Hong Sang-soo, el prolífico cineasta surcoreano, es conocido, además de por su inmensa filmografía, por su estilo tan particular, un cine que destaca por su depurado minimalismo. En la película que nos ocupa, The Power of Kangwon Province (1998), su segundo largometraje, aún no había desarrollado del todo su apuesta formal a la hora de rodar, pero sí que aparecían ya rasgos de su identidad como cineasta que derivarían en sus características autorales. Hong Sang-soo fue galardonado con el premio a mejor dirección y mejor guion en los Blue Dragon Film Awards, la ceremonia anual que busca premiar la excelencia cinematográfica de Corea del Sur.
The Power of Kangwon Province divide su argumento en dos partes, cada una ofreciendo un punto de vista distinto al centrarse en personajes diferentes. En la primera parte, un grupo de amigas visitan la provincia de Kangwon, viaje en el que conocen a un joven policía que decide ayudarlas durante su estancia. Ji-Sook (Oh Yun-hong), la cual viene de una ruptura reciente, comienza una relación con el policía. En la segunda parte, Sang-Kwon (Baek Jonh-hak) y un amigo, ambos en el mismo tren que el grupillo de Ji-Sook, también viajan a Kangwon a pasar allí unos días. Con esta premisa, el director surcoreano juega con el azar y las coincidencias desde una sutileza absoluta, dejando caer pequeños detalles para que sea el propio espectador quien ate cabos. Con una pintura en la pared o mediante una noticia que reporta un crimen, Sang-soo enlaza las historias cuya unión se mantiene en fuera de plano. Aparentemente separadas, los protagonistas de ambas historias pasan por un duelo melancólico en busca de algo que les pueda hacer sentir mejor, compartiendo algo más que Kangwon como destino del viaje. Cada uno siguiendo su propio camino, en las conversaciones sencillas expresan su estado anímico desde los temas más comunes, aunque por momentos asomen cuestiones algo más trascendentales, y dan a entender las reflexiones internas que se debaten en su interior.
The Power of Kangwon Province se construye en base a planos fijos en los que, habitualmente, los personajes dialogan entre ellos. Los zooms o ligeros movimientos de cámara que tanto caracterizan al director surcoreano no tienen presencia en este filme, el cual parece que hasta el encuadre de las imágenes sigue un enfoque más tradicional. Además, los planos no se prolongan tanto, ni siquiera en aquellos en los que los personajes están comiendo o bebiendo, siguiendo una estructura de escenas más escuetas y funcionales en pos de una narrativa lineal en lugar de distendidas conversaciones. Esto no significa que los diálogos sean menos importantes, siguen siendo el tronco principal aunque sean más breves y cambien con más frecuencia. Las conversaciones se mantienen cotidianas y en ocasiones no parecen tener demasiada relevancia para la trama, pero aunque no tengan la finalidad de hacer avanzar el argumento, siempre aportan algo al mundo de la película y, especialmente, al trasfondo de los personajes.
Con esta pequeña historia de tramas cruzadas, el segundo largometraje del director surcoreano, Sang-soo ya estaba encaminado en la construcción de su estilo tan reconocible. Más allá de la propuesta formal, también son apreciables temáticas recurrentes de su filmografía. En la provincia de Kangwon, el lugar común al que acuden Ji-Sook y Sang-Kwong en sus momentos bajos, Sang-soo se centra en sus protagonistas para crear un pequeño retrato de la cotidianidad con desengaños amorosos, relaciones interpersonales y, por supuesto, conversaciones bajo la influencia del alcohol.