El fantasma va al Oeste, Tarzan en Nueva York… ¿Por qué no Los Leningrad Cowboys van a América? Quizás por que no se explica que un autor de culto, severo, ascético y nórdico sea capaz de llevar una disparatada banda finlandesa a una hilarante odisea hacia el soleado Méjico.
Sin embargo, al igual que Rene Clair funcionaba en el Oeste y la simplicidad de Tarzán triunfaba en los rascacielos, el ascético Aki Kaurismäki lleva a buen puerto tan extraña propuesta. No deberíamos sorprendernos. Básicamente, sólo cambia el espacio y un tanto el tono…
El cine de Aki se empapa algo del dinamismo de su hermano Mika, y de su locura. Toma prestado incluso a uno de sus socios colaboradores, Jim Jarmusch, con el cual mantienen no pocos puntos de contacto. Su humor surrealista, brechtiano, es similar. Las carcajadas como auténticos toques de gracia surgen en obras de Jarmusch aparentemente serias como Broken Flowers, Dead Man o Ghost Dog (emparentada a su vez con el cine de otro cineasta marciano, el Takeshi Kitano de Brother) mientras el humor se oscurece en el último episodio de Night on Earth que resulta totalmente Kaurismäki.
Así pues, no debería sorprendernos que un grupo de finlandeses, que se desplazan por la tundra en tractor y ahuyentan a los más aguerridos con sus melodías, se lancen a la conquista del Oeste. No hablan inglés, llevan tupés de palmo, a juego con la puntera de sus botas y pasean el féretro de un bajista congelado en la tundra lleno de latas de cerveza. Su periplo, de Manhattan a Memphis, de Tezas a México, tiene mucho de huida a la Tierra Prometida. Y es que esta historia de los Leningrad Cowboys (que tendrá continuidad en un retorno imposible hacia Rusia, Los Leningrad Cowboys encuentran a Moses también tiene mucho de Aki. Hay una obvia referencia a la opresión del amo, en forma del maanger que no duda en aprovecharse del grupo para su propio interés, que les impide el acceso al conocimiento y a las riquezas, y unos buenos gagas en torno a la explotación de los trabajadores, temas habituales en su autor. De nuevo, como en el conjunto de su obra “seria”, Aki apoya a sus personajes, les permite salir triunfadores de las situaciones más complejas (les llegan a a echar de la cárcel para librarse de ellos, al igual que les pagan tras una actuación muy mal recibida por el público para que dejen la ciudad) y defiende su dignidad. Una vez descubren que su jefe les ha engañado, bebiendo la cerveza que esconde a sus espaldas y dando las sobras de comida a un perro mientras ellos pasan hambre, la banda se revuelve. El manager, aliado con un disminuido al que engaña, recupera el poder y el látigo. Pero finalmente abandonará el grupo a su suerte cuando triunfan en Méjico y la calidez humana da un éxito a la banda y devuelve a la vida al bajista.
Hay también en esta cinta coherencia estilística con el resto de la obra de su autor. Una sabiduría en el encuadre, la elipsis y el montaje que permiten a Kaurismäki expresar con pocos planos mucho más que otros autores en cientos de imágenes de contenido vacío. De hecho, en esta ocasión, la fisicidad de los personajes y la visualización de los gags lleva a Aki más cerca de Jacques Tati o de Chaplin que a sus referentes Bresson y Ozu.
Un par de años antes de la caída de la URSS, esta original fábula sobre la dignidad da una serie de trabajadores oculta en su trama una serie de guiños para conocedores. Como explica Peter Von Bagh en un reciente libro de entrevistas al autor finlandés, hay que tener en cuenta que Finlandia era algo así como la última frontera de la URSS, el país que no se conquistó pero que vivió a la sombra del Imperio, en una relación de amor y odio hacia un vecino tan peligroso. Así, los Leningrad Cowboys, que triunfaban (¿) en bolos escandinavos con éxitos clásicos referentes a Rusia acaban emigrando hacia la nueva tierra de promisión. Tras la caída del muro y la ruina soviética, Finlandia correrá el riesgo de ser la Albania del Norte, un país disoluto en el que triunfarán los arribistas como el manager del grupo. En Escenas de la vida de bohemia, rodada dos años después, en la que la amargura supera el buen humor, el protagonista dice ser albano. Pero, en América, en el 89, aun lucía el sol y los miembros de un grupo musical podían viajar sentados en el capó de un coche mientras descubrían el rock.