Scarface, el terror del hampa

The world is yours

El estatus de película de culto alcanzado por la, en todo caso, maravillosa El precio del poder (Scarface, 1983) —inevitable, si tenemos en cuenta la conjunción de la magnética dirección de Brian de Palma y la espídica interpretación de Al Pacino, carne de imitación para rapperos y actores italoamericanos en ciernes— ha llevado a tratar con notable injusticia a su predecesora, Scarface, el terror del hampa. Lo que quiero pensar es más por puro desconocimiento hacia el original de Howard Hawks que porque realmente se ponga en duda la valía cinematográfica de la que sigue siendo, al menos para el que esto firma, uno de los acercamientos más brillantes a la figura del gángster que dio la época dorada de Hollywood.

El plano secuencia que abre el film es ya toda una declaración de intenciones por parte de Hawks: durante tres minutos, la cámara se mueve sinuosamente por el decorado para seguir las acciones de varios personajes, terminando con un asesinato en off, mostrado sólo mediante una silueta en sombra, la de Tony Camonte (Paul Muni), disparando a su víctima. Esa misma mezcla de poderío visual y de violencia contenida impregna todo el metraje de la película, rebosante de una agresividad nada habitual en la época, que se traduce en algunas escenas de asesinato realmente antológicas —atención a la muerte de Boris Karloff, el mejor momento de la película, cosa comprensible, para François Truffaut—. De hecho, el director incluso se permite figuras de estilo tan extremas como utilizar sombras y elementos de atrezzo para dibujar «X» en el decorado cada vez que va a caer una de las víctimas de su protagonista, lo que sirve como una metáfora muy eficaz de la expansión del reinado de Camonte.

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Utilizando la misma estructura de ascensión y caída en desgracia, adaptada de las crook stories literarias, que habían establecido sólo un año antes El enemigo público (Public Enemy; William A. Wellman, 1931) y Hampa dorada (Little Caesar; Mervin LeRoy, 1931) —no en vano, el autor del libro en el que estaba basado el segundo de estos films, W.R. Burnett, escribió uno de los borradores de la historia de Camonte—, la película de Hawks apuesta por un mayor realismo, que no reside tanto en la adaptación de hechos reales vinculados con la figura de Al Capone como en la eliminación de cualquier tipo de romanticismo en las acciones de su protagonista, del que se remarca su actitud caprichosa y egoísta, rozando lo infantil. Matices aportados por Ben Hecht en base a su experiencia previa como periodista de sucesos, que ya había explorado en la muda La ley del hampa (Underworld; Josef von Sternberg, 1927), pero que aquí alcanzan un nuevo nivel debido a la crudeza demandada por el director.

Desde una perspectiva contemporánea, la interpretación que Muni realiza de Camonte resulta a todas luces excesiva —lo que no deja de ser curioso es que Pacino tomara idéntica senda a la hora de abordar a su derivado cubano, Tony Montana—, y sin embargo gran parte de la fuerza del film procede, precisamente, de que la teatralidad del actor subraya la creciente megalomanía del personaje. Un comportamiento amoral y psicopático que, por otro lado, el intérprete matiza con ese enfermizo complejo fraterno que siente hacia su hermana Francesca, en una relación incluso más retorcida y malsana que la de la película de De Palma… De hecho, la declarada inspiración de Hawks en los tejemanejes de la familia Borgia a la hora de trazar las relaciones entre los personajes de Scarface el terror del hampa la convierten en un antecedente directo de los aromas operísticos y shakespearianos que Coppola introdujo en el género, 40 años más tarde, a través de El padrino (The Godfather, 1972). Una, en definitiva, modernísima caracterización del gángster protagonista que está enriquecida, por si fuera poco, con uno de los mejores detalles de puesta en escena de la película: ese cartel con el eslogan «The world is yours» que está instalado frente al hogar de Camonte, y que se reutilizó con tanta inteligencia en su posterior remake.

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A la hora de poder disfrutar de la película tan y como fue concebida por su director, hay que agradecerle a su productor, Howard Hughes, la valentía de restablecer el final original rodado por Hawks después de que la censura les obligara a filmar uno nuevo mucho más aleccionador: bastante huella dejaron ya sobre el resultado ese subtítulo que huele a moralina barata, The Shame of the Nation, y sobre todo los rótulos que abren la película y que empujan a hacer algo al espectador contra la lacra social de la Mafia… Claro, que son añadidos tan ingenuos, y sobre todo tan torpes, que no le restan ni un ápice de intensidad a este primer, y brillantísimo, acercamiento de Howard Hawks al mundo del crimen organizado.