Hay que defender la educación
Los que me conocen saben de mi poco interés hacia lo académico. Aún hoy sigo pensando, quizá equivocadamente, que mi educación se formó fuera de las clases y que sólo durante mi etapa universitaria experimenté realmente las ganas de estudiar. Todavía recuerdo la cantidad de libros escolares que he tirado en bolsas de basura y, por el contrario, las cajas con apuntes y libros —universitarios o no— que he tenido que amontonar en el trastero, porque ya no me quedaba lugar para más. Todo esto tiene su razón de ser en este conflicto aparente entre querer eliminar el recuerdo de una etapa y mantener vigente el recuerdo de otra cuando ambas forman parte de la misma línea, de mi educación. Probablemente, la mayoría de apuntes universitarios nunca vuelvan a salir de esas cajas y, quién sabe, un día me arrepienta de haber tirado la mayoría de libros del instituto. Pero el caso es que de esta diferencia en materia educativa nace La clase (Entre les murs, 2008).
Lo más interesante del último filme de Laurent Cantet radica en la interpretación que alumnos y profesor hacen de la educación. Por eso, creo que el atractivo del filme son sus clases y no tanto los rasgos que definen a adultos y niños. Lo que importa es observar cómo una lectura en común muestra todas las palabras que los niños desconocen pero que, sin embargo, no impiden que puedan tener una idea formada de lo que han leído. De este modo, son capaces de nombrar a jugadores de la selección argentina, pero no saben que el topónimo de Argentina es argentino. Sobre una redacción pueden volcar sus experiencias más íntimas, a pesar de que, tal vez, desconozcan el significado de íntimo.
François Begaudeau, dentro y fuera de la película, observa el contacto de los niños con el sistema educativo y comprueba cómo los primeros son más flexibles a éste y no al contrario. Los alumnos de la clase participan, opinan o muestran interés, pero no parece suficiente para evitar que al final de curso una de las niñas exprese a su profesor que no ha aprendido nada. Begaudeau le dice que está equivocada, que sí ha aprendido algo, igual que sus compañeros. La clave está en entender que el aprendizaje ha consistido en mostrar la forma en que los niños se ciñen a la realidad, interactúan con ella, mientras el sistema educativo participa de un inmovilismo que lo hace inadaptable a los cambios sociales, a la sensibilidad de sus alumnos. Así, la intensidad de La clase se revela cuando percibimos que el significado de la educación consiste en las ideas y venidas de los alumnos, en conocer el destino del impulsivo Souleymane o, en definitiva, en ver de qué forma se hace accesible a los niños un material que a priori no se corresponde con su realidad, con su vida.
Aún hoy, sigo preguntándome por qué muestro tantas reservas para decidir dedicarme a la docencia. De hecho, todo resulta más confuso cuando pienso en el filme de Cantet y entiendo la importancia del profesor, la figura clave para modelar y comenzar a perfilar el futuro de sus alumnos. Pienso un poco en la importancia de poder decidir y acabo concluyendo que lo que más me gusta de La clase es que realmente sus personajes aprenden, porque entienden el peso de una decisión importante y la forma en que ésta puede cambiar sus vidas; son conscientes que conocer el significado de una palabra —aunque sea la más tonta— es capital, pero no lo es menos conocer su sentido y poder interpretarla, así como utilizarla en algún momento, que es lo que realmente determina cuándo hemos aprendido algo.
Supongo que mis dudas van a continuar hasta que me aplique el cuento y empiece a demostrar que realmente he aprendido algo y pueda ponerlo en práctica, que la cultura que pueda tener está ahí para ponerla en contacto con el mundo, porque si no sólo me servirá para crear otro mundo, bien distinto, al que pocas personas podrán acceder. Hay que agradecerle a Laurent Cantet que no utilice un discurso soberbio, de niños del coro, porque a él le va más hablar de los mecanismos del sistema educativo y no ponerlo en comparación con el resto de sistemas europeos, que poco o nada pueden importar cuando uno tiene un problema y necesita hallar una solución.
De momento, si algo puedo agradecer a mi educación —la académica y la sentimental— es que me ha dado la posibilidad de poder hablar sobre cine con gente dispuesta a escuchar lo que tengo que decir. Es gracias a esa gente que estoy consiguiendo empezar a hacer uso de lo aprendido, porque a través de ese contacto con la realidad he ido olvidando ciertas posturas intelectuales que no conducen a nada. Por eso, me gustaría decir que este texto sólo quiere invitaros a que veáis y reflexionéis sobre La clase; sobre cómo la educación tiene que participar de las necesidades de la realidad, de sus cambios y sus derivas; y sobre cómo una de las satisfacciones más importantes para el que escribe o para el que da una charla es que se entienda lo que ha dicho.