La guerra que viene
Donald Trump mantiene convencidos a sus seguidores de su inocencia, pese a las evidencias y a los fallos de jurados imparciales, y apoya las teorías conspiranoicas de la suplantación de la mayoría blanca por grupos subversivos de orígenes diversos, facilitando manifestaciones y revueltas como la que asaltó el Capitolio.
Netanyahu aprovechó la masacre perpetrada por Hamas para desencadenar un auténtico genocidio en la población gazatí, con un recuento de muertos superior a las 34.000 personas. El ataque de Irán contra su territorio sirve de distracción a los medios de todo el mundo de lo que sigue sucediendo en la franja palestina. En paralelo, la respuesta de Israel con un bombardeo a Isfahan es vendido por el gobierno iraní a su población como un accidente…
No hace falta dar más ejemplos, pero encontraríamos, cada día, numerosas y opuestas versiones, muchas teóricamente plausibles, de hechos determinantes sobre la estabilidad mundial. Y las voces que las apoyan siempre dicen basarse en hechos comprobados. Se dice que la primera víctima de la guerra es la verdad. No hace falta remontarse a la polis ateniense (se habla que fuera Esquilo quien estableció la idea) para comprobarlo. El cine ha reivindicado el papel de los reporteros de guerra, desenredando el conflicto entre verdad y maquinación política en diversas ocasiones, con la notable Bajo el fuego (Under Fire, Roger Spottiswoode, 1983) a la cabeza, y en historias más recientes como fueran Un dia más con vida (Raúl de la Fuente, Damian Nenow, 2018) o Stars at Noon (Claire Denis, 2022).
Sin embargo, tras un visionado de Civil War da la sensación que la nueva película de Alex Garland no va en la misma dirección. Planteando el desarrollo de una distopia, el director de Ex machina (2014) y de la serie DEVS (2020), nos sumerge en plena guerra civil de los Estados (des)Unidos de América en los que las fuerzas secesionistas de California y Texas tratan de derrocar un gobierno presumiblemente corrupto, mientras otras fuerzas (Florida, Seattle) luchan por su lado. En este contexto, cuatro reporteros avanzan hacia el frente tratando de cruzarlo y obtener en Washington una entrevista con el presidente antes de que sea derrocado. La cinta sigue el peligroso trayecto en tierra de nadie, pero no hay planteamientos políticos o enfrentamiento ideológico alguno en prácticamente ningún momento. A los personajes, de hecho, sólo les interesa captar el conflicto y alcanzar su objetivo, el gran reportaje. A la veterana fotógrafa Lee Smith (una Kirsten Dunst adusta y de rostro pétreo, menos dúctil que en otras ocasiones), la sigue su colaborador, Joe, y otro veteranísimo corresponsal de guerra, Sammy. Al grupo se añade Jessie, una espontánea que ha decidido ser fotógrafa en el frente, como su idolatrada Lee.
Hábilmente Garland une como estados secesionistas a Texas, un estado tradicionalmente republicano con movilizaciones xenófobas, y a California, con un espíritu liberal y demócrata que hospeda legalización de la marihuana, protección de la homosexualidad y al Hollywood demonizado por el ala más integrista de los republicanos. No hay, pues, intención inmediata de denuncia hacia un partido u otro. Por otro lado, en todo el recorrido no hay, decíamos, comentarios políticos o bélicos que permitan saber el perfil de las facciones en lucha (la única pista que explicaría parte del odio hacia el gobierno está en la pregunta que Sammy plantearía al presidente acerca de bombardeos sobre población civil). Si en Aniquilación (Annhilation, 2018) el grupo protagonista se enfrentaba a la deshumanización, la sociedad americana que presenta Civil War se ha desintegrado en una lucha sin sentido. “Allí hay un hombre apostado que nos ha detenido. El nos dispara, nosotros le disparamos a él”, responde un personaje con atuendo militar que trata de derribar a otro francotirador cuando Joe pretende averiguar a qué facción pertenecen unos y otros. Tampoco se sabrá en otras secuencias si el grupo está moviéndose entre los unionistas, los secesionistas o a manos de grupos paramilitares espontáneos, ni cuando descubren torturas, se hallan en zonas supuestamente neutrales o, en la secuencia más terrible de la cinta, cuando van a ser ajusticiados gratuitamente. Es en este instante en el que Garland pone las cartas sobre la mesa. Piensa Lee Smith, torturada por los recuerdos de atrocidades contempladas, que su denuncia de los horrores de la guerra, vistos en diversos lugares del mundo, ayudaría a acabar con ellas. Totalmente al contrario, los horrores de la guerra se han adueñado de su país y ahora debe lidiar con ellos. Ni su experiencia, ni sus recursos económicos, ni la posibilidad de dar voz a un combatiente les exoneran de ser violentados por un fascista psicópata dispuesto a eliminar posibles enemigos de la patria. La tensión conseguida por Garland en esta escena y la excelente interpretación de Jesse Plemons (quien se come a todos los demás actores en unos breves minutos, en un papel al que accediera a través de Dunst, su esposa en la vida real) reflejan a la perfección el terrible absurdo que hay en toda contienda bélica.
Lejos de la rotundidad de Men (2022), la obra más atrevida y más conseguida de Garland (… y también la más ignorada), Civil War, en su ambigua resolución, deja al espectador preso de cierta insatisfacción. No hay reflexión alguna por parte de los protagonistas acerca de sus sacrificios o del impacto social de su trabajo. Sangre, sudor y lágrimas vertidas para lucir su trofeo en primera página parecen resultarles justificados. Sin embargo, su triunfo puede ser absolutamente irrelevante. No sólo los textos y las imágenes pueden ser manipuladas. Cualquier frase puede devenir banal. Ahí tenemos, después de su odisea, la respuesta que Joe, afanosamente, obtiene, en última instancia, del depuesto presidente: “No me maten”.
¿Qué consigue finalmente Garland captando el terror propio de las mejores cintas bélicas, si no denuncia a ningún partido o persona concretas, si no debate en torno a la lucha por la veracidad? Sin duda, una alerta potente contra el rumbo que las políticas demagógicas, llenas de falsedades, simplificaciones e insultos, están tomando, una alerta especialmente relevante para los Estados Unidos de América en su deriva hacia el fascismo, pero extensible a Israel, al Reino Unido y a Europa. Un aviso para que evitamos la guerra que viene.