Edo, segunda mitad del siglo XIX. Como sucedía en Rashomon, la lluvia reúne alrededor de un mismo lugar a tres individuos que buscan cobijo, en este caso, delante de un baño público. El primero trabaja recogiendo deposiciones para hacer abono, el segundo seguirá al primero como su ayudante, y además, se enamorará de la tercera, la hija de un samurai. Estos personajes serán los protagonistas de Okiku and the World; una historia sobre los bajos fondos que responde ante la identidad visual y creativa de los grandes maestros del cine japonés en blanco y negro.
Junji Sakamoto plantea un jidaigeki en plena forma que parece pertenecer a otro tiempo por su inusitado tratamiento dramático y formal. Sin embargo, no solo funciona como homenaje a una iconografía concreta, sino que encuentra su propia voz actualizando estos términos al lenguaje que emplea. Su acercamiento explícito al trabajo de los dos amigos es un claro indicativo de esto, presentando la poética sobre su universo sin pudor ni excentricidades. Es decir, la manera en la que escoge poner en escena la acumulación de materia fecal es coherente con el mundo que retrata —de calles abarrotadas y personajes marginales—, encontrando la belleza en sus intimidades y aspiraciones. Esta fijación sobre los apartados resuena en la obra de Kenji Mizoguchi, pero sobre todo, en las películas que se conservan de Sadao Yamanaka. Su inevitable parentesco temático y social con Humanidad y globos de papel (1937) establece la dimensión emocional de una realidad separada, donde el mundo entero cabe en un vecindario. Dividida en diferentes capítulos marcados por el paso de las estaciones, la película irá exponiendo las dificultades que afrontan sus personajes, retratando la crueldad jerárquica y el rechazo social. Esta visión ensombrecida y miserable sobre la naturaleza humana rivaliza con la amistad y la resistencia de sus tres protagonistas, aferrados a sus condicionantes y expectativas. En un momento de reafirmación e inmensa dignidad, uno de los dos trabajadores dice: «Sin nosotros, Edo sólo sería una montón de excrementos», siendo ellos mismos los únicos testigos de dicha exclamación. En el fondo, este grito de rebeldía ante todo expone su indispensable individualidad, compadeciendo y admirando la labor del otro aunque nadie haga eso por ellos.
De esta forma, Okiku and the World recobra el valor humano del primer cine japonés a través de su deslumbrante planificación lingüística, haciendo del tributo una obra mayor repleta de ideas e imágenes únicas.