¿Cómo demonios se ha convertido Judd Apatow (1967, Nueva York) en el rey indiscutible de la comedia americana de los últimos años? No es un director de método, ni presume de una vasta cultura cinéfila. En sus películas apenas se da importancia a la puesta en escena y rara vez se pasa del plano-contraplano canónico. Llegó a cursar estudios de guión en la USC (University of Southern California), sólo para abandonarlos al segundo año. En realidad, es un teórico de la comedia. Y es que el género fue durante su niñez y adolescencia el único refugio en el que poder aislarse. Aunque suene a tópico manido, el neyorquino era uno de esos niños torpones al que ninguno de sus compañeros quería incluir en su equipo para no perder el partido, y este sentimiento de exclusión le llevó a pasarse largas horas frente al televisor o enfrascado en sus cómics.
Si Benny Andersson y Björn Ulvaeus, compositores de ABBA, estudiaban al milímetro los éxitos de las listas de ventas para fabricar singles inapelables, Judd Apatow llegaba a transcribir programas enteros del Saturday Night Live (VV.AA., 1975-?, NBC) para desentrañar los mecanismos internos de la comedia y trabajar los gags, para mejorarlos, de algunos de sus iconos del género, como Jerry Seinfeld y Howard Stern, que conforman su santoral junto a los hermanos Marx, Steve Martin o Harold Ramis. A algunos de ellos tuvo la oportunidad de entrevistarles cuando, con tan sólo quince años, se montó su propio programa de radio.
Años más tarde, y después de haber escrito guiones para celebridades como Roseanne Barr, se convirtió en el productor ejecutivo de The Ben Stiller Show (Stiller y otros, 1992), un programa de culto de la Fox de vida efímera (tan sólo duró 12 capítulos, más otro emitido en la HBO, productora de la serie) pero que sirvió para impulsar las carreras del propio Stiller o David Cross.
A destiempo
Los productos con marca Apatow gozaron durante la primera parte de su carrera con el fervor de la crítica, pero se estrellaron contra los gustos del gran público. Fue el caso de Freaks and geeks (Paul Feig, 1999-2000, NBC), un producto que trataba de dignificar las series televisivas para adolescentes, y que tan sólo duró una temporada. Freaks and geeks trató de ser el revulsivo realista a productos como Beverly Hills 90210 (Darren Star, 1990-2000, Fox), que en la época ya mostraban claro signos síntomas de agotamiento. La pareja de adolescentes protagonista, Lindsay y Sam, y su cohorte de amigos inadaptados, hablaban y se comportaban como personas propias de su edad. Lo que hoy parece una obviedad, en su día resultó totalmente novedoso, tras largos años soportando los impostados conflictos de los hermanos Walsh con sus tónicas y sus tintes.
Tampoco le fue mucho mejor la cosa con Undeclared (2001-2002), una suerte de continuación no declarada de la anterior, que reflejaba como muy pocas hasta la fecha las miserias y angustias del universitario, pero a la que Fox echó el candado después de tan sólo 17 capítulos. Todo lo que ha creado, escrito o producido Apatow desde entonces bebe de ambas series. Sin ir más lejos, el protagonista de Virgen a los 40 (The 40 year-old virgin. Judd Apatow, 2005) se concibió como si se tratase de los adolescentes de Freaks and geeks que siguiera sin probar el sexo cinco lustros después de su paso por el instituto.
Educar para conservar
Aunque su nombre aparezca como reclamo en casi todas las comedias que nos han llegado de Estados Unidos durante los últimos años, su filmografía como director se limita a dos títulos: Virgen a los 40 y Lío embarazoso (Knocked up, 2007), ambas bastante más ingenuas de lo que aparentan.
A pesar de contener algunas de las líneas de diálogo más guarras de la historia reciente de la comedia, no hay que rascar demasiado en la superficie de las películas de Judd Apatow para que aflore un fondo extraordinariamente conservador. Los antihéroes de Virgen a los 40 o Lío embarazoso son tentados a lo largo del fime por un mefistofélico entorno que le ofrece la salvación instantánea en forma de cine porno y escapismo posadolescente, además de adoctrinarles con su misógina y machista visión sobre la mujer. Finalmente, los Andy Stitzer o Ben Stone de turno deciden que la única forma de salvación/redención pasa por hacer lo que se supone que es correcto. Si los polvos finales que echa Steve en Virgen a los 40 son los únicas experiencias sexuales que no resultan sucias en todo el metraje, es porque ha acabado claudicando a la madurez, vendiendo su colección de figuras coleccionables para encontrar un trabajo mejor y dando de paso una lección moral a sus ensimismados amigos.
Paradójicamente, las películas dirigidas por Judd Apatow son más brillantes e imaginativas cuanto más se alejan de su filosofía vital, como si aún le resultara más cómodo observar e ironizar los comportamientos humanos desde la distancia que plasmar en pantalla sus propios valores. Sus finales aparentemente felices, empastados con tan poca naturalidad a un desarrollo argumental que probablemente nos los pedía, acaban ahogando ambas comedias y provocando que vayan de más o menos.
Judd Apatow nunca ha escondido que le marcó el divorcio de sus padres cuando tenía 12 años, lo que explica esa tendencia a que el amor puro sobreviva a todos los accidentes al final de las comedias que ha dirigido y, ya fuera de los platós, a rodearse de un entorno que supla sus carencias afectivas de adolescencia. Algunos de los actores con los que trabajó en Freaks and geeks y Undeclared, como James Franco y Seth Rogen, siguen en su círculo de amigos una década después, tanto en calidad de actores como de guionistas (en el caso de Rogen).
Hermano de mala leche
Precisamente Rogen se ha convertido con los años en el lugarteniente de Apatow. Algunos de sus guiones podrían ser intercambiables, si no fuera porque Rogen es mucho más gráfico y explícito a la hora de escribir los diálogos. Fue uno de los guionistas de Supersalidos (Superbad, Greg Mottola, 2007), una eficaz revisión/reinvidicación del subgénero de comedias adolescentes de los 80 que algún avispado se apresuró a incluir en el carro de productos a lo Porky´s (Bob Clark, 1981) por sus escatológicos diálogos repletos de referencias sexuales. Sin embargo, tras el acné de sus atolondrados adolescentes, a punto de perder la dignidad y la vida por conseguir alcohol para una fiesta, late una extraordinaria dulzura y sensibilidad que les emparenta con el modelo Apatow.
Rogen no ha podido aún superar este canto a la amistad adolescente de ambiguo final. Lo intentó en No tan duro de pelar (Drillbit Taylor, Steven Brill, 2008), otra de explosiones hormonales y asunción de responsabilidades dirigida de forma tan impersonal que ni el oficio de Owen Wilson lograba remontar el asunto. La más reciente Superfumados (The Pineapple Express, David Gordon Green, 2008), que cruza guiños a las buddy movies con las comedias de fumetas de los 70 bajo una lógica lisérgica, supone una ligera apertura de miras expresivas, aunque Rogen se gusta tanto en los diálogos que acaba aplastando el ritmo de la película.
¿Dónde he oído eso antes?
Al igual que Woody Allen (una de sus películas favoritas es Annie Hall [Allen, 1977]), el sentido de la comedia de Judd Apatow tiene un fondo notablemente amargo. Sus gags están edificados sobre el dolor y sufrimiento del inadaptado. A diferencia de Todd Solondz o Wes Anderson, no se recrea en la sordidez del nerd, aunque tampoco cae en la parodia bufa y esterotipada de tantas comedias adolescentes. Sus personajes viven en un permanente conflicto con la realidad, a la que se enfrentan rodeándose de una armadura de cinismo para camuflar su extrema sensibilidad o recreándose en sus fetiches adolescentes. Valga como ejemplo al respecto una línea de diálogo de Lío embarazoso: «El mayor problema de nuestro matrimonio es que ella me quiere siempre alrededor… y ni siquiera puedo aceptar eso… No creo que pueda aceptar el amor puro».
Su sentido de la comedia no es en absoluto físico. Sin ir más lejos, una de sus frases míticas («¿Sabes por qué sé que eres gay?», en Virgen a los 40) la pronuncian dos personajes totalmente absortos en una partida de Mortal Kombat. Judd Apatow es, eso sí, un brillante constructor de divertidas sentencias y mordaces contrarréplicas. Tanto en sus dos películas hasta la fecha como en las que ha apadrinado tienes la sensación constante de que te han robado una de tus frases, o al menos que se las escuchaste a alguien en el instituto. Si casi todo lo que toca se convierte en oro para la taquilla (los productos que llevan su firma han superado hace tiempo los mil millones de dólares en total de recaudación) es porque ha sabido representar en pantalla al menos a dos generaciones de espectadores que no habían experimentado ese tipo de complicidad en años.
Claro que la cosa tiene truco. Apatow no suele presentarse a los rodajes con los guiones totalmente cerrados. Antes al contrario, suele retocar los libretos incluso cuando han comenzado las producciones, y rehace los guiones constantemente. Meses antes de comenzar el rodaje, presenta a los actores un boceto en el que sólo son inamovibles el principio, algunos giros determinados de la trama y el final, mientras algunas de las ideas que acaban apareciendo en el guion definitivo son el resultado de largas horas de conversaciones con los intérpretes, cuya vida real acaba fusionándose con la del personaje. Virgen a los 40, por ejemplo, surge de una idea para un sketch de Steve Carrell en el que un hombre de mediana edad juega al poker con sus amigos y trata de aparentar que es aún virgen.
Al servicio de sus majestades
Después de unos años en los que el trono de la comedia fue ostentando por estrellas como Jim Carrey, que se lucían en pantalla merced a unos guiones construidos ex profeso para aprovechar sus muecas y ocurrencias, Apatow ha vuelto conseguir que la figura del director/productor sea la verdadera estrella de la función, tomando así el relevo de nombres como James Brooks o John Hughes, otro certero observador de las miserias adolescentes con quien se le compara constantemente.
Sin embargo, y ahí va otro tópico que se cumple, Apatow es uno de esos cómicos adictos al psicoanálisis que no es capaz de aceptarse a sí mismo pero que tiene una extraordinaria habilidad para meterse en el pellejo de los demás. En su trabajo como guionista ha diseñado vehículos para el lucimiento de cómicos con tanto oficio como John C. Reilly o el propio Sandler. Dewey Cox, una vida larga y dura (Walk Hard, the Dewey Cox story. Jake Kasdan, 2007) es una aguda y cruel parodia tanto de los biopics musicales como de los excesos de las estrellas del rock en la que Reilly se transmuta por igual en Johnny Cash, Bob Dylan y hasta Brian Wilson. En Zohan: licencia para peinar [You don´t mess with the Zohan. Dennis Dugan, 2007] (la comedia del año pasado para gran parte del reparto de Miradas de Cine) rehabilitó la figura de un Adam Sandler que durante los últimos años se había abandonado a títulos menores y comedias románticas con un título desmelenado hasta la mortadelización.
La excesiva oferta de títulos vendidos bajo el sello Apatow puede provocar a corto plazo, no obstante, una saturación comercial y una banalización cada vez más progresiva de sus constantes temáticas. De momento mantiene el tipo con Paso de ti (Forgetting Sarah Marshall, Nicholas Stoller, 2008), firmada por uno de sus habituales, Jason Segel, cuya agilidad en los diálogos y momentos tan ocurrentes como ese musical de Drácula hacen olvidar la previsibilidad de la trama. Para este 2009 se esperan tres nuevos títulos de la factoria, uno de los cuales supondrá su retorno a la dirección. Funny People, que le reúne de nuevo con Sandler, le acercará presumiblemente a terrenos más adultos, esperemos que no a costa de perder su conexión con el angst de los tiempos.