, se presenta elegante y misteriosa, mientras enmarca una cuidada estética y un glamuroso decorado de época. Los canales humeantes y las máscaras, acompañados de una estilizada fotografía, consiguen crear una siniestra atmosfera gótica. No se trata solo de mantener el misterio, sino de hacernos saltar de la butaca, cosa que consigue en un par de ocasiones. El equilibrio entre géneros es complejo al sumar los elementos del terror, pero sorprendentemente funcionan. En cambio, las bromas y chascarrillos no terminan de encontrar su hueco y quedan diluidos entre los momentos de tensión, a pesar de contar en sus filas con una reina de la comedia como Fey y su agudo personaje.
Puro entretenimiento en menos de dos horas que ofrecen más de lo que uno podría esperar, con un cambio de rumbo respecto a sus predecesoras. Aun así, la trama deja a menudo al espectador fuera del juego y no nos ofrece migas de pan que podamos seguir hasta resolver el caso, es únicamente el gran detective el que cuenta con toda la información. Branagh, siempre dispuesto a seducir a la cámara con su gran bigote, no decepciona resolviendo todas las incógnitas en el gran discurso final. Un ejercicio de egocentrismo que comparten autor y personaje.