Sobre la sistematización de lo por venir
A partir de la década del 30 se genera un hecho importantísimo para lo que vendrá: el cine como pensamiento ya no estará nunca completamente ausente de la mente humana. En cualquiera de sus manifestaciones. Y esto se debió a las determinaciones tomadas por los estudios en aquella época. Uno de los mayores méritos del cine de los 30 fue el trabajo en paralelo de decidirse, por un lado, por serializarse emboscadamente explotando la fase industrial del cine, y por otro, la planificación de amparar el saber cultural diverso como material básico para su constante ejercicio. Así, inversamente operando a las corrientes de la época, el cine disolvió las distancias entre lo culto y lo culturalmente establecido por el establishment. Se podía convertir tanto autores consagrados como ignotos en la misma base para su desarrollo, eliminando la coartada cultural del arte a priori, al mismo tiempo que consolidaba, mediante su comprensión, la idea de que el arte no era ni más ni menos que una serie de transferencias remotas entre lo sensible y lo que pensamos que pensamos haber visto por primera vez.
El cine sería esta manifestación de simetrías ordenadas mediante una sensibilidad del intelecto y una actualización del espíritu. En la década del 30, y sobretodo gracias a los estudios, muchos artistas y productores trabajaron para que el espectador aprendiera nuevamente a pensar relacionando, por analogías, como en un flujo contínuo entre lo producido y lo observado. Para el cine no había altos ni bajos, todo debía rebajarse, uniformarse y estandarizarse para no contaminar con hechuras preexistentes la uiversalidad de su intervención, por lo menos en su primera aprehensión. Mediante este recurso el cine fue capaz de convertir a H. G. Wells en argumentista y al hombre invisible en un género. De manera que ya no habría un Hombre Invisible sino que vendrían muchos más, en distintas versiones y variantes, a la manera de una multiplicidad barroca que llegará inclusive hasta nuestros días. El cine multiplicó a Wells con la misma firmeza con la que mantuvo vivo el sentido del signo y del símbolo. El cine al hacer, mediante el símbolo, visible lo invisible, y mediante su sistematización, invisible lo visible, convirtió a Wells en el hombre invisible y a El hombre invisible de Wellls (sin Wells) en su signo visible emergente. De esta manera el cine operaba en sus actos culturales. Whale, Sherriff y la Universal tomaron la dramaticidad de Wells y su destino, y la subieron a la marea triunfante de lo trágico, la despojaron de su preocupación por la mesura y el equilibrio, y la dotaron de una sensualidad que revirtió la reducción Wellsiana de lo trascendente a lo filosófico. El cine le dió otra vuelta al nudo Wellsiano reimprimiendo el carácter de lo simbólico. En el cine el símbolo procede del signo, y se atribuye precisión. Es simbólico todo aquello que causa su significación. Para Wells El hombre invisible es una alegoría. Para el cine, El hombre invisible es un artificio. Whale puso en escena este postulado: en la primera secuencia se muestra la formidable llegada del hombre invisible a la posada, enfundado en su sobretodo, sombrero, anteojos y vendajes, atravesando la tormenta bajo la nieve. Todo ello siguiendo al pie de la letra la novela de Wells, pero a partir de que se abre la puerta, junto con ese viento impetuoso, se ingresa en otro ámbito, en otro espacio, y allí el cine, ese multiforme imparable, transforma, corrige, funde y organiza conjuntamente lo que traía de Wells con otras tradiciones, para seguir moviéndose hacia el futuro.