Guía para hacer una película que parezca interesante
Al recibir la Palma de Oro, el film Sexo, mentiras y cintas de video (Sex, lies and videotapes, 1989) descubrió en su joven realizador Steven Soderbergh a quien parecía estar llamado a convertirse, junto a un ya incipiente Hal Hartley o el sempiterno outsider Jim Jarmusch, entre otros, en uno de los cineastas más interesantes de la década que comenzaba, en el panorama fílmico estadounidense. Veinte años después de la revelación, gracias a su tercer largometraje, después de dos títulos de bajo presupuesto, poco queda en el Soderbergh contemporáneo de las hipotéticas virtudes que el jurado de Cannes, y buena parte de la crítica internacional, apreciaron en la mirada del autor de una cinta que a duras penas ha resistido el paso del tiempo. Totalmente asentado en la gran industria cinematográfica, el cineasta ha construido su filmografía en base a una suerte de frágil equilibrio entre los proyectos más descaradamente comerciales, como la saga de Ocean, o el insustancial y telefilmico Erin Brockovich (2000) y los hipotéticos trabajos más personales, que suelen ser, en la inmensa mayoría de ocasiones, pretenciosas tonterías sin la menor importancia, entre los que podemos encontrar el insípido díptico sobre El Che Guevara o la aburrida Full frontal (2002).
Podemos localizar, sin mayor dificultades, The girlfriend experience, en el bloque más arriesgado e independiente de su trayectoria. Situada cronológicamente antes de la irregular El soplón (The informant!, 2009), ya estrenada entre nosotros hace unos meses, apenas podemos extraer algún elemento mínimamente interesante de su, por suerte, escueto metraje. Tratando de narrar la cotidianeidad de una acompañante de lujo, Soderbergh se pierde en una construcción pretendidamente moderna y arriesgada, utilizando desde desenfoques a encuadres más o menos aberrantes, pasando por un distanciamiento tan mal planteado como ejecutado, para acabar resultando su trabajo más insignificante, pero también uno de los más reveladores de sus intenciones, o al menos del alcance, o no, de su mirada. Una vez más, tenemos la constatación de que las películas del director estadounidense no son más que mamotretos llenos de pretendidas intenciones y riesgos que procuran, en todo momento, subvertir los géneros o planteamientos económicos de los que surgen, quedándose en títulos tan superficiales como olvidables. Más cerca de la ridícula modernidad de los video clips más lamentables que de una teórica, y presuntamente seria, investigación/ruptura lingüística, The girlfriend experience es un film tan antipático como irritante, principalmente por todas las pretensiones que tiene y por la forma en que se exponen. Ni el retrato de la protagonista, ni la mirada sobre una determinada clase social, ni los apuntes sociopolíticos (con insustanciales conversaciones sobre los comicios que enfrentaron a McCain y Obama), ni por supuesto un erotismo distanciado de andar por casa, consiguen insuflar algo de vida a una producción que parte de una vía muerta y que se estrella, al final del visionado, estrepitosamente. A estas alturas ni siquiera la presencia de la famosa porno star Sasha Grey encarnando a la protagonista supone un dato mínimamente anecdótico, fuera del hecho de pasar a engrosar la cada vez más abultada lista de intérpretes del cine pornográfico que participan (esporádicamente o no) en, digámoslo así, producciones convencionales, entre los que encontramos a Rocco Siffredi, Nacho Vidal, Traci Lords o la legendaria Marilyn Chambers, quien ya en 1977 trabajó a las ordenes de David Cronenberg en Rabia (Rabid).
Precisamente es la fotografía metálica, el tono frío y distante, los personajes vacuos y la intencionada distancia focal a la hora de mostrarlos lo que proporciona a la película el interés del que carecn el resto de la filmografía reciente de su director, S. Soderbergh y los que convergen en una forma precisa para retratar el corazón enfermo de una sociedad hipercapitalista y desalmada que se rige exclusivamente por el dinero y el índice Dow Jones. Todo ello con un telón de fondo preciso como es la crisis económica y el vacío político que se genera con las elecciones presidenciales.
Vaya, pese a tener menos miga de lo que parece, si que me parece que el (pen)último experimento de Soderbergh refleja un cierto «estado de la cuestión» en los diálogos robados a la cotidianeidad, y no sólo en los encuentros de la protagonista con sus adinerados clientes. En cierta medida, la película habla de lo que supone la posibilidad de perder el músculo económico para un estamento social en que constituye el fin último de las cosas. El tema está tratado de forma elíptica, de acuerdo, pero muy clarificadora.
En cuanto a la forma, Soderbergh underground 100%. Un descanso de cara a los títulos más bien comerciales que se avecinan. No está mal, pero podía estar mejor…