Vidas pasadas, de Celine Song

Vidas pasadasEl sello A24 (casi) siempre es augurio de buen cine, solo hace falta consultar su exquisita lista de producciones, entre las que resulta imposible destacar solo algunas. Ganó su primer Oscar en 2017 con Moonlight (Barry Jenkins) y fue la productora con más nominaciones (y galardones) en la última edición de los Premios de la Academia. Este año nos ha sumergido en los terrores maternales de Ari Aster con Beau tiene miedo y nos tiene expectantes ante el inminente estreno de la biografía de Priscilla Beaulieu dirigida por Sofia Coppola. Vidas pasadas, el debut en el largometraje de la dramaturga y guionista surcoreana Celine Song, es una de sus últimas apuestas. Estrenado internacionalmente en Sundance, llegará pronto a nuestras salas de la mano de Elastica Films, después de una extraordinaria recepción en todos los festivales por los que ha pasado, incluyendo el de San Sebastián, donde pudo verse hace tan solo unos días.

Después de un brevísimo prólogo, donde dos voces en off juegan a adivinar la relación entre los personajes que vemos en pantalla, viajamos a Corea del Sur 24 años atrás, donde conocemos a Na Young (Greta Lee) y Hae Sung (Yoo Teo), unos jóvenes que, saliendo de la escuela, siempre comparten un trecho de camino a casa. Los padres de ella, que adopta el nombre de Nora a su llegada a Canadá, deciden migrar, y es entonces cuando, en un plano tan precioso como desolador, ese camino los separa por última vez, significando, asimismo, su primera ruptura.

Vidas pasadas

A través de un uso genuino del montaje paralelo, que va asomándose a lo largo del film, los vemos doce años después: él sigue en Corea estudiando ingeniería y viviendo con sus padres, mientras ella acaba de migrar de nuevo, esta vez a Nueva York, donde anhela poder cumplir el sueño de convertirse en escritora. El destino les brinda la oportunidad de retomar la relación, ahora a distancia, y, después de encontrarse vía Facebook, empieza una segunda fase: la de las videollamadas. La dificultad de ambos de cruzar el charco los aboca al estancamiento, y este a una segunda separación, tras la que ella conocerá a su futuro marido en una residencia de artistas en Montauk. Doce años más tardará en materializarse el esperado viaje de Hae Sung a Nueva York, en el que él y Nora se darán cuenta de la resistencia del vínculo que los une, pero también de que a lo mejor, en esta vida, no están hechos el uno para el otro. El concepto coreano In-Yun, que hace alusión al encuentro de dos personas en diferentes vidas a través de la reencarnación, sirve a los protagonistas para depositar su fe en el destino y soñar con la posibilidad de un futuro juntos. De momento solo se permiten fantasear con ello, imaginando, desde la broma nostálgica, cómo habrían sido sus vidas si hubieran actuado diferente en el pasado.

A partir de una historia en tres tiempos, que se detiene en la infancia, la juventud y la edad adulta de los personajes, Song elabora una autoficción (ella misma migró con su familia a Canadá cuando era pequeña) donde nos habla del miedo ante la duda de haber tomado las decisiones correctas desde una delicadeza abrumadora. La predilección por los planos detalle y el uso de una música instrumental casi onírica consigue que el visionado se convierta en una experiencia hipnótica. La reiteración de los viajes, en coche, en metro, incluso en ferry, alimenta la idea del crecimiento como una aventura siempre en movimiento: la vida pasa sin que podamos hacer mucho para remediarlo. Nora y Arthur viven juntos, pero la distancia entre ellos es mucho más evidente que los kilómetros que separan a Nora de su amor de infancia. El mismo Arthur se muestra compungido al manifestar la imposibilidad de conocer del todo a Nora porque ella sueña en coreano, idioma que a su vez la acerca a Hae Sung. Un triángulo emocional que nos sacude a la vez que deposita en nosotros un poso de ilusión y optimismo. ¿Existe el destino, o somos nosotros los que decidimos la dirección de nuestros pasos? Con Vidas pasadas Celine Song deja esta puerta entreabierta, y nos anima a adentrarnos en las inciertas profundidades del: ¿Y si…?

Chinas, de Arantxa Echevarría