Una montaña rusa imprevisible
La filmografía de Ryusuke Hamaguchi está compuesta por una concatenación de imágenes y silencios urbanos que, en su parsimoniosa quietud, en su valiente detención del tiempo, en su deseo de imbuir al espectador en un mundo roto por los cristales de la incomunicación y por la dificultad para afrontar la pérdida de los seres queridos y de hacerle interaccionar con él, buscan entender los mecanismos de la soledad y ofrecer algunas herramientas con las que paliarla brevemente, con las que mantenerla a raya, domesticada, aunque sea durante unos minutos. Es por eso que cintas como La ruleta de la fortuna y la fantasía o Hasako, en su traslúcido tratamiento de la alienación que produce la sensación de aislamiento en alguien que vive rodeado de gente, funcionan como espejos aterciopelados por una capa de empatía que no buscan tanto entender el germen que provoca dicha soledad, como ofrecerle al público un relato que haga vibrar las cuerdas de sus emociones a través de la empatía, del reconocimiento en los problemas que afrontan sus personajes. Así, esa representación muda de El Tío Vania al final de Drive my Car se convertía en el paradigma de toda la obra del director, en el punto de llegada de unas imágenes inflamadas por la fiebre de la emoción vibrante y desnuda, en el corazón agrietado que encontraba el sentido de toda una vida en su último latido.
Parecía difícil, por tanto, depurar más un estilo ya de por sí depurado, perfeccionar un sistema narrativo de raíz perfecta. Precisamente por eso, en su última película, El mal no existe, León de Plata en la pasada edición del Festival de Venecia, Hamaguchi ha optado por diseñar una propuesta cuyo principal objetivo es deconstruir todo lo que se ponga delante suyo: desde la propia filmografía del director, pasando por el capitalismo, las diferentes formas de narrar un relato o el cine de género. La cinta cuenta la historia de Takumi (Hitoshi Omika), un manitas que vive en un pequeño pueblo situado entre las montañas de las afueras de Tokio con su hija Hana (Ryo Nishikawa). Sus días transcurren tranquilamente encuadrados en una rutina meticulosa que les permite disfrutar del contacto con la naturaleza y de la contemplación del paisaje, y que no les exige ir con prisas de un lado a otro. Así, el día que una empresa llegue al pueblo con la intención de construir un glamping (camping de lujo) que tendría un gran impacto contaminante en la zona, la calma que imperaba en la zona se verá seriamente desestabilizada.
Hamaguchi acierta a componer en El mal no existe un ejercicio de mutación narrativa en el que los personajes aparecen y desaparecen del relato sin ningún tipo de explicación, en el que el punto de vista desde el cual se relata la historia cambia de una escena a otra, creando un mosaico de realidades superpuestas que le confieren a las imágenes un aura de ensoñación absorbente, en el que el silencio contemplativo de las escenas se rompe de pronto con un largo diálogo en el que el director abandona su posición apolítica para dejar al descubierto las estrategias injustas, abusivas y antidemocráticas del capitalismo. La película, por tanto, funciona como una montaña rusa sin final que sumerge al espectador en un viaje alucinado y lleno de sorpresas en el que la habitual parsimonia de las imágenes contemplativas de Hamaguchi y el carácter silencioso de su protagonista son los únicos elementos que permanecen invariables con respecto a sus otros títulos. La cinta es al mismo tiempo cine sensorial y cerebral, en tanto que exige al espectador colocarse en esa delgada frontera en la que la abstracción de las escenas pueda deleitar sus sentidos con una brisa de irrealidad, sin evitar que su anclaje realista desmonte los engranajes de la actualidad, lanzándole constantes preguntas que, debido a la fuerza de su enunciación, resultan completamente ineludibles. Y en el centro de todo esto, las grandes interpretaciones de Hitoshi Omika y Ryo Nishikawa y la mano maestra de un cineasta en estado de gracia le confieren a El mal no existe su carácter de artefacto perfecto e imprevisible.