Night and Day se siente en algunos aspectos como una culminación del cine que Hong Sang-soo fue construyendo en la primera parte de su carrera. Sus rasgos más llamativos, esto es, una desacostumbrada duración, alrededor de las dos horas y media, que la convierten en su film más largo con diferencia, y el hecho de tener a París como escenario principal, parecen dar respuesta a una ambición narrativa y de producción contra las que viene trabajando activamente en los últimos años. Supone además el encuentro con un espacio icónico en términos cinematográficos, como si Hong admitiera la deuda de su obra con la cinematografía francesa, por más que la reiteración en la comparación con Éric Rohmer, ya habitual en aquellos tiempos, siempre fuera un tanto simplificadora (a pesar de que la estructura de los Cuentos Morales no esté muy lejos del planteamiento argumental que nos ofrece aquí). En cualquier caso, imbuido en este privilegiado marco parisino, la puesta en escena se antoja discretamente virtuosa, con el uso de panorámicas que resuelven las escenas en plano único, una constante en el film, y que también le sirven al coreano para enseñorearse con el decorado urbano, dándose el gusto, por ejemplo, de mostrar el paisaje capitalino desde el Sacré Coeur o de girar la cámara desde el Pont Royal para que veamos la fachada del museo de Orsay seguida del Grand Palais al fondo de la imagen.
Pero no todo es brillante en la Ciudad de la Luz, su cámara también se detiene en un zurullo del que se ocupa el servicio de limpieza urbano bajo la mirada discretamente divertida del protagonista. Es curiosa la relación que establece la imagen entre un pedazo de mierda y este hombre, otro representante muy claro de la galería de personajes cultivada por Hong en aquellos tiempos en los que sus películas estaban más volcadas sobre caracteres masculinos de dudosas cualidades. Se trata generalmente de artistas cuya supuesta autoridad intelectual no consegue esconder (o más bien realza) sus miserias emocionales, la fatuidad, petulancia, envidia, cinismo o volubilidad, señales todas de una acusada inmadurez que se manifiestan muy en particular en las relaciones con las mujeres. En el caso del pintor Sung-nam en Night and Day, su huida a París por miedo a represalias judiciales por haber proporcionado marihuana a unos alumnos nos da la oportunidad de asistir a varias interacciones con el sexo opuesto: con su mujer con la que habla todas las noches por teléfono, con una antigua novia a la que reencuentra por azar, pero sobre todo con una estudiante de la que se encapricha (y de quien todos parecen tener algo malo que decir), e incluso con una esposa soñada en otra extraordinaria escena onírica marca de la casa, en la que Sung-nam le pide que le acompañe a una visita a su ex-mujer enferma, que no es otra que la esposa en el presente de la vigilia.
A pesar de la linealidad narrativa, punteada por unos letreros que anuncian la fecha en que se desarrolla la acción a modo de diario (la ocasional voz en off del protagonista también contribuye a generar este efecto literario), las características rimas y repeticiones del cine de Hong son fácilmente detectables en la relación de su protagonista con todas esas mujeres. De esta manera, sus palabras, sus declaraciones de amor, se sienten progresivamente formularias y huecas, aunque el sentimiento en el momento pueda ser real. Las repeticiones también nos hacen dudar de su verdadero talento u originalidad; por ejemplo, cuando reproduce una frase sobre lo bajas que estarían las nubes en París dirigida a la estudiante que quiere seducir, o incluso en su propia labor artística, donde se ha acomodado especializándose en cuadros formados por tramas también de nubes. De hecho, allí parece encontrarse en muchos momentos, soñando con una vida nueva y diferente, pero en el fondo incapaz de tomar decisiones de calado. Sung-nam gusta además de regalar el oído de sus interlocutores, pero tira de diferente argumentario según le convenga en cada momento, como la homilía, Biblia en mano, que le suelta a la antigua amante, ahora casada, cuando pretende volver a las andadas, y de la que se olvida, por supuesto, a la hora de conquistar a la estudiante.
Conforma así una mirada cáustica sobre el ser humano, de un humor soterrado que emergería con más nitidez en las siguientes Like You Know It All (2009) y Hahaha (2010), pero que no resulta cruel ni simplificadora. Por poner un ejemplo, Sung-nam es capaz de disculparse sinceramente con un estudiante norcoreano a quien ha desplantado en una cena, muy probablemente por un ataque de celos, para acabar desafiándole a una lucha de pulsos cuya previsible victoria (ya había demostrado antes su fortaleza en dicha suerte ante otra concurrencia) le genera un pueril sentimiento de superioridad, necesario para contrapesar sus frustraciones, que son abundantes en un ser tan ciclotímico. Todas estas cualidades nos acercan a un personaje humano, demasiado humano, en el cual nos podemos reconocer aquellos que hemos sido bendecidos con las suficientes flaquezas de carácter, en este absurdo ciclo de repeticiones y variaciones que es nuestra existencia y que en manos de Hong Sang-soo siempre adquiere un carácter agradecidamente ligero y juguetón.