Entrevista Lois Patiño. Seminci 2023

Cerrar los ojos… abrir la mente

La película más narrativa de Lois Patiño es un pequeño gran evento cinematográfico. Una adaptación del Libro tibetano de los muertos en el que el alma de una anciana laosiana se reencarna en una cabritilla zanzibarí. Dos realidades, dos mundos, separados por un momento sorprendente en el que el director nos pide que cerremos los ojos y le acompañemos en una meditación guiada. Entrevistamos a Patiño por su proyecto más ambicioso hasta la fecha, acerca de la transmigración del alma fílmica.

La primera pregunta solo puede ser hasta qué punto podemos contar lo que ocurre entre las dos historias que forman tu película…

No hay problema en explicarlo, porque el proyecto nace de ahí, de esa idea que rompe la experiencia cinematográfica. Incluso la usamos a nivel de marketing. La idea de cerrar los ojos durante la película la tuve hace cuatro o cinco años. Un poco más tarde vi la película georgiana ¿Qué vemos cuando miramos al cielo? (Koberidze, 2021), que pide a los espectadores cerrar los ojos durante un momento. Es un gesto muy bonito, pero nosotros queríamos crear un espacio inmersivo, que te diera tiempo a perderte en tus propios pensamientos y en tus propias imágenes mentales durante un rato.

Lois Patiño

¿Cómo decidisteis cuánto debía durar?

La mayoría de las personas se piensa que son 10 minutos, pero se alarga un 50% más de lo que creen. Cuando el sonidista me envió la primera versión duraba unos 21 minutos y lo fui acortando. Los 15 minutos finales creo que funcionan con respecto al equilibrio de las dos partes de la película y que da tiempo a sumergirte y perderte. Además, la sensación de duración varía bastante al tener los ojos cerrados, porque no te orientas bien. La experiencia subjetiva de cada uno es muy muy abierta y varía, claro está.

Ese momento, ¿condicionó el resto de la película?

Tenía claro que no podía ser una mera experiencia perceptiva de cine experimental, porque en ese terreno ya estaba más o menos explorado. Para que la idea fuera potente e innovadora tenía que estar inscrita en una película narrativa y poseer un significado en la historia. Lo primero que pensé fue en hacer una película para ver con los ojos cerrados que explorara la idea de cómo se ha representado lo invisible en el cine, pero no tenía asociado a qué. Un poquito más tarde di con El libro tibetano de los muertos y entendí que me interesa mucho la experiencia espectral y cómo las distintas culturas se acercan a la idea del limbo y han reflexionado acerca de la muerte y el más allá.

¿Prácticas meditación?

No, no la practico, pero me interesa explorar un cine contemplativo, un cine de duraciones largas, en el que te da tiempo a perderte en la imagen. Me interesa mucho la intimidad, la experiencia introspectiva y el cine como espacio. A partir de un cine contemplativo, llegamos a un cine meditativo. Aquí yo era consciente de que en esta experiencia del cine contemplativo estaba dando un paso más allá, más profundo y más radical y que al final el cine se iba a convertir en una experiencia de meditación colectiva.

Lois Patiño

Ya que tú sacas la etiqueta, para ti, ¿existen connotaciones diferentes entre cine contemplativo y Slow cinema?

Contemplación vendría más de que haya muy pocos elementos de acción en el relato, y la lentitud puede darse a pesar de haber muchos acontecimientos.

El cine de Lisandro Alonso, Albert Serra o Apichatpong Weerasethakul y sus ficciones minimalistas… Yo he intentado explorar ambos terrenos. En Lúa vermella, por ejemplo, a partir de la forma, de figuras inmóviles, con un cine de temporalidad suspendida, casi podríamos hablar de un cine de la parálisis.

En Samsara, cuando tenemos los ojos abiertos, hay mucha más acción que en mis anteriores películas. La exploración del lenguaje cinematográfico, que necesito para que un proyecto me resulte estimulante hacerlo se condensa en la parte central. En la parte de ojos abiertos, varía, En Laos hay construcción narrativa que puede ir más en la línea, de un slow cinema a lo Apichatpong, con pequeños acontecimientos. La parte de de Zanzíbar es un poquito más documental. Añado una tercera categoría: el cine sensorial, que también estaría dentro de este árbol genealógico de conceptos.

¿Por qué decidiste rodar en dos lugares como Laos y Zanzíbar?

La película busca ser como una celebración de la diversidad cultural y quería buscar el contraste máximo en todos los niveles que pudiera. De un país budista saltamos a uno musulmán, donde también hay masáis y animistas. De una raza saltamos a otra. Laos es el único país que no da la costa del sudeste asiático y Zanzíbar es una isla Además, en Zanzíbar descubrí también la comunidad de las mujeres que trabajan en las granjas de algas, porque en Laos los templos están vetados para las mujeres… Quería explorar todos los contrastes posibles, pero la elección al final fue casual. Escuché mi destino. Después de viajar a Laos me invitaron a dar un taller de vídeo arte a Zanzíbar.

Samsara

Es tu película con una distribución más ambiciosa. ¿Podríamos hablar de un estreno comercial, incluso?

Se ha vendido ya a 15 países. En Reino Unido e Irlanda la ha comprado Curzon, que también distribuyó As bestas o Triángulo de la tristeza y nos permitió estrenar en el Festival de Londres en la pantalla IMAX del BFI. Han entendido que es una película que hay que experimentar en el cine en un momento en el que es difícil llevar a espectadores a las salas. Creo que puede convertirse en un pequeño hito para para un espectador abierto.

O que arde, de Oliver Laxe, también tuvo un sorprendente estreno comercial. ¿Laxe, Mauro Herce o tú mismo, habéis cambiado un poco lo que se puede ver en cines comerciales?

Añadiría también a Jaione Camborda o a Eloy Enciso. Somos amigos. Lo que ha sucedido en Galicia ha sido muy bonito. Películas como O que arde son películas-puente, con códigos suficientes para atraer a un a un espectador más convencional, a pesar de que hay una gran dosis de sensorialidad y de trascendencia muy bien dosificadas en sus imágenes. Empieza y acaba con el fuego y la niebla. Y entre medio tenemos la relación de los personajes, que mantiene al público agarrado. Yo todavía no he hecho un esfuerzo tan grande. Soy un cineasta que llegó desde el vídeo arte. Mis padres son pintores y yo empecé trabajando en vídeo desde el arte contemporáneo. Llegó un momento en el que las fronteras empezaban a ser fluidas: hacía piezas cortas que, si se presentaban en un museo, eran vídeo arte y, si en un festival de cine, corto experimental. Poco a poco he introducido más el relato y la narrativa hasta llegar a la hibridación de Samsara. En la en la voluntad de Oliver y de varios compañeros sí que está esta idea de atraer a un público más amplio hacia películas diferentes y con un poso espiritual. Siento que yo también voy hacia ahí, pero como vengo de un punto de partida mucho más más conceptual me cuesta más.

Creo que es importante que existan estas películas y que se amplíe lo que se entiende por cine. Cuanta mayor sea la diversidad de películas que alcancen a un gran público, mejor. Son películas que, si te si te abres a ellas y te dejas guiar por ellas, te regalan mucho porque al ser experiencias novedosas, huyen de lo conocido que te da seguridad y no te requiere de demasiado esfuerzo. Tienes que procesarlo. Es lo que yo he recibido con Samsara: gente muy agradecida que dice que nunca va a olvidar esta experiencia.

Samsara

Hemos hablado mucho de la experiencia en el espectador, pero querría que me comentaras tu propia experiencia, ¿cómo te ha cambiado a ti?

El proyecto nace de la voluntad personal y de la creencia de que en el diálogo intercultural se genera una riqueza y un aprendizaje mutuo de un valor incalculable. Es un proyecto que además quiero continuar, que sea un proyecto vital hasta que me den las energías o las ganas. Teníamos mucha precaución para huir de los exotismos, porque éramos conscientes de ser europeos yendo a países más en vías de desarrollo. Queríamos intentar habitar los espacios, conocer bien las culturas, convivir y aprender lo máximo posible. Éramos un equipo muy pequeño: 8 o 10 personas en Laos y otras 8 o 10 en Zanzíbar. Pasábamos 24 horas al día trabajando y conociendo la cultura, no yendo a lugares. En el en el templo budista de Laos dormí un par de noches con los monjes, y así aprendí su rutina y su día a día. En Zanzíbar lo mismo: las mujeres que trabajan en las granjas de algas nos enseñaron todo el proceso desde la recolección hasta la fabricación de jabones. A Zanzíbar llegué con mi novia y nuestro bebé. Recuerdo la reunión con las 15 mujeres, por ejemplo, para ver si aceptaban que las filmara, mientras mi novia le daba el pecho al niño. Se producen unos intercambios que tanto para ellas como para nosotros fueron muy enriquecedores, y unas inmersiones culturales que te permiten ampliar lo que entiendes por vida.

Samsara, de Lois Patiño