El amor como inversión
La expectativa era alta ante el nuevo proyecto de Celine Song después de que su debut cinematográfico, Vidas Pasadas, se convirtiera en uno de los fenómenos más inesperados de 2023. En su primera película, la directora coreano-canadiense logró convencer a gran parte del público y la crítica con un drama romántico que exploraba la conexión inquebrantable entre dos almas que parecían destinadas a reencontrarse. A través de la historia de dos amigos de la infancia separados por el tiempo y la distancia, reunidos años después en la ciudad de Nueva York, Song abordaba con sensibilidad los contrastes culturales entre Oriente y Occidente, especialmente en lo relativo a la forma de vivir el amor, la nostalgia y la espiritualidad. La propuesta no sólo le valió una nominación al Oscar, sino que también trascendió la gran pantalla: imágenes y diálogos comenzaron a compartirse por redes sociales, donde el concepto coreano de In-Yun -la idea de que los encuentros humanos están guiados por la providencia o el destino- resonaría hasta la saciedad.
El título escogido para su segundo trabajo, Materialistas, apuntaba, en apariencia, hacia una dirección completamente opuesta a todo lo que emanaba de su anterior filme. Sin embargo, si bien con un enfoque distinto, a caballo entre la comedia y el drama, pero sin apostar definitivamente por ninguno de los dos géneros -demasiado rígida para ser una comedia, demasiado auto paródica para ser un drama-, Song vuelve a ahondar en un tema ya conocido: las fuerzas misteriosas que conectan a dos personas de una manera inexplicable, más allá de la lógica y la razón. Rodada en su totalidad en Nueva York y contando con actores de primer nivel -Dakota Johnson, Chris Evans y el omnipresente Pedro Pascal- la película narra la historia de Lucy (Johnson), una exitosa intermediadora matrimonial que se verá inmersa en un triángulo amoroso que pondrá a prueba sus creencias y valores. Con una tasa de éxito en su trabajo medida por una fórmula tan anacrónica hoy en día como el número de bodas que consigue materializar entre sus clientes, la película pretende erigirse como una sátira de la mercantilización del amor en la época del algoritmo al tiempo que deja entrever de forma subyacente la idea de que solo la unión en pareja -eso sí, siempre que haya una conexión real y profunda-, podrá salvarnos de la soledad más absoluta.
De nuevo hay en Song una intención clara por epatar al espectador a través de los diálogos de sus personajes, ya sea por su dimensión existencial, como sucedía en Vidas Pasadas, o por su extrema frivolidad, como ocurre en Materialistas. Si en Fingernails (Christos Nikou, 2023) la afinidad amorosa era medida a través del análisis de las uñas de los candidatos en base a supuestas evidencias científicas, en este caso se lleva al paroxismo el uso de una jerga adoptada del mundo de las finanzas para describir los mecanismos que rigen las relaciones sentimentales. Así, el matrimonio se define como un acuerdo comercial evaluado en términos de coste-beneficio, la compatibilidad entre las personas se reduce a una fórmula matemática y el amor, que no tiene por qué formar parte necesariamente de una unión fructífera, se considera un milagro. En medio de este regocijo en lo superficial surge una subtrama de denuncia social con relación al abuso que rompe con el tono irónico del filme, sin llegar a encajar demasiado bien en su conjunto. El estreno durante el periodo estival rema a favor de esta feel-good movie algo atípica que funciona impulsada sobre todo por el carisma de la tríada protagonista y el ingenio de sus diálogos. Pese a que el anterior trabajo de Song estaba más logrado hay que reconocer la valentía de la directora a la hora de enfrentar nuevos retos, huyendo de la densidad que impregnaba Vidas Pasadas y apostando por un producto más fresco que aun así conserva la esencia de su autora tanto por su trasfondo temático como por la estilización de las formas. Incluyendo un compendio autoconsciente de clichés que acompañan a la comedia romántica por antonomasia, resulta cuanto menos entretenida, eso sí, siempre que el espectador sea capaz de abrazar la excentricidad y aceptar las reglas del juego ya que de lo contrario podría acabar molesto ante tanto materialismo.



