Perfección formal en el día de la marmota
Woman is the Future of Man es la película que dio a conocer a Hong Sang-soo a nivel internacional al ser presentada dentro de la Sección Oficial del Festival de Cannes de 2004. Distinción merecida ya que quizás se trate de una de las obras más notables del director, máxima expresión de su cine tanto en lo formal como en lo discursivo. La trama parte del reencuentro de dos amigos, Mun-ho y Hyen-go, estudiantes de cine en la universidad. Tras sus estudios, la vida de ambos tomó caminos a primera vista separados pero que sin embargo comparten múltiples puntos en común: el fracaso y desencanto en sus respectivas carreras profesionales y la fijación por las mismas mujeres en el plano personal.
Reaparecen de nuevo algunos de los temas habituales del autor, presentados con una supuesta naturalidad pero en el fondo delineados con una precisión milimétrica. Ante el juego de variaciones de Hong Sang-soo, siempre cabe intentar ofrecer alguna interpretación ante su obsesión por esta aproximación tan peculiar. Quizás una posible explicación la encontramos en el psicoanálisis. Durante las sesiones de análisis, el paciente avanza hacia la cura a través de una conversación/monólogo autorreflexivo apoyado por la presencia del terapeuta. Habitualmente, el sujeto vuelve repetidamente a los mismos temas, traumas y preocupaciones pero más allá del aparente bucle inane, siempre se extraen nuevas enseñanzas que permiten avanzar en un proceso lento pero progresivo hacia la aceptación y la serenidad. Precisamente esta es la deriva que encontramos en el cine del coreano, donde unas primeras películas más oscuras y decadentes poco a poco van dejando lugar a otras más luminosas y apacibles. Pese a seguir dibujando el mismo tipo de personajes imperfectos (alcohólicos desencantados y algo patéticos) sí que ha ido cambiando la mirada del director sobre ellos.
En el caso de Woman is the Future of Man nos encontramos en un punto medio donde la ilusión de ligereza del aparato cinematográfico en algunas secuencias da paso a otras mucho más agresivas pero siempre con una distancia formal que, lejos de transmitir la frialdad de otros directores como Lanthimos, construye aquí un contraintuitivo mecanismo empático. La falta de jerarquía entre las diferentes situaciones resuena con la repetición, el tedio y la apatía de las sociedades contemporáneas. Las escenas se suceden sin evidente relación narrativa causal, confundiéndose flashbacks con la trama en el presente, estampas oníricas con sucesos en vigilia. Sorprendemente, la meticulosa colocación de estas pequeñas trampas no dificulta la comprensión de la trama sino que reincide en las propias inquietudes temáticas de la cinta, pues su significado precisamente se ve reforzado al enmarcarse dentro de un bucle sin fin en la vida de los personajes. La desaparición de la direccionalidad temporal va aparejada con la repetición de los mismos errores y la imposibilidad de alcanzar un propósito de realización en sus vidas.
Este subtexto va permeando alrededor de largas conversaciones en mesas llenas de botellas de soju. Un enfoque que podría parecer perezoso y reiterativo desde el punto de vista clásico pero que en manos del coreano se revela como un poderoso método para revelar la naturaleza de lo humano. Uno de los principales instrumentos por los que funciona el arte narrativo es a través de su capacidad para desplegar simulacros de otras vidas. Nuestra psique es capaz de extraer mejores lecciones sobre la vida usando este constructo artificial que ante una mera exposición externa. Si nos paramos a pensar, fuera del arte, nuestro conocimiento del mundo y de las relaciones humanas se articula fundamentalmente a través de conversaciones con amigos, familiares y conocidos. Hong Sang-Soo sustenta así su dispositivo narrativo predilecto en un realismo radical que permite una intensa identificación del espectador con los personajes y por lo tanto una sensación profunda de conmoción y descubrimiento en el espectador.
El perfecto equilibrio de todos estos ingredientes habita en Woman is the Future of Man, desarrollados en una estructura simétrica que otorga aún más armonía al conjunto. Un tono que es necesario para asimilar el descarnado contrapunto de algunas secuencias (la representación del sexo se muestra una vez más deshumanizadora y angustiante). También ayuda un sutil pero tremendamente ácido sentido del humor que se deja ver en comentarios como el del profesor que afirma que su vida idílica sería obtener plaza fija en la universidad. En definitiva, el resultado final consigue hipnotizar al espectador en, reiteramos, una de las obras más destacadas del realizador coreano.