Sarah Silverman

Risoterapia en la cámara de gas

1 «Me jode que me gustes», le dice Dios a Sarah Silverman, tras un rollo de una noche, en el sexto y último capítulo de la primera temporada de The Sarah Silverman Program (Harmon, Schrab, Silverman, 2007-?, Comedy Central). La serie, que Canal Plus empezó a emitir en España en 2008, es la celebración perfecta y concisa de una forma de entender el humor. Una forma que aspira a lo informe, a lo gaseoso [1], porque para Sarah Silverman el acto de reír no puede ni debe estar amordazado por moral alguna. Esta escuálida judía blanca norteamericana, de expresivo rostro, el pelo negro a menudo recogido en una cola de caballo, saludablemente entrada en la treintena, es la última gran esperanza de los que empezamos a sospechar y a temer que, en algún momento de los últimos años, en algún sótano de un país indeterminado, la Risa vendió su alma al Diablo. O a alguien peor. Sarah Silverman, hoy en día, es más que una mujer; es el último antídoto conocido para aquellos que, por más que sigan naciendo y creciendo humoristas, siempre echaremos de menos a gente como Lenny Bruce o Bill Hicks. O a aquel Pepe Rubianes que, sin pretenderlo en absoluto, terminó pasando a engrosar el bestiario infernal de los buenos españoles.

En una entrevista, Sarah —la tutearé a partir de ahora— dijo algo así como que le gustaba que su humor obligase a la gente a opinar, a tomar partido por alguna cosa. Y van por ahí los tiros cuando el personaje de Dios dice la frase con la que empezaba este artículo. A Dios, paradigma de lo correcto y puro por antonomasia, le jode tener que plantearse si le gusta Sarah. Porque la Sarah Silverman de la serie es, en palabras del mismo Dios, «la más egoísta, racista, manipuladora, vaga y pomposa mujer de todo el mundo». Y aun así, mola.

2 Es cierto, como se ha dicho, que el humor de nuestra chica se nutre, constantemente, del estereotipo. Es puro estereotipo, pero de un modo distinto: Sarah entabla un diálogo constante con los principales tabúes y generalizaciones existentes en la dimensión de la risa —raza, orientación sexual, religión, catástrofes de magnitud trascendente como el Holocausto o el 11-S…—, para terminar proclamando que nada ni nadie puede teledirigir nuestra sensibilidad. Que ningún tema está exento de mofa. De hecho, gente como los revisionistas del Holocausto harían bien en dejar de negar aquello que no se puede negar y apuntarse a la estrategia Silverman: ¡no es para tanto!

Entendámonos. La Sarah Silverman cómica es un animal catódico, y su obra, la obra que es ella misma, tiene sentido dentro de las representaciones de la realidad que tienen lugar en los medios en los que ella aparece. Nadie nos está diciendo que haya que empezar a tirarse pedos sonoros en los entierros o enviar fotos de pollas a la víctima de violación más cercana a nosotros. El quid de la cuestión es que las tan manidas caras de circunstancias, esas caras que se tienen que poner cuando uno se inmiscuye en algún drama humano, sólo deberían servir para los dramas humanos en sí, para aquellos que ocurren en esa entelequia llamada el mundo real. Como mínimo, The Sarah Silverman Program logra que realmente te puedas preguntar si tiene sentido poner cara de circunstancias cuando Sarah le está describiendo un aborto a una niña.

Y pocas cosas están tan claras para mí como que los humoristas sólo están obligados a rendir cuentas a su público, a aquellos que se ríen con ellos, y no a aquellos otros que no se ríen y piensan que merecen una disculpa personalizada. Nadie te obliga a consumir un determinado contenido audiovisual; si no te gusta, consume otra cosa, que haberlas haylas, pero no intentes hacer de tu excepción una regla.

3 Algo pasa con Mary (There’s Something About Mary, Peter & Bobby Farrelly, 1998) fue una película relevante no sólo por su calidad intrínseca, ni por contribuir al (re)descubrimiento de esa maravilla que es Harold and Maude (Hal Ashby, 1970), sino por ofrecer también a los fans de Sarah Silverman un primer lugar destacado donde buscar su cara. Allí interpretaba a Brenda, una de las amigas del personaje de Cameron Diaz, y no tenía más que dos o tres frases.

Pero hacía ya algunos años que Sarah había empezado a buscar su hueco en el panorama de la comedia americana. Desde su despido del mítico Saturday Night Live (VV.AA., 1975-?, NBC), en 1994 —una noticia que le sentó fatal y que, según ella misma comenta, tiene valor biográfico porque fue la última vez que mojó la cama—, esta corredora de fondo judía ha ido apareciendo allí donde se la ha requerido, alternando series y programas humorísticos de televisión con pequeños papeles en cine, esperando que llegara su momento.

Y parece que, por fin, empieza a recoger los frutos: en 2005 estrenó en unas pocas salas comerciales Sarah Silverman: Jesus is Magic (Liam Lynch, 2005), una película de poco más de una hora basada en un monólogo con el mismo nombre, y el lanzamiento del filme en DVD, en 2006, terminó por poner su nombre en el mapa. Poco después se estrenaría The Sarah Silverman Program, su serie, de la que recientemente se ha confirmado que habrá una tercera temporada.

2005, el mismo año de Jesus is Magic, también fue memorable por la polémica de The Aristocrats (Paul Provenza, 2005), una película documental en la que se pidió a varios cómicos que contaran el chiste más transgresor que se les ocurriera, y, cuando le llegó el turno a Sarah, ésta contó, sin apenas alterarse, que el veterano productor de televisión y radio Joe Franklin la violó cuando era niña. Desde luego, la broma hizo estragos, y Franklin, preocupado por el daño que esa historia inventada podía causar en su reputación, estuvo a punto de denunciar a Sarah Silverman. Sarah nunca se ha cortado en bromear sobre su propia vida personal: su novio, Jimmy Kimmel, aparece a menudo en sus monólogos, y su hermana Laura interpreta también el papel de hermana en The Sarah Silverman Program. Los aficionados a youtube recordarán también aquel jocoso vídeo musical en que Sarah le comunicaba a Jimmy Kimmel, en directo, que se estaba beneficiando a Matt Damon.

4 Hay maneras y maneras de descubrir el humor. Algunas inconcebibles, casi épicas en su perversidad, como aquella anécdota de Johnny Knoxville reseñada en Vida mostrenca. Contracultura en el fin de los tiempos (Ed. de la Tempestad, 2005) de Jordi Costa, según la cual el futuro creador de Jackass (Knoxville, Jonze, Tremain, 2000-2002, MTV) tenía un padre muy chistoso, que, a veces, cuando Johnny dormía, le pasaba una salchicha de frankfurt por la boca y luego se subía repentinamente la bragueta, para hacer que su hijo se despertara de golpe y tuviera una asociación de sonidos y objetos nada agradable. Pero, aunque a bote pronto la broma pueda parecernos una salvajada, es un consuelo conocerla y recordarla de vez en cuando, por si acaso algún día no muy lejano el humor termina por perder todo atisbo de salvajismo y deja de ser una legítima falta de respeto al estado de las cosas y a quien se ponga por delante. Por el momento, tenemos la certeza de que habrá unos cuantos capítulos más de The Sarah Silverman Program, en las dosis habituales de veinte minutos, un delicioso entretiempo que te ayuda a reconciliarte con todas las cosas que alguna vez te hicieron gracia y te las callaste porque no era el momento adecuado.


[1] Aviso para navegantes de olfato sensible: los pedos tienen mucho protagonismo en The Sarah Silverman Program.