La mirada como gesto compasivo
«El caos de la naturaleza parece una metáfora del caos de su alma»
Voz en off de Werner Herzog sobrevolando unos glaciares en Grizzly man
La tensión que existe en el peligro, en el límite que separa la vida de la muerte, entre la naturaleza y el hombre, entre dos mundos: el de las bestias y el de la civilización; esa tensión es la que mira Herzog a través de Timothy Treadwel, el hombre que amaba a los osos. Grizzly Man, es una doble apuesta, cine dentro de cine, metalenguaje, reflexión en movimiento, es otra película de Herzog aventurándose en tierras lejanas… Sí, es todo eso poniendo en escena/¿cuestión? el estatuto mismo de la verdad de las imágenes, preguntándose sin teorizar demasiado, como se imprime la verdad de lo que observo en el registro.
Timothy es un hombre apasionado por los osos pardos que habitan en una región remota de la península de Alaska y dedica su vida a protegerlos. Pasó alrededor de trece veranos con ellos, entre ellos, con su cámara grabadora a cuestas tratando de educar a una sociedad que juzgaba desconsiderada y malvada. A lo largo de Grizzly Man los entrevistados hablan del límite entre el mundo de los osos y la propia cultura humana que Timothy no supo respetar, como un límite lábil pero absolutamente indispensable para preservar la vida.
Las imágenes que vemos en un principio son las que tomó Timothy en cada uno de sus viajes, acercándose cada vez más a un espacio ajeno, hablando con los animales como una forma indirecta de hablarse a sí mismo.
Herzog utiliza este material para indagar en la vida de un hombre que construyó un nuevo modo de vida alrededor de una obsesión: proteger los osos de los humanos cazadores, del mundo civilizado. En esta obsesión, por algo que nos trasciende pero a la cual uno puede igual dedicarle la vida, es donde encuentro el encuentro de miradas de los dos realizadores: uno preocupado por un mundo que se le antojaba menos cruel, más simple que el de los hombres y otro preocupado por la tensión, por el grado de real que puede existir en las imágenes, por el vació de éstas, por su verdad. Ambos, a su modo, intentando decodificar el mundo: Timothy veía en la mirada de los osos una amabilidad que quería sacar a la luz, Herzog en cambio sólo veía la furia del instinto por la supervivencia.
«Las de Treadwell no son imágenes de un documental sobre la vida salvaje, hay una historia latente» dice Herzog en un momento, y ¿qué es aquello que haría la diferencia? La presencia de alguien observando el mundo con una propia manera. Con una manera propia. Lo que se mira y el modo como se lo mira; según Herzog el viaje de Timothy hacia la tierra de los osos, su fascinación, su juego, su disposición, era un viaje también al interior de sí mismo, era la puesta en acto de una exorcisación aún mayor: la de sus propios demonios. Si el mundo es eso que veo ahí afuera, ese que no me gusta y del cual me siento expulsado voy a crear uno distinto, es el mundo de los locos, de los yonquis, de los marginales, de los más locos (algunos disfrazados de ecologistas), de los obsesivos, maniaco depresivos, histriónicos, fracasados, el mundo de los no alineados. Ahí mira Herzog, así estructura Grizzly Man, deteniéndose en ese lugar, como si quisiera trazar un paralelismo entre la salvaje naturaleza regida por las leyes del caos y el más salvaje aún mundo interior de los hombres, buscando en los límites de esa tensión o punto de encuentro la redención de sentido. Aquél sentido por el que vale la vida y vale la muerte en exactas mismas proporciones.