El amor en la boca del monstruo
Puede ser cuestión de expectativas… El guion de Sunshine (2007) con su mezcla de sci-fi y terror no cuajó, llegué tarde al hype de Ex machina (2014) y la serie Devs (2020), de la que Alex Garland era creador y guionista, me resultó un tanto pesarosa en su desarrollo e insatisfactoria en su conclusión. Esperaba tal vez por ello una decepción de esta Men. Garland parece ser un personaje tan arriesgado como curioso en su interés por mezclar thriller, terror y ciencia ficción. Personalmente me atrajo mucho más la propuesta que desarrollara en Aniquilación (Annihilation, 2018) en la que un comando de mujeres se adentra en una zona aislada del resto del mundo tras el impacto de un meteorito. A partir del heterogéneo y casi suicida grupo, Garland desarrollaba una historia que mezclaba aspectos dramáticos de cada personaje con incidentes propios de La cosa (The Thing, John Carpenter, 1982) o La invasión de los ultracuerpos (Invasion of Body Snatchers, Philip Kaufman, 1978) y todas sus versiones previas o posteriores para meditar (como lo hiciera en Ex Machina) acerca de la identidad humana.
En este caso, Men deja a un lado la ciencia ficción y se construye inicialmente como un thriller de terror brillantemente dosificado en un crescendo angustioso. Su protagonista, Harper, ha vivido una tragedia a raíz de la muerte de su pareja y decide refugiarse un tiempo en un caserón de la campiña inglesa, en un entorno de campos ondulados y tranquilas villas rurales… Sabemos, por supuesto, que nada va a salir como esperaba. Pero Garland, a sabiendas de que somos espectadores avezados al género, se guarda un as en la manga.
Las cosas se irán torciendo para Harper progresivamente, iniciándose con leves sospechas de ser acosada, para seguir con sensación clara de amenaza. La secuencia en la que Harper pasea por el bosque hasta topar con un túnel abandonado, frente al cual se entretiene gritando y escuchando el eco hasta la aparición sospechosa de un personaje que arranca a correr hacia ella desde el otro extremo, es ejemplar. Garland utiliza los sonidos y la banda sonora para introducir una tensión que se eleva progresivamente. A partir de ahí, los incidentes se continúan con la bizarra aparición de un extraño que, desnudo y sangrante, pasea por el jardín de la finca de Harper. Será a partir de la creación del contexto adecuado, cuando música y sonido han acabado por fusionarse en una amenazante banda sonora, cuando Garland deje entrever la dimensión de la tragedia. Porque Harper no sólo ha quedado viuda. Su esposo, de quien estaba a punto de separarse, no era sino una maltratador violento que falleció súbitamente, durante una pelea, dejándola, en cierto modo, con una sensación permanente de angustia y, en cierto modo, de incertidumbre.
Será a partir de tal conocimiento cuando Garland despliegue los caminos del terror más puro pero también cuándo revele la naturaleza, la intención, de Men. Harper será acosada sucesivamente por un débil mental (pero potentemente amenazador), un párroco (que aprovecha su posición para manosearla y echarle en cara su supuesto egoísmo), un agente de policía que confiere poca seguridad y un anfitrión progresivamente desequilibrado. El director acelera la situación y pone a su protagonista en un brete cada vez más desquiciado, elaborando en este cuento de terror una clara alegoría de la violencia de género, con un único actor (ingeniosa decisión y brillante interpretación de Rory Kinnear) interpretando todos los nefastos personajes masculinos. Así, del día pasaremos a la noche, de los espacios abiertos al interior y de las amenazas veladas a un ataque abierto que la lleva a una fuga y al enfrentamiento final con sus antagonistas. Un duelo absolutamente desaforado, una idea de guion impecablemente puesta en escena, una apuesta absolutamente bizarra que consigue retratar de modo contundente el machismo y la violencia de género, y como tantos monstruos esconden el monstruo en su interior hasta que desboca de sus entrañas con, cínicamente, la palabra amor en la boca. Quizás ninguna extravagancia me había resultado tan impactante a nivel visual y conceptual de modo simultáneo como aquella Mother! (Darren Aronofsky, 2017) en la que Bardem torturaba a su musa para exprimir la inspiración de ella.
Sea tal vez por mis prejuicios hacia la obra previa de Garland, sea por su valor intrínseco, Men es una propuesta valiente, conseguida y tremendamente original como denuncia del maltrato.