El mercenario bocazas vuelve a la gran pantalla 6 años después de que se estrenara Deadpool 2 (David Leitch, 2018), pero esta vez viene acompañado de un personaje que quizás no sea el mejor compañero de viaje, siempre cabreado y de pocas palabras, pero sí es uno de los más queridos en el mundo de los superhéroes cinematográficos. Se trata del mismísimo Lobezno, interpretado de nuevo por Hugh Jackman, el actor que lleva encarnando al personaje desde el año 2000 y que ya resulta casi imposible imaginar a otro en el papel del mutante (aunque la película lo hace permitiéndose un cameo de lo más acertado). De este modo, Deadpool, el personaje que según sus propias declaraciones no debería ni siquiera tener una peli, vuelve a ser interpretado por Ryan Reynolds en esta tercera entrega dirigida por Shawn Levy, director de la trilogía Noche en el museo y que ya había trabajado con ambos protagonista: dirigió a Reynolds en Free Guy (2021) y El proyecto Adam (2022), y a Jackman en Acero Puro (2011). Ahora, Levy se encarga de unir a los dos mutantes para formar un dúo de lo más particular, una curiosa buddy movie que, además, supone la integración de ambos personajes en el UCM (Universo Cinematográfico de Marvel).
Deadpool y Lobezno es, sobre todo, una película del primero, una tercera entrega en su trilogía que comenzó en 2016 con Deadpool (Tim Miller). Este personaje marca el tono cómico y gamberro general del metraje, cargado de chistes groseros y de referencias meta fílmicas. Nada más empezar la película, Deadpool acompaña con su tarareo la música que suena en la introducción del logo de los estudios Marvel, rompiendo la cuarta pared acto seguido para hacer mención a Disney, la 20th Century Fox y el porqué de la espera tan larga para el estreno de la peli, dejando clara su autoconciencia de la ficción que habita y sus intenciones de mofarse de ella. Esta actitud tan característica del mercenario está presente durante todo el film, llegando a dirigirse al resto de personajes por los nombre de los actores que los interpretan o siendo él mismo quien da pie a una secuencia de montaje. El argumento en sí supone un juego meta que homenajea tanto como se ríe de los proyectos cinematográficos de la 20th Century Fox con los superhéroes, lanzando al dúo protagonista al Vacío, un páramo desértico a lo Mad Max del que tendrán que escapar. El Vacío sirve de vertedero para una organización encargada de asegurar la línea temporal “sagrada”, la cual hace referencia a las películas del UCM, y en ese mundo lleno de desechos se encuentran las posibilidades y alternativas que se consideran un peligro para el universo de los Vengadores, “descartes” que dan pie a una sucesión de guiños y cameos de lo más delirantes que se convierten en uno de los principales atractivos del filme. Deadpool y Lobezno sufre en este aspecto de una fuerte dependencia de conocimientos previos por parte del espectador, inundando las escenas de detalles como el logo de 20th Century Fox enterrado cuál Estatua de la Libertad en El planeta de los simios (Franklin J. Schaffner, 1968), o cameos de personajes cuyas películas no llegaron ni a realizarse (sería el caso de Channing Tatum en el papel de Gambit). No todo son chistes autorreferenciales y la actitud socarrona de Deadpool, además de la extraña química del dúo protagonista, darán para unas cuantas carcajadas para el público menos informado, pero será aquel que reconozca los guiños quien realmente disfrutará de lo lindo.
Por supuesto, la integración de Deadpool en el UCM no consigue quebrantar su espíritu subversivo y gamberro. Además de la constante ruptura de la cuarta pared buscando la complicidad del público, Deapool y Lobezno mantiene las altas dosis de violencia de la que hacían gala las anteriores películas del mercenario y que compartía con Logan (James Mangold, 2017), la última peli del mutante de las garras. Tanto Deadpool como Lobezno lucen sus habilidades en intensas coreografías mientras mutilan y trocean a sus enemigos, peleas salvajes y cargadas de humor entre las que cabe destacar un plano secuencia en el que, como en la pelea del pasillo en Old Boy (Park Chan-wook, 2003), un movimiento de cámara horizontal sigue a los protagonistas mientras se abren paso salpicándolo todo con la sangre de los numerosos enemigos. Por supuesto, el filme está repleto de fan service y, más allá de las apariciones que harán las delicias de los fans, no faltan las peleas entre ambos personajes, enfrentamientos directos que suponen un festín de sangre y violencia que se sirve de la condición regenerativa de ambos mutantes y la inmortalidad que les proporciona.
En general, Levy consigue estar a la altura de lo que se esperaría de un proyecto de este calibre. No solo es una buena tercera entrega para Deadpool, sino que también es un regreso acertado para Lobezno (aunque en una obra de un carácter tan cómico). Pese a ser la primera película de ambos personajes bajo el amparo de Disney y el UCM, ninguno de ellos pierde un ápice de su personalidad ni las señas de identidad que les hace tan únicos, consiguiendo una combinación entre los dos que, muy a pesar de Lobezno, funciona sorprendentemente bien.