Shakespeare y Dostoievski de turismo por Finlandia
Resulta una tarea un tanto complicada afrontar las versiones del Hamlet de Shakespeare y Crimen y castigo de Dostoievski afrontadas por Aki Kaurismäki. El problema radica en las particularidades del cineasta y, a la par, en la magnitud de las piezas literarias que toma como referente y que lo obligan a mantener una doble postura de la que consigue salir relativamente airoso: por un lado, mantenerse fiel a la esencia de unos textos cuya dimensión puede significar, ocasionalmente, un serio problema de adaptación. Por otro, la de ser fiel a unos principios formales y narrativos propios que lo han llevado a convertirse en uno de los cineastas más respetados del continente europeo. Este último aspecto se encuentra, quizá, más evidenciado en Crimen y castigo (Rikos ja rangaistus, 1983) al tratarse del debut oficial del cineasta y ser un film en el que ya se exponen varias de las constantes de su estilo, así como su visión del tempo narrativo y su particular manera de dirigir a los actores. Entrando de lleno en las adaptaciones, comprobamos que Kaurismäki no acaba de personalizar totalmente ambos textos. Su visión de las historias sigue casi al pie de la letra la estructura original desmarcándose de ella únicamente en tres elementos que se revelan como definitorios: la “actualización”, las interpretaciones y la puesta en escena.
Comenzando por el primer punto, Hamlet va de negocios (Hamlet liikemaailmassa, 1987) transfiere las intrigas de Elsinor durante el siglo XVI a los años actuales, cambiando la profundidad psicológica de la obra por una implícita crítica al capitalismo más desaforado. En efecto, el Hamlet interpretado por Pirkka-Pekka Petelius se ve inmerso en una situación que él mismo ha sembrado y que queda evidenciada gracias al punto de giro final, que no se encuentra en la pieza “shakespeariana”. De este modo, el reajuste de la obra va más allá de su situación espacio-temporal e incide en la potestad del liberalismo económico potenciado por las clases dirigentes. Unas clases que no dudan, ni por un segundo, en destruirse a sí mismas con el fin de obtener mayor grado de poder. Crimen y castigo, por su parte, también toma de base la modernización del texto, aunque desde un prisma bastante menos valiente que el de Hamlet va de negocios. Rahikainen, el protagonista, se ve desprovisto de la ambigüedad moral expuesta por Dostoievski en su inmensa novela y ello, sin duda, acaba por afectar el punto de vista tomado por el cineasta. Mucho más superficial y de intenciones bastante más livianas, Crimen y castigo no se adentra lo suficiente ni en la idiosincrasia de su personaje, ni en la exposición de una realidad social (los problemas de las clases trabajadoras enfrentadas a la opulencia de las minorías) que el film únicamente muestra de pasada.
El trabajo de los actores es otro aspecto fundamental a la hora de afrontar las propuestas de Kaurismäki. Y lo es más aún en esta especie de díptico. Ante dos obras caracterizadas por su intensidad física y emocional en la que los personajes devienen objetos de experimentación con los que el actor puede investigar y dar rienda suelta a sus recursos interpretativos, el cineasta opta por transgredir cualquier tipo de lógica y ofrecer unas actuaciones espartanas, de una sobriedad extrema. Muy a pesar del cúmulo de circunstancias que van acaeciendo a lo largo de las historias, los personajes de Kaurismäki parece que ni sientan ni padezcan. Se encuentran en un perpétuo estado de letargo del que les es imposible desembarazarse, quizá debido a un concepto de la existencia que acaba convirtiéndose en un penoso lastre del que no pueden escapar. Pese a ello, si algo define al Hamlet de Shakespeare y al Raskolnikov de Dostoievski es, precisamente, su exacerbación, su histrionismo, la exteriorización de una presunta locura y de un atroz sentimiento de culpa. Algo que para Kaurismäki tiene mucha menos importancia que el peso de una vida conducida por el materialismo (Hamlet va de negocios) y la insignificancia (Crimen y castigo).
Por último, la puesta en escena del cineasta es parca en concesiones, delimitando visualmente los dos films merced a un estatismo absoluto en el que la cámara se convierte en un espectador más, sin la menor entidad dramática. Acaso en Hamlet va de negocios el tratamiento del blanco y negro se convierte en un factor estético que profundiza en la negrura de la historia, sin embargo, en Crimen y castigo la desnudez de la realización y el desprecio hacia todo ornamento vacuo y gratuito se convierte en el motor fundamental del film (y en el que presidirá gran parte de la obra de Kaurismäki, como bien demuestra su última y muy interesante película, Luces al atardecer). Asimismo, un cierto sentido del fatalismo se encuentra presente a lo largo de ambas cintas en las que, ya desde el comienzo (muy minimalista en los dos casos: con el perro atado en Hamlet va de negocios y el insecto corriendo por un pedazo de carne en Crimen y castigo) queda patente un halo luctuoso que se irá incrementando a medida que la producción avance.
En definitiva, Hamlet va de negocios y Crimen y castigo son, por sus características y su parcial valentía a la hora de enfrentarse a las narraciones originales, dos películas extremadamente interesantes. Imperfectas, desde luego, sobretodo en lo concerniente al desarrollo de personajes y a su conservadora estructura, aunque perfectas como ejemplo del estilo de Kaurismäki.