Como cada año el Asian Film Festival de Casa Asia nos regala cientos de propuestas para escoger, llegados de una veintena de países. Algunas avaladas por premios internacionales, otras pueden ser perlas a descubrir. Comentamos algunas de las obras más interesantes de entre las que pudimos disfrutar y que incluyen algunas de las películas más interesantes de 2023.
Más allá del contexto social y político, más allá del drama, diversas obras mostraron con efectividad y diversidad de estilos cómo una vida constituida de pequeños momentos nos envuelve, nos define y determina nuestro destino. Un puñado de obras excelentes reflexionaron sobre ello, facilitando la celebración del cine de este año.
Carefree Days (Liang Ming, 2023)
A Lingling no le preocupa tanto su insuficiencia renal y la diálisis que precisa periódicamente como el vivir cada día, ese carpe diem que hace preciosa la vida. Carefree days sigue las andanzas de la joven en compañía de su amiga Ta Na y de Zhao, un compañero de la escuela, recuperado en circunstancias dolorosas. Liang Ming arranca la cinta, cámara en mano, con unas secuencias agitadas, en plena discusión de los padres de Lingling, que ella atraviesa con auténtico desprecio. Puesta en escena y edición continuarán transmitiendo el malestar que existe entre un padre irresponsable e infiel y una madre que se esfuerza por acercarse a su hija, dejando el drama de salud a un lado. En el trágico momento en que Lingling se queda sola y a la reaparición de un padre (parcialmente) cambiado, el director opta por aflojar el ritmo. A partir de ese momento, las imágenes son más pausadas y, en lugar de trabajar el frenesí, indaga en los gestos, en las actitudes de cada personaje y en pequeños detalles, sin dejar de lado un humor ácido que surge de las bromas entre el trío protagonista o las apariciones del padre, un donjuán de pacotilla que se droga para mantener su virilidad. En tono de comedia se denuncia el negocio funerario y la violencia de género, pero la esencia de estos días despreocupados está en los momentos, aparentemente intrascendentes, que Lingling pasa con sus amigos, en la conversación en la corsetería de Tana, en el regalo sorpresa de su padre, en el paseo sobre el hielo con Zhao o, sobre todo, en la secuencia nocturna de la playa, con los reflejos en el agua y los fuegos de artificio. Eso es, ni más ni menos, la vida. Un conjunto de breves momentos a los que Lingling se aferra, consciente, aunque pretenda no serlo, de la gravedad de su enfermedad. Una vida, por otro lado, que no puede controlarse y que sorprende, desagradablemente, con chascos que también forman parte, sin solución de continuidad, de la alegría de vivir. Lingling deberá meditar sobre todos ello mientras se deja ir en un incierto final, más melancólico que dramático.
Perfect Days (Wim Wenders, 2023)
El regreso del autor de En el curso del tiempo tiene grandes méritos. En primer lugar, el inherente a su propia calidad, por supuesto, y en concreto a la de su personaje, Hirayama, interpretado por un parco y acertado en su contenida expresividad Koji Yakusho. Pero, en segundo lugar, al feliz regreso de un buen director tras décadas de obras mediocres. Perfect Days es auténtico Wenders. El Wim Wenders admirador del zen japonés que vimos en Tokyo-Ga, el viajero que admiraba curiosidades y atravesaba mundos en El cielo sobre Berlín o Hasta el fin del mundo, el observador de personajes introvertidos como el Bruno Ganz de El amigo americano, o el Harry Dean Stanton de Paris, Texas entre tantos otros, el melómano admirador del rock setentero como evidencia, una vez más, en esta película.
Si Carefree Days giraba en torno a la búsqueda de experiencias y emociones de Lingling, Perfect Days se basa en la repetición, casi ritual, de la actividad diaria de Hirayama. Con un trabajo tan poco atractivo como limpiador de baños públicos, Hirayama pone todo su empeño en ordenar, limpiar y lucir espacios, picas y wáteres, mientras Wenders pone el suyo en reflejar como esta actividad reporta satisfacción al protagonista. Así, día tras día, el director de Relámpago sobre el agua retrata la rutina: despertar con el sonido de la escoba del barrendero, rápida limpieza de cuerpo y dormitorio, cuidado de las pequeñas plantas que mantiene en su pequeño hogar, café envasado y vehículo, éste con música de fondo facilitada por un casette (como el de Drive my Car de Hamaguchi) hasta el trabajo; luego, recogida del material, cambio de vehículo por una bicicleta, higiene y baño en un local público y cena frugal en un bar dónde se le ofrecerá la comida para compensar el trabajo duro del día. Puntualmente, hay visita a una librería de viejo (con sucinto comentario de la propietaria sobre el libro que adquiere) o a una taberna. La noche le alcanza, cansado y con el libro a su lado, para ofrecerle sueños de luces y sombras en blanco y negro, hasta que despierta a la hora señalada.
No es, no obstante, un elogio de la rutina o la crónica de una derrota. Hirayama no es el último, menospreciado y desterrado a un sanitario. Lo deja claro ante las insistentes preguntas (sin respuesta) de su compañero, un atolondrado joven que ama a una chica que le es indolente, pero que (en un caso único de contacto humano) admira la discografía contenida en los casettes de Hirayama (que su novio querría vender sin valorar el contenido). Hirayama, es un ermitaño orgulloso de su trabajo y cuya vida se anima por pequeños instantes de alegría diaria que solo él sabe disfrutar: el trayecto con el fondo musical (Dylan, Stones, Lou Reed, la Velvet, Patti Smith, Van Morrison, Kinks, Otis Redding, Nina Simone…), la comida en un jardín dónde observa, en contrapicado, las copas de los árboles (que gusta de retratar con una vieja cámara analógica), el intercambio de tres en raya al que juega con un desconocido ocultando el papel tras el cristal de un baño, el jacuzzi tras el trabajo y la lectura de un buen libro, tumbado en su tatami. Wenders y Yakusho evitan en todo momento mostrarlo como un caso clínico. La relación que mantiene con todos los personajes que puntúan la cinta (su compañero Takeshi, su sobrina o el personaje que aparece para explicar su drama) evidencia su humanidad y el rostro imperturbable permite evidenciar, discreta pero muy cálidamente, rasgos de bonhomía, empatía e incluso felicidad. Es precisamente en la aparición singular de un desconocido que le pide un favor y a la vez le cuenta su tragedia cuando Hirayama reacciona de modo más sorprendente, pero, a la vez, más adecuado, proponiendo un juego infantil que eleva el ánimo. Es en este momento de diversión, de luces y sombras, dónde la humanidad de Hirayama es más obvia y dónde parece tender la mano a la Lingling de Carefree Days.
Tras los créditos finales, Wenders añade una clave complementaria a sus imágenes. Una tradición japonesa valora el juego de luces y sombras, incluido el provocado por el movimiento de las hojas, como representación de la vida misma, dónde ningún momento va a ser igual que otro. La vida no es rutinaria en ningún caso y de cada uno de nosotros depende encontrar los alicientes.
Evil Does not Exist (Ryusuke Hamaguchi, 2023)
Comentar la nueva obra del autor de Drive my Car es uno de los más difíciles retos a los que podría enfrentarse un cronista para hacer llegar las sensaciones surgidas durante y después del visionado de la película a alguien que no la haya visto.
La cinta arranca con los créditos intercalados entre travelling contrapicados de las copas de un bosque (semejante a la vista que el Hirayama de Perfect Days tenía en el parque). La música de Eiko Ishibashi va incorporándose y remitiendo alternativamente a diferentes imágenes. Al finalizar los créditos veremos a Takumi, el protagonista clave de la película, recoger agua del arroyo para proveer a un restaurante de udon situado en el bosque. Sucesivamente aparecerán, en diversas secuencias, los personajes que conforman el grupo destacado de residentes del pequeño poblado: la dueña del restaurante, la pequeña hija de Takumi, el dirigente local… secuencias que serán intercaladas con diversas visiones del bosque, mediadas por paseos de Takumi y su hija, en las que observan los diversos tipos de árboles, los ciervos y otros rastros de la vida salvaje. No será hasta más adelante cuando tenga lugar una escena específicamente guionizada, con la intervención directa de diversos personajes dialogando entre sí, en la que se evidencia un conflicto y brotan opiniones opuestas en torno a una propuesta comercial, la instalación de un glamping en el bosque, con la intención de atraer público a las zonas rurales. A ésta le sigue unas breves imágenes de los rascacielos y las avenidas tokiotas como introducción de otra discusión, entre los promotores de la inversión comercial y los representantes que están informándoles del resultado de la reunión previa con los habitantes del pueblo.
No hay, sin embargo, una estructura formal dramática en El mal no existe. Mientras Drive my Car, en sus múltiples capas, era un obra en la que guion y diálogos tenían una relevancia crucial (tanto en su relación con El tio Vania como con el desarrollo de los personajes), la nueva obra de Hamaguchi se revela absolutamente libre en la mayor parte de sus aspectos y las referidas secuencias no serían sino pretextos, macguffin argumentales que permiten al director desarrollar un largometraje en torno al bosque, a la Naturaleza y a la relación de ésta con los humanos. Todo tendría su origen en la solicitud que Eiko Ishibashi, compositora de la película, hizo a Hamaguchi solicitando imágenes del bosque para acompañarla en un concierto, éste a su vez filmado por el director (lo que ha dado como resultado otra película, Gift). La atracción que el bosque causó a Hamaguchi dio pie a una ampliación del rodaje inicial y, posteriormente, a la elaboración de El mal no existe. Así pues, el resultado no aspira tanto a ser un largometraje de ficción como una evocación de la Naturaleza, en mayúsculas. Aun sin conformarse como ensayo audiovisual, las escenas de desarrollo más narrativo (las ya citadas y también la siguiente, en la que los dos representantes de la empresa pasan de defender su proyecto a plantearse un radical cambio de vida durante un trayecto en vehículo, algo que remite a Drive my Car) parecen aisladas en un metraje dónde prima la observación de flora y fauna, el sonido del viento, de las pisadas sobre la nieve, el bufido de los ciervos y la sonoridad de la partitura de Ishibashi que va acompañando las imágenes.
Posiblemente el grueso de los espectadores se sienta descolocado en un primer visionado por la evolución de la cinta. Muy probablemente nos alinearíamos con los locales ante la propuesta de un espacio de glamping que puede alterar la vida de los ciervos, aumentar el riesgo de incendio y contaminar de aguas fecales el valle entero por el mal diseño de la fosa séptica (aunque no dejaremos de sorprendernos como mediterráneos ante la extrema corrección de unos y otros en un debate que no se parece en nada a los que vivimos a diario en nuestros noticiarios). Sin duda, sonreímos con los súbitos brotes de empatía que llevan a los comerciales a renegar de las premisas marcadas por la empresa y plantearse una asociación con Takumi y los vecinos (absolutamente distante a las situaciones planteadas y desarrolladas en una de las obras alimenticias de Gus Van Sant, Promised Land). Pero es muy difícil que nadie decida cómo reaccionar al súbito cambio de registro que Evil Does not Exist presenta en su tramo final, cuando la oscuridad y la niebla se apoderan del encuadre y los personajes se difuminan dentro del bosque buscando a la pequeña desaparecida.
Es posiblemente a posteriori cuando se pueda recomponer el conjunto de imágenes vistas (y aquellas que quedan en off visual) junto con las sensaciones facilitadas por Hamaguchi e Ishibashi para hacerse una idea del objetivo de ambos. El mal no existe es una celebración de la Naturaleza, pero evita la ingenuidad. El bosque debe defenderse, pero se puede vivir de él y en él. El bosque debe protegerse, pero no es inocente. Son conceptos simples aunque no simplistas que los dos autores vehiculizan con sus imágenes y música para hacernos partícipes de las emociones, más que de las razones, para demandar una empatía basada en el aprecio a todos los seres vivos, humanos incluidos.