Separados-Unidos
Cuando uno piensa en buenos filmes, grandes filmes, como El hombre que mató a Liberty Valance (The Man Who Shot Liberty Valance, John Ford, 1962), se da cuenta de que no solo son el relato de un suceso, si no también el relato de cómo se relata ese suceso. Vertigo (Alfred Hitchcock, 1958) no solo es la historia de la obsesión de un hombre, además es el colmo de la forma obsesiva: cada uno de los elementos de la puesta en escena remite a la espiral persecutoria en que se halla sumido Scottie. En El sabor de la cerezas (Ta’m e guilass, Abbas Kiarostami, 1997), la deriva de su protagonista acaba adoptando la forma de hoyo en la tierra, como aquel en donde éste quiere ser sepultado.
Filmar ya no es otra cosa que estar pendiente a cada instante de si se puede filmar. Pedro Costa cambiaria el puede por el debe, pero no deja de ser lo mismo. Hoy, ya no se puede hacer Te querré siempre (Viaggio in Italia, Roberto Rossellini, 1954). Rossellini dio forma a la crisis de la pareja y después de él solo Antonioni fue capaz de darle un nuevo contenido ―más tarde, quizás podamos contar alguna excepción como Número dos (Numéro deux, Jean-Luc Godard, 1975)―. Películas tan interesantes como Una pareja perfecta (Un couple parfait, Nobuhiro Suwa, 2005) revisitan sin llegar a actualizar nunca el modelo rosselliniano de la pareja en el transcurso de un viaje, la visita al museo, los encuentros más o menos significativos…
No sé cómo escribir que la nueva película de Abbas Kiarostami me ha dejado con una sensación extraña. No diría decepción ni malestar, supongo que tiene que ver más con un sentimiento de sorpresa ante lo inocuo de la propuesta. Como el plano final de William Shimell, orinando mientras trata de expresar algún tipo de duda sobre si finalmente tomará el tren o permanecerá un poco más al lado de esa atractiva mujer con la que ha paseado todo el día. Llegados a este punto, poco importa la decisión que tome. O como el trayecto en coche hasta Lucignano, el peor que el director iraní ha filmado en su vida, pálida imitación de los maravillosos deambulares que encontramos en tantas de sus películas.
¿Cómo representar la crisis de la pareja? No basta con ese encuentro forzado con las tres parejas (los recién casados, el matrimonio maduro y los dos ancianos), como tampoco es suficiente hacer pasar en segundo término varios cochecitos empujados por sus jóvenes madres cuando los dos protagonistas hablan de la paternidad y expresan puntos de vista diferentes. Si fuera posible un análisis de la cultura prototípica de nuestros días; si el predominio absoluto de la economía no se burlara de todo intento de explicar las situaciones partiendo de la vida anímica de sus víctimas y los propios expertos y psicólogos no hubieran jurado desde hace tiempo fidelidad a dichas situaciones, tal investigación pondría de manifiesto que la enfermedad actual consiste precisamente en la normalidad.
Desconozco las intenciones con las que aborda Kiarostami su próximo largometraje: «The End», con protagonista y localización Japonesas, pero agradeceré que continúe su singladura por el mismo camino e intención con el que llegó a la Toscana. Los que tachen de su lista de intocables al director de ¿Dónde está la casa de mi amigo? tendrán sus razones, pero yo entre un visionado y otro de «Copia certificada» subrayo su nombre. He disfrutado y disfrutaré una retrospectiva de su obra, pero las posibilidades que destapa en su última propuesta combinando de manera diferente los ingredientes cotidianos de su ficción se me antoja arto interesante. No ha cambiado ni de género ni de lenguaje, pero sí se han visto alterados ante una perspectiva mucho más horizontal (exploración de sentimientos) que vertical (agonia existencial).
Podría Kiarostami haber pedido prestada la Vesta que utilizó Wyler en italia o una más cercana a Moretti, pero rechaza la experiencia sensorial y el monólogo interior dejando lugar a la palabra hablada, al diálogo por encima de todo. Y desaprovecha deliberadamente los paisajes y sabores de la Toscana encerrando a los personajes entre callejuelas y paredes casi todo el metraje. Tan sólo los espejos y cristales van a ser escapatoria tanto de los personajes como de los espectadores, donde podrán verse reflejados y sentirse copia o por donde podrán ver lo que ya han sido, son o serán, sin sentirse complacidos nunca.
De todas las interpretaciones posibles ante la ambiguedad que esta película presenta me quedo con la más sencilla. Es un juego encarnado por el personaje de Juliet Binoche que te provoca (le da su teléfono al escritor), te lleva a su terreno (le invita a su tienda, un lugar aislado del entorno) y se entrega en todas sus formas (opinión, llanto y cama). Un juego de simulación en el que por medio de la comunicación verbal o no, condensa temáticamente en menos de hora y media lo que a otros directores (Bergman, Allen) les ha costado décadas.
Kiarostami ha sido consciente y ha representado las reacciones, de la crítica más estricta y de la mas abierta, en el diálogo en el restaurante en el que Él se queja del vino y se pregunta qué narices está haciendo allí y en el que Ella replica: pues no está tan mal.
Entré al universo AK (Abbas Kiarostami) invitado por las declaraciones del AK original (Akira Kurosawa) en las que no podía explicar por qué el cine del iraní le resultaba una experiencia maravillosa y quiero seguir visitando éste universo miestras no pueda explicar de manera conviencente por qué el cine de Kiarostami me resulta una experiencia maravillosa.
Hola Samuel,
Gracias por tu interesante aportación. Reconozco que no acabo de entender algunas cosas de tu comentario…¿Por qué la “exploración de sentimientos” es “horizontal” y la “agonía existencial” es “vertical”? si lo pudieses explicar un poco más…
No estoy de acuerdo con que Kiarostami rechace la experiencia sensorial en este filme…quizás no se centre en los bellos paisajes naturales, pero tú mismo pones un buen ejemplo de la atención que le presta el iraní a los objetos creados por el hombre al referirte a la secuencia del restaurante y el vino…La película está llena de discusiones estéticas (pintura, escultura… las copias, como no…) y el juicio estético pasa inevitablemente por los sentidos…No creo que desaproveche los paisajes ni los sabores, filmar esta historia en Italia no puede ser casual.
Convendremos en que ésta no es precisamente la primera película de Kiarostami. Llegar a este punto, lo que pueda “condensar temáticamente” (tanto si es mucho como si es poco) también le ha costado décadas conseguirlo. No acabo de ver la comparación con Bergman, por otro lado…
Un saludo