Lejos del mundanal ruido
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La novela gráfica Tamara Drewe (Posy Simmonds, 2007) comienza así con un claro homenaje a la novela en la cual se inspira, Lejos del mundanal ruido (Thomas Hardy, 1874), llevada al cine espléndidamente por John Schlesinger en 1967. Pero esta nueva versión de Frears se inspira más en el espíritu transgresor de Posy Simmonds que en el romanticismo del autor inglés, el novelista y poeta Thomas Hardy.
Así, esta transcripción de Stephen Frears del cómic de Posy Simmonds (donde la historia y los personajes son prácticamente similares al tebeo, como si de una story-board se tratase), resulta de mayor calidad artística y humorística que su versión en papel. Recupera, a su vez, el aire folletinesco de la primera edición de la novela de Hardy, pero es una vuelta de tuerca a la obra original. Y es que los tiempos han cambiado, y el espíritu romántico de Hardy es suplantado, tanto en el cómic como en la cinta de Frears, por la sátira de las costumbres tradicionales, al más puro estilo del humor inglés actual.
Siguiendo esta estela del actual british humour, de Un funeral de muerte (Frank Oz, 2007) o de Una familia con clase (Stephan Elliott, 2008), Frears satiriza en esta comedia de humor negro, iconoclasta y sin tapujos, los tópicos románticos de la visión idílica campestre, donde ningún personaje es ni perfecto ni plano, y donde todos viven su patética existencia de la mejor manera que saben y pueden. Así, Stephen Frears vuelve a la comedia, género con el que nos ha regalado estupendas historias, como Café Irlandés (1993) o La camioneta (1996), y donde está más cómodo para criticar las tradiciones más férreas y vetustas inglesas y expresar su inconformismo social.
Por todo ello, esta película, a pesar de su aire liviano, es una crítica hacia todas las ideas románticas sobre la supuesta mala vida irremediable que deben padecer los escritores, y sobre la falsa idealización del campo, ya que en la campiña inglesa nada es lo que parece: la vida es dura y difícil, la gente chismorrea y los escritores viven un retiro sosegado y nada maldito. En Ewedown coexisten los anfitriones de este alojamiento rural atípico, Nicholas y Beth Hardiment. Nicholas es un escritor de éxito, egocéntrico e infiel —el cual protagonizará una de los más desternillantes sketchs de humor negro de la película, que ya estaba tímidamente presente en el tebeo, pero que Frears, recargando aún más las tintas del original, nos ofrece una escena realmente divertida—, y ella, Beth, una mujer fuerte pero condescendiente, la que lleva todo el trabajo de la pensión. Por otro lado, sus invitados, unos escritores en plena crisis creativa. Junto a ellos, en esta comedia coral, intervienen también unas adolescentes problemáticas que complicarán aún más la trama y, entre todos ellos, destaca el personaje principal, Tamara Drewe: una suerte de Sabrina (Billy Wilder, 1954), que emigró a la ciudad como patito feo, pero vuelve guapa, lista y con el desparpajo de una chica joven de la ciudad, que pronto desatará la envidia y los celos entre las mujeres, y la atracción entre los hombres. Primero se lía con un rockero trasnochado, joven y triunfador, guiada por la pasión; luego con el que representa los ajustes con el pasado, para terminar con su amor de juventud: se entienden, se quieren y se conocen. No hay una pasión deslumbrante, pero están todos los ingredientes necesarios para llevar un matrimonio feliz.
Y es aquí donde vemos los paralelismos entre esta película y las novelas de Thomas Hardy —adaptado también al cine en Jude el oscuro (1896), por Michael Winterbottom en el año 1996 y Tess (1891), por Roman Polanski en 1979 — y su adaptación cinematográfica de John Schlesinger (1967). En esta cinta de Schlesinger ,una preciosa Julie Christie también debe elegir entre la pasión, el confort o el amor sereno, y ambas toman esta decisión final, no sin antes vivir las demás opciones…Hay quien ve en esta decisión final pesimismo y resignación. Pues bien, a pesar de este cierto determinismo y pragmatismo que componen las novelas de Hardy y que dejan un poso de melancolía en el lector (y en el espectador de sus fieles adaptaciones comentadas antes), nos desconcierta también con su tremendo romanticismo (en el sentido decimonónico del término, esto es, exaltación del amor y de la naturaleza) y alcanzamos una mezcla tal entre tristeza, nostalgia y lucidez, que nos liberamos del aparente pesimismo total, e intentamos, como sus personajes, encontrar el sentido y la felicidad a lo que la vida nos va deparando, y no pretender que nuestros sueños de juventud y la pasión desenfrenada acaparen nuestra vida. Esto puede parecer amargo, pero en eso consiste crecer, en la aceptación de la vida tal como es. Por todo ello, y en este punto feminista, ambas versiones de la misma historia entroncan en la decisión clásica que toda fémina se plantea alguna vez en su vida: entre el matrimonio correcto y el pasional —aunque esta decisión no es exclusiva del sexo femenino, y en la excepcional Two Lovers (James Gray, 2010) vemos también a un Joaquin Phoenix poseído por esta cuita atemporal entre la mujer que desea y la que necesita—. No en vano, y siguiendo la biografía de Hardy, él también se decantó por el amor sosegado de su mujer (y regresó a la campiña donde nació) después de vivir un amor apasionado con su prima (retazo de su vida que se refleja en su novela Jude).
Para concluir, y volviendo a Tamara Drewe, la Tamara Drewe de Frears, es más bien una comedia de enredo con happy-end y no ya tanto un cuento romántico típico de Thomas Hardy. Cuenta con dos historias de amor bellas y puras, la de la recuperación del amor de juventud entre Tamara y Andy, y el amor maduro entre Beth y el escritor-profesor (un enamorado de la obra de Hardy que prepara un ensayo sobre él —anécdota que conforma la más clara alusión y devoción que le declara el director al autor de la novela original de esta historia—). Compone así, una sátira sobre el amor, el falso idealismo de la gente de la ciudad hacia la del campo y, sobre todo, el paso a la serenidad de la protagonista a través de las cuatro estaciones del año: la historia empieza en verano (la adolescencia y la pasión), pasando por el otoño y el invierno (las decepciones), para acabar en la primavera, donde, tras pasar por un largo invierno, renace con fuerzas para comenzar el otoño, la madurez de su vida.