Nueve meses
Desconcierto, y no en un sentido estrictamente peyorativo, despierta cada nuevo trabajo del francés François Ozon. Lejanos quedan los tiempos en los que el director de Swimming Pool (íd. 2003) intentaba llamar la atención a través de historias preñadas de lacerante simbolismo, despiadada (e inocua) provocación y negra comicidad enmarcadas en las lindes del fantastique —sus celebrados cortometrajes y, en particular, sus dos primeros largos, Sitcom (íd. 1998) y Amantes criminales (Les amants criminels, 1999)—. Su filmografía posterior irá desprendiéndose, de manera gradual, de la presunta polémica con la que estaban manufacturados. Compartirá con Pedro Almodóvar, con el cual se le ha comparado más de una vez, una tendencia al aburguesamiento de relatos y personajes y, en consecuencia, un tratamiento más realista y solemne de los mismos. Por otro lado, sigue siendo reconocible en su obra un acuciante deseo por innovar y trasladar a imágenes narraciones de muy diverso calado: en apariencia, 8 mujeres (8 femmes, 2002) no se parece demasiado a 5×2 (íd. 2004) ni ésta a Angel (2007), probablemente la película más ambiciosa (más costosa) de Ozon —un film de época rodado en inglés— que, cosas de la distribución, no tuvo estreno en nuestro país.
Mi refugio hereda rasgos comunes de otro film de Ozon, El tiempo que queda (Le temps qui reste, 2005), crónica mortuoria de un enfermo que acepta la proximidad de una muerte inminente cuando le es diagnosticado un cáncer terminal. El más evidente, la presencia en ambas del actor Melvil Poupaud, aquí un heroinómano (de posición social elevada, ¡ojo!) que fallece por culpa de una sobredosis. Su pareja sentimental, Mousse (Isabelle Carré), también enganchada a la heroína, será informada en el hospital donde se recupera de la muerte de Louis, su compañero y, a la vez, de su condición de embarazada de éste. Las dos películas, además, comparten la dificultad que supone asumir la pérdida (de uno mismo y de un ser querido), un doloroso trance en forma de duelo que desembocará en apremiante autorreflexión sobre sus vidas.
El refugio del título alude a la casa cercana al mar en la que Mousse pasará gran parte de su embarazo. Su retiro será compartido cuando Paul (Louise-Ronan Choisy), el hermano de Louis, la visite y se instale en el hogar una temporada, creándose, a partir de este momento, unos lazos afectivos hasta ahora inexistentes. Tanto Mousse como Paul son dos seres marginados, pero no porque ella sea drogadicta y él homosexual, sino por el desinterés que ambos manifiestan por sus respectivas familias (inexistente la de ella y distante la de él). Su desclasamiento acusa un déficit de cariño y una soledad autoimpuesta que los hace permanecer unidos, sin saberlo, ante futuras adversidades. Una idea más que interesante que Ozon estropea cuando entra en escena el vecino amable que hace los recados a Mousse, del cual Paul se enamora. Dicho apunte, no irrelevante pero sí forzado, vuelve a confirmar la obsesión que tiene su director por subrayar la orientación homosexual de sus personajes; un recurso del cual abusaba, ahora no tanto, en sus primeros trabajos.
Mousse decide continuar su embarazo como una forma de perpetuar en el recuerdo la memoria de su novio fallecido. En este caso, la alegría y recompensa que supondría el hecho de dar a luz a un hijo se vuelve contradictorio y, por lo tanto, amargo. Este aspecto, el de la maternidad forzada (o deseada a medias), encuentra un paralelismo (de cariz opuesto) con una de las tramas que conforman El tiempo que queda. Su protagonista terminal accederá a la petición de una mujer (Valeria Bruni-Tedeschi) para que la engendre un hijo, un deseo que su marido estéril no puede proporcionarla. Tanto en este film como en Mi refugio, el padre biológico desaparecerá dejando descendencia, un «acto de amor» que da pie a una bonita reflexión: la herencia genética permanecerá, a pesar de los pros y los contras que se puedan añadir al respecto, intacta.
Para Mousse, «ya es posible vivir sin objetivo ni sentido», acorde con la apatía new-look señalada por Gilles Lipovetsky (La era del vacío. Ensayos sobre el individualismo contemporáneo, Ed. Anagrama, 2002, ISBN: 84-339-6755-X). Ozon, consciente de plasmar en imágenes este conflicto narcisista (Lipovetsky de nuevo), ensimisma con sofocante corrección formal las fracturas vitales de su contrariada protagonista para transformarlas, finalmente, en una pose desdramatizada con coartada nihilista; la cual, dicho sea de paso, provoca más indiferencia que estupor.
Un último apunte: Mousse da un paseo por la playa y se la acerca una mujer felicitándola por su embarazo. Al principio parece muy amable pero poco después fatiga sobremanera a la protagonista. Dicha mujer es la actriz Marie Rivière, habitual del cine de Eric Rohmer en los años ochenta y noventa. ¿Sigue Delphine, la protagonista de El rayo verde (Le rayon vert, 1986), intentando encontrarse a sí misma en medio de unas supuestas vacaciones?
Muy buena crítica, especialmente los tres últimos párrafos subrayan la condescendencia con que se abordan las derivas individualistas de los personajes, tendencia que viene acusándose desde hace un tiempo en el cine europeo (incluida España) que nos llega últimamente. Coincide además en cartelera con «Villa Amalia», otra película francesa «de escapada», con menos tragedia melodramática pero más dura y consecuente con sus postulados. Ésta se quedará antigua mucho antes, claro.