Bagger Drama

Bagger Drama, de Piet Baumgartner

En una realidad fría y distante, exorcizada de cualquier atisbo de identidad por el espíritu eurocentrista que reproduce las sociedades bienestantes, emociones como la estima o el duelo carecen de lenguaje o herramientas para ser comunicadas. En Bagger Drama (2024), Piet Baumgartner localiza estas fronteras en un conflicto intrafamiliar marcado por la pérdida, dando lugar a un retrato irónico que muestra la vulnerabilidad como un reflejo de esa incapacidad por ser comprendidos los unos con los otros.

El cineasta suizo divide su historia a lo largo de cuatro años y en cada uno de ellos cambia el punto de vista central a un integrante distinto. Además, para marcar estos saltos en el tiempo —más allá del uso de intertítulos—, la película se sirve de un escenario central, localizado al lado del mismo río donde falleció el miembro restante y donde plantaron un árbol para rendir tributo a su memoria. Entre los diferentes intervalos, la narración sortea una serie de altibajos que van encaminando un desenlace (si cabe) más o menos coherente a lo que ha ido contando, sin embargo, es en su visión total y en los pequeños detalles donde resulta su marca de estilo; una que es posible relacionar con la precisión clínica e hiriente de la observación espacial y liminal de Ruben Östlund.

Para ejemplificar esta insatisfacción generalizada, dispuesta sobre el paisaje impasible de un cielo azul, el director formula una serie de imágenes que utiliza como su sello de identidad. El ballet (así es denominado) coreográfico de un conjunto de excavadoras orquestan esta especie de movimientos de extraña belleza, casi como si se tratase de pasajes musicales en medio del film. Su insistencia sobre las máquinas —que aparecen recurrentemente al ser parte del negocio familiar— elevan su cualidad expresiva y transforman su valor simbólico como si fueran una extensión de esos sentimientos reprimidos. En esos momentos, la “danza” de los cuerpos mecánicos funcionan como alivios o fugas a los anhelos y frustraciones de sus protagonistas, que van desde la fantasía de salir de aquel lugar hasta el desamor o el suicidio.

Ante estos extremos, plausibles con el drama de los distintos perfiles que expone, Piet Baumgartner mira con cierta poética cómo es el mundo del que tratan de huir. Del movimiento contraído y tosco de la puerta de un garaje al azar sistemático de un robot aspiradora o la cama articulada de un hospital; en estos extraños engranajes de la vida moderna, el director celebra su hieratismo como una manera de entender un presente absurdo y vacío. De hecho, en un momento donde se intuye una posible reconexión, se escoge situar la acción dentro de un McDonald’s, una opción que abraza la banalidad gratuita de los valores nutricionales de la comida rápida, en un sinsabor constante que denota la imposibilidad (última) por entenderse.

Bagger Drama solventa una propuesta estimable que dialoga con los códigos de un nuevo cine europeo ensimismado con la decadencia sistemática del continente, que hace gala de su rigor por medio de extremos más sutiles, prácticamente invisibles. Es solo a través de sus imágenes que el cineasta logra huir (también) de lo presumible, siendo consciente de la futilidad de la realidad que expone y el sinsentido que atraviesa un mundo cada vez más solitario, aislado por un modelo de vida capitalista que anula la visión colectiva de un porvenir.