Bitelchús, Bitelchús, de Tim Burton

De entre los muertos

Bitelchús BitelchúsEn cierto momento de la película un personaje comenta “nada de Disney”. Unas escenas más tarde, se alude a la posible presencia de ejecutivos de Netflix. Aunque ambas frases están contextualizadas, no dejan de ser significativamente cercanas a la motivación y estrategia, personal y profesional, que el autor de Bitelchús (Beetlejuice, 1988) pueda haber tomado para desarrollar esta nueva cinta. Tim Burton, tras cerca de una veintena de largometrajes, parecía definitivamente varado, desprovisto de la energía e imaginación que movió sus grandes proyectos. Habría que retroceder a Frankenweenie (2012), extensión del corto del mismo nombre (Frankenweenie, 1984) para encontrar rasgos de genialidad. De hecho, sus obras previas, Sweeney Todd, el barbero diabólico de Fleet Street (Sweeney Todd: the Demon Barber of Fleet Street, 2007), Alicia en el país de las maravillas (Alice in Wonderland, 2010) o Sombras tenebrosas (Dark Shadows, 2012) no eran sino adaptaciones de un musical, un clásico ya multiversionado y una serie televisiva respectivamente, a las que había añadido algunos pocos detalles marca de la casa. Su regreso a Disney con Dumbo (2019), productora con la que había roto tras la producción de La gran aventura de Pee-Wee (Pee Wee’s big adventure, 1985) no solo dio lugar a una obra pobre y desorientada, que parecía esforzarse en recuperar el brío, sino a una renuncia autoral con la sumisión a una empresa de la que había renegado.

Bitelchús Bitelchús

Es por ello que podemos contemplar este Bitelchús, Bitelchús con ciertas esperanzas. En primer lugar, por un retorno a los orígenes, considerando que recupera el tono socarrón (ahora incluso políticamente incorrecto) y la burlona alegría de la primera. En segundo lugar, por las frases referidas al inicio de este artículo, que parecen contener un propósito de enmienda por parte de un autor que tal vez este dando un nuevo impulso a su carrera. En tercer lugar, por la celebración autoreferencial mediante citas visuales, no sólo de la obra original sino también de Pesadilla antes de Navidad (Nightmare Before Christmas, Henry Selick, 1993), La novia cadáver (Corpse Bride, 2005) o Batman vuelve (Batman Returns, 1992), en este caso con la aparición de Danny de Vito. Y, en cuarto lugar, y más importante, porque la secuela sobre las aventuras de Lydia Deetz y el diablo malhablado y tramposo mantiene un tono divertido y un ritmo correcto.

Decía secuela, aunque no se puede ignorar su calidad de reboot. Se recuperan personajes de la película original (a los dos citados, hay que añadir a Delia, la artista madrastra de Lydia y algunos personajes del inframundo presentes en la película original), se añaden algunos nuevos para engrosar la escueta trama y se sitúa a Lydia como sufrida madre en conflicto con una hija adolescente. Problemas de una y otra acabarán motivando el regreso del inefable Bitelchús. A pesar de los ecos, Burton mueve los hilos con gracia y la reaparición del peculiar diablo cojuelo es tan efectiva como en la película anterior. Trabajando con efectos especiales básicos el autor de Batman (1989) desarrolla las subtramas basándose más en los divertidos gags que en una narración completa: la reencarnación de Delores, a partir de la reunión de los miembros de su cuerpo (que remite al brazo de Sally en Pesadilla antes de Navidad); la narración por parte de Bitelchús de su encuentro, tomado del arranque de La máscara del demonio (La maschera del demonio, Mario Bava, 1960), la muerte de Charles Deetz rodada en animación y sugerida por una pesadilla sufrida por Burton, la oficina de Bitelchús y sus empleados con cráneos reducidos, los diversos departamentos administrativos del otro mundo, el Soul Train, la absorción de los influencer por los propios Smartphone y la misma secuencia de la boda con los bailes forzados al ritmo épico de MacArthur Park son auténticas set pieces que van construyendo la cinta, que rematará con un burlón epílogo (entre real y onírico) reminiscente del de Carrie (Brian De Palma, 1976).

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Bitelchús, Bitelchús constituye una comedia tan disfrutable para aquellos que no conocen la película original como para los fans de aquella, aunque deja cierto regusto a déjà vu que se habría evitado de haber construido algo más el armazón argumental. Sin duda, Burton optó por la celebración y evitó complicarse la vida. Lo podemos celebrar con él (y con un acertadísimo Michael Keaton y con la imprescindible música de Danny Elfman), esperando que, realmente, regrese como autor de entre los muertos. Y, si ello requiere invocar al diablo, confiemos en que Bitelchús esté de su lado.