Fireworks
Nuevamente de la mano de A24, Ari Aster irrumpe en la cartelera y tengo la convicción de que, de la misma forma que tras esa pandemia devastadora que nos dejó marcados (y expuestos) como sociedad y por supuesto individualmente, después de Eddington ningún espectador volverá a ser el mismo. El realizador ha polarizado (comportamiento que no deja de ser un inquietante paralelismo con la sociedad que describe en esta nueva película, la nuestra) a la audiencia en todos y cada uno de sus trabajos previos (Hereditary, Midsommar y Beau tiene miedo), y es más que probable que cada espectador ya sepa de qué lado de la balanza va a inclinarse antes de vivirla en sus carnes, pero también es evidente que incluso sus detractores se sienten atraídos por saber qué demonios habrá hecho esta vez.
En la superficie, la nueva película de Aster se mueve en unas coordenadas alejadas del cine de género en el que se enmarcan sin dificultad sus tres primeros trabajos. Es más, podríamos hablar de un cine realista y hasta social (un giro de ciento ochenta grados respecto a Beau tiene miedo, en la que resultaba complicado interpretar en esos términos casi cualquier cosa) en el que lo que nos muestra la pantalla no difiere demasiado de todo aquello que hemos vivido en primera persona durante la mencionada etapa en que el virus del COVID se instaló en nuestro día a día como ese invitado indeseado del que es imposible deshacerse. Y algunas de esas cosas siguen pareciendo tan absurdas como entonces (p. ej. el momento en que el protagonista se ve obligado a ponerse una mascarilla estando solo dentro de su propio coche) y quizá muchos volveríamos a hacerlas si se diese nuevamente la situación, mientras que otras resultan de lo más naturales y pensamos por qué no se harían así ya antes de aquello, como realizar un pleno del ayuntamiento (aunque parezca el escenario de un programa de tertulianos chillones y drogados) por videoconferencia. A través de los omnipresentes teléfonos móviles que acaparan un buen número de planos en la película, los personajes se sumergen en ese pozo sin fondo que son YouTube y/o las redes sociales para ver absurdos videotutoriales sobre como conseguir que tu marido te embarace (solo por poner un ejemplo) o seguir a nuevos mesías que prometen lo que cada cual pueda llegar a necesitar en sus momentos de debilidad. En definitiva, para seguir como borregos lo que les es dictado por perspicaces algoritmos al servicio de unos pocos, que al final se arrimarán al sol que más les cobije para lograr sus fines (el centro de datos termina construyéndose con un alcalde distinto al que lo comenzó, y que al principio estaba en contra). A este respecto, esas almas cautivas de los dispositivos podrían identificarse con los búfalos que uno tras otro caen por un precipicio en el primer poster que apareció de la película, aunque el cartel en realidad era una adaptación de un trabajo de David Wojnarowicz que denunciaba la dejadez de la administración, y de la sociedad del momento (finales de los 80), ante la epidemia del SIDA, y que aplicaría perfectamente a la pasada pandemia. Por eso su empleo en la nueva obra de Aster no es nada gratuito.
Lo que nos cuenta el director de Hereditary podría suceder en cualquier parte del mundo pero sucede en Eddington, Nuevo Mexico, en 2020. Un pueblo donde podría ser Amazon u OpenAI, pero es la ficticia Solidgoldmagikarp (aunque el término existe realmente y hace referencia a un error de algunas IA’s que no son capaces de procesar correctamente la información de la que disponen), quien está construyendo un enorme centro de datos que según algunos dará trabajo, hará crecer la economía y mejorará la vida de sus ciudadanos y según otros vendrá para exterminar el papel de la comunidad, gentrificar la zona y aniquilar toda posibilidad no ya de prosperar, sino simplemente de subsistir. No es sutil, pero funciona para trasladarnos a este momento en que el sistema nos empuja a pensar que no existen las medias tintas o las escalas de grises, hoy en día parece que todo debe ser blanco o negro (personajes como Brian, uno de los manifestantes que más tarde termina medrando abrazado al republicanismo es un ejemplo casi perfecto, pasando por los dos extremos sin transición aparente entre ambos) y así, sirve a su propósito de contextualizar el film, durante esos primeros planos donde un vagabundo va rajando de forma aparentemente inconexa sobre la construcción de dicho centro con imágenes de este. El sheriff es Joe Cross (Joaquin Phoenix que repite protagonismo tras Beau tiene miedo) un tipo peculiar que como buen boomer utiliza Facebook y toma decisiones de forma muy parecida a como lo haría Homer Simpson. El humor negro centrado en la caracterización de este personaje (el representante de la ley y el orden de un pueblo que viene a ser su cortijo, ni más ni menos) y en su irreconciliable rivalidad (por motivos inicialmente desconocidos) con Ted García, el alcalde latino, guapo, culto y buena persona (¿quién si no Pedro Pascal?) nos sitúa claramente en el territorio de la comedia y recorre buena parte de la primera mitad del film, aquella en la que identificamos a Aster tras la cámara por la forma en que sigue a sus personajes, por como les deja respirar en cada plano mientras que a nosotros nos va quitando el aire (como a Cross, asmático, excusa perfecta para escaquearse de la obligación de colocarse la mascarilla) en momentos escogidos, pero sin llegar a despegar (todavía) de ese escenario en cuya cotidianeidad vemos reflejado nuestro pasado reciente. En ese universo conocido donde la desinformación alimenta las conspiranoias —cuyo ejemplo más representativo, aunque no el único, es Dawn (Deirdre O’Connell), la suegra de Joe, permanentemente online dispuesta a tragarse todo aquello que suene mínimamente contra el sistema—, y en el que el movimiento Black Live Matters irrumpe para terminar de dinamitar las cosas, Aster que, como en sus anteriores trabajos, es también guionista del film, no tiene piedad para nadie, y desde ese punto de inflexión presidido por Katy Perry, en off, a través de su Fireworks amplificado a través de la megafonía de la fiesta de recaudación de fondos del alcalde, y rematado con dos bofetadas consecutivas de esas que duelen sin dejar marca, comienza a introducir componentes en un desmesurado cóctel que funciona por acumulación, y donde ridiculiza por igual al activismo y al liberalismo, introduce un jet privado repleto de terroristas (el travelling por el interior del avión es tan hipnóticamente perturbador como memorable) cuyo lema es «El hombre blanco es el virus. Aquí llega la solución», una secta anti pedofilia liderada por un irreconocible Austin Butler (Louise, la mujer de Joe, interpretada por Emma Stone, sufrió de abusos en el pasado, alimentando la componente de trauma familiar siempre presente en la filmografía del realizador) y una espiral de violencia con algún estallido sanguinolento, elemento que tampoco le es ajeno a Aster, que nos sitúa definitivamente en otro escenario diferente donde reina el caos y el delirio con una tensión siempre creciente, un escenario hiperbólicamente exagerado pero que en el fondo no deja de ser esa mencionada representación de la época en que nos ha tocado vivir, donde las redes sociales infestadas de bots y las inteligencias artificiales no tan artificiales como para no estar sesgadas y orientadas se encargan de sobredimensionar absolutamente cualquier cosa que pueda servir para hacer ganar poder y/o dinero a sus responsables o a los que les subvencionan (podría parecer que ahora soy yo el conspiranoico, pero todos sabemos que es cierto). La abundancia de secundarios con peso en la trama enriquece la propuesta convirtiendo Eddington en un polvorín donde las tramas van convergiendo como si fuesen las mechas que lo alimentan. Así, la canción de Katy Perry tampoco parece gratuita: «You just gotta ignite the light, And let it shine. Just own the night like the Fourth of July«.
Hay algunas decisiones de guion que pueden parecer antojadizas, como la planificación de cierta trama criminal por parte de Cross, que parece tener trazado un itinerario que incluye hasta quien va a pagar por sus pecados, cuando está meridiano desde un primer momento que no hay nadie al volante, pero ya se sabe eso que se dice de que incluso un reloj estropeado da la hora bien un par de veces al día. Y por supuesto su plan resulta a la postre chapucero dejando algún cabo suelto de modo que parece pergeñado por los criminales de Fargo, tanto da la película o cualquier temporada de la serie, sin terminar de abandonar así, a pesar del agravamiento de los acontecimientos, ese humor negro con el que empezaba el film. Por no hablar de su conclusión, con una escena que me trajo a la cabeza las palabras de Óscar Brox a propósito de Beau tiene miedo en este artículo, donde hablaba de «lo mucho que le interesa a Aster describir el shock, el impacto visual primario, por encima de cualquier otra aspiración narrativa». Me refiero, evidentemente, a aquel momento en que Joe es acostado, con toda su ceremonia y parafernalia, por su suegra, y lo que ocurre justo a continuación. No se si es tanto humor negro como crueldad gratuita, pero he de reconocer que me sorprendí a mí mismo con una buena carcajada y también que a lo largo de su breve pero contundente filmografía Aster ha dejado claro que quiere muy poco a sus personajes, y eso, desde luego, no es algo muy habitual. Tampoco sé si es del todo bueno, pero es diferente.




