And Justice for All
A lo largo de gran parte de su filmografía como director, Clint Eastwood se ha esforzado por presentar cuentos morales en los que prevaleciera la dignidad de sus personajes. Aunque hay esbozos de la misma en algún cowboy durante la primera parte de su carrera es a partir de Bird (1988), su decimocuarto largometraje, dónde el Eastwood director reivindica una profesionalidad y una actitud ante la vida que desbordan integridad. Al Charlie Parker de la citada obra se añadiría, en un registro totalmente distinto, Bill Munny, el insólito pistolero de Sin perdón (Unforgiven, 1992) o el Frankie Dunn de Million Dollar Baby (2004), todas ellas obras impecables. Simultáneamente, Eastwood ha evidenciado con sus películas problemas vigentes en los Estados Unidos de América de hoy en día como el racismo en Gran Torino (2008), la corrupción y la venalidad de los altos cargos en Poder absoluto (Absolute Power, 1997) y en J. Edgar (2011) y las ineficiencias del sistema social y policial —Ejecución inminente (True Crime, 1999), Mystic River (2003) o Richard Jewell (2019)—.
Tras la insuficiente Cry Macho (2021) en la que Eastwood contemplaba tanto el racismo como su propia decrepitud física, nos ofrece ahora su obra más potente desde el arriesgado y duro biopic sobre Edgar Hoover, a la par que vuelve la mirada hacia los fallos del sistema social, policial y judicial. Aunque Jurado Nº2 tiene detalles que nos acercan a Más allá de la duda (Beyond the Reasonable Doubt, Fritz Lang, 1956) o a Doce hombres sin piedad (12 Angry Men, Sidney Lumet, 1957), la cinta nos sitúa en el ámbito de las citadas Poder absoluto o Ejecución inminente, con un falso culpable cuyo destino está en manos de un falible jurado, una fiscal personalmente interesada en ganar el caso y un ciudadano aparentemente ejemplar. Eastwood dosifica la información para que juguemos (como uno de los personajes de la película) a adivinar quién es el culpable y a saber si será o no identificado por el sistema judicial.
Aunque repetido hasta la saciedad, no podemos olvidar que estamos ante el último gran cineasta clásico y la narración, tan pulcra como neutra, no contiene sorpresas especiales, ni a nivel argumental ni a nivel visual. No obstante, el mérito de esta película no radica sólo en comprobar que Eastwood puede atrapar el interés del espectador al recuperar el pulso narrativo (que sólo manifestó en los últimos 13 años en Richard Jewell) sino en su reivindicación moral. Las referidas Poder Absoluto y Ejecución inminente enmarcaban su denuncia en un contexto del cine de acción, con el entretenimiento primando sobre un tema que quedaba como fondo de la trama, destacando sólo al principio y al final de la cinta. Más allá del whodunnit, propone ahora el dilema moral que enfrenta a diversos ciudadanos y las responsabilidades de cada uno de ellos según su rol social. Por una parte, la de los jurados, cuya decisión marcará el destino de un individuo en base a unas evidencias (tal vez sesgadas o insuficientes) pero en cuya decisión se inmiscuyen en demasía intereses particulares (de ahí los ecos directos de la obra de debut de Lumet). Por otro, los de un ciudadano anónimo que reivindica su rol ejemplar anterior como argumento para librarse de toda culpa, contrapuesto al papel del delincuente del que no se espera cambio o redención alguna. Finalmente, el rol de la justicia oficial, representado en la fiscal, que plantea una orientación basada en interés exclusivamente personal. Clint Eastwood, sin poncho, sin chapa de comisario, reclama la obligación moral de que todos los ciudadanos ejerzamos nuestras respectivas responsabilidades sociales a la vez que pone en tela de juicio (nunca mejor dicho) la bondad de los jurados populares. Uno de los planos finales, tal vez excesivamente obvio, reúne a los dos personajes principales de la trama ante una estatua representando la justicia ciega, con la balanza en movimiento.
Escribo estas líneas, con cierta inquietud, el mismo día en que Donald Trump ha ganado el regreso al poder absoluto. Eastwood le apoyó en 2016, dejó de hacerlo en 2020 por su mala educación y brusquedad y ahora ha vuelto a expresar su simpatía y dar su voto al republicano por compartir su repulsa ante lo políticamente correcto. No puedo compartir sus preferencias, pero hay que admitir que su moral ha sido constante a lo largo de los años y de su filmografía. Jurado Nº2 encarna plenamente su repulsa hacia las falsas apariencias socialmente aceptadas y su reivindicación de un sistema que facilite justicia para todos (como enuncia la constitución americana), del modo más riguroso y por encima de toda subjetividad, aunque, eso sí, prescindiendo de los Magnum 45.
Eastwood planteaba retirarse tras esta obra, de estreno limitado en Estados Unidos. Viendo los resultados, con una estructura argumental reducida al mínimo necesario pero dotada de un concepto bien desarrollado, nos gustaría que emule a Manoel de Oliveira para seguir disfrutando de sus películas unos cuantos años más.