Pequeñas notas a proposito de un film que no pude realizar
A la hora de abordar este cortometraje de Herzog pensé inmediatamente en realizar una comparativa con los tres cineastas que a priori me parecían más próximos a las intenciones de buena parte de la filmografía más desconocida del director de Woyzeck (1979), Chris Marker, Jean-Luc Godard y sobre todo Jonas Mekas. Quizá no sorprenda demasiado que recurra (una vez más) a los dos directores franceses para intentar analizar un film (y más uno como este); sin embargo, creo que Mekas resulta el más indicado, al menos en un primer acercamiento. El trabajo más reconocible y que resume a la perfección la trayectoria de quien posiblemente mejor se acercó y comprendió el concepto de cine underground responde al título de Diaries, notes and sketches (1969), que en definitiva no deja de ser una suerte de diario filmado en Super 8, por el que desfilan su familia, amigos, sus raíces, los pequeños y los grandes momentos de su vida. Todo una vez más es subjetivo. Pues bien, prácticamente toda la obra que podríamos ahora denominar invisible de Werner Herzog responde a la perfección a esa bella idea de diarios, notas y sketches filmados, pues casi toda ella (especialmente la que se filmó en los años 70) no es otra cosa que unas notas incompletas, unos garabatos registrados en celuloide, un a veces torpe esbozo de una película inacabada que precisa y paradójicamente encuentra su razón de ser (como todo buen diario que se precie) en esa sensación de apresuramiento, de irregularidad y de desprecio por un acabado formal que en muchas ocasiones parece buscarse obsesivamente en los trabajos digamos más serios. Hablaba de Mekas como el autor que mejor podría responder a los hipotéticos postulados de estos trabajos de Herzog y tal vez lo sea; sin embargo, no dejo de pensar en Wim Wenders, en el Wenders de Tokyo-Ga (1985) o en el de la mucho más irregular Reverse angle (1985). En su film sobre Yasujiro Ozu, Wenders viaja a Japón tras las huellas del Maestro y su película parece construirse a partir de lo imprevisto, del azar, de unos pasos que pueden tomar cualquier dirección y pueden llevar a unos planos diferentes. Tokyo-Ga no deja de ser el diario de la aventura. Wenders no es un romántico y si lo es surge del intelecto, de la serenidad; el romanticismo del autor de Signos de vida Lebenszeichen (1968), nace por momentos de la pasión irracional. Quizá, siga siendo el último romántico salvaje. Filmar para Herzog parece ser al igual que para su colega Rainer Werner Fassbinder una cuestión vital, una cuestión de supervivencia. La Soufrière parte de una idea tan delirante como apasionada, viajar con un equipo mínimo a una isla de Guadalupe, en la Colonia francesa del Caribe, y registrar la inesperada erupción de un volcán que ha obligado a todos los habitantes a abandonar sus hogares. El cineasta (a través de sus improvisadas imágenes) avanza por las calles vacías, desnudas, registrando sus impresiones sobre una ciudad que en apenas unas horas se ha tornado fantasma. Herzog a través de la voz en off, plantea sus dudas, se interroga sobre cómo construir su film. ¿Qué debe hacer? ¿Es arriesgado subir hasta la falda del volcán, teniendo en cuenta las nubes tóxicas y la inminencia según los vulcanólogos de la explosión de magma? Las imágenes caminan entre las calles, hay noticias de que unos pocos han decidido (principalmente por razones divinas) no abandonar la isla. Cuando finalmente el reducido equipo cinematográfico los encuentra, estos personajes son en cierta manera los iguales de Herzog, unos alucinados religiosos que se encuentran cara a cara con un fanático fílmico. La ironía de la naturaleza y sus caprichos acaban transformando abruptamente la película del alemán en un fracaso. Después de enfrentarse a la toxicidad que emana del volcán, escalar mas allá de lo coherente, cerca de la frontera en que realmente la vida del equipo podría correr peligro, tal como vino, de pronto todo cesa. El volcán inesperadamente entra en reposo, se silencia y convierte la odisea en un fracaso; así el film resultante acaba siendo la crónica de un fracaso. Una película que se finaliza con plena consciencia de su sinsentido. ¿Para qué terminar un film sobre la erupción de un volcán que al final sin ninguna explicación decide caprichosamente no explotar? Tal vez, porque una vez más, en estos apuntes/esbozos fílmicos de Werner Herzog no importa tanto el resultado como el camino andado/descubierto. El final tan sólo es una imposición del destino, lo verdaderamente sugestivo, y lo que hace que un creador sea sincero, es que se comprenda que vale la pena equivocarse, siempre y cuando sea coherente consigo mismo.