Intocable

Honesta frivolidad

En una sociedad donde somos, hace ya tiempo, más consumidores que ciudadanos y donde todo parece que debe ser medido por sus resultados (casi siempre con base en lo económico), el debate sobre una gran parte del cine que se hace hoy es el debate sobre qué persigue y a quién se dirige. Fenómenos como el de Intocable, que en pocos meses se ha convertido en uno de los hitos comerciales del cine francés de todos los tiempos, y que trata con obvia superficialidad un tema tan socialmente sensible como el de la discapacidad, aviva y encona ese mismo debate.

Casi no merece la pena resaltar que el discapacitado que nos presenta el filme —un millonario que se quedó tetrapléjico tras un accidente de parapente— es un discapacitado no representativo, con servicios que la mayoría no tienen y con comodidades que convierten los obstáculos en menos penosos que para los demás; quizá sea más útil llamar la atención sobre que, además de estos matices intrínsecos al personaje, el guión se ocupa muy mucho de pasar de puntillas por detalles que sí le afectan como a cualquier otro discapacitado (a la hora de atender todas las necesidades primarias, sobre todo), pero que no conviene sugerir para no alterar el tono límpido, amable y digerible del relato.

No se puede decir que la película no quiere tratar sobre el tema de la discapacidad, porque no se puede hacer una película en la que el protagonista es un discapacitado sin hablar de la discapacidad, aunque sea por omisión. Pero es que además, en este caso, la cuestión es nuclear, puesto que el centro cómico-dramático de Intocable es, precisamente, el abismo que separa (y que luego parece no ser tal) al millonario tetrapléjico del inmigrante marginal al que contrata como cuidador. El filme es casi provocador, pues se podría decir que trata con la misma banalidad los temas de la inmigración y de la marginalidad social que el de la discapacidad. El peor defecto de Intocable, sin duda, es que se muestra como un filme profundamente frívolo.

Si aceptáramos lo inaceptable —que es la historia de dos seres condenados a repelerse que acaban teniendo una intensa complicidad, y que importa poco la naturaleza de cada uno de ellos— después tendríamos que aceptar, bajo otra perspectiva, que esa historia, la de ese inesperado encuentro, constituye un relato inédito o innovador, lo cual es también manifiestamente inaceptable. No hay, por tanto, nada interesante en el planteamiento argumental de Intocable. Y, a pesar de todo esto, la película no provoca la cruda antipatía que estaba condenada a generar.

Esa sensación nos traslada a una posible segunda parte del debate, y es que una película es algo que trasciende la calidad de su guión y hasta la pericia de de su director, es un todo que inesperadamente encuentra en algún remoto lugar de su construcción un asidero que frena su innata tendencia al desastre. No cabe duda de que en esta ocasión uno de esos pilares fundamentales es la extraña química entre los dos actores, el menudo y muy francés François Cluzet y el fornido negro Omar Sy (Premio César al Mejor actor); además, Cluzet logra hacernos olvidar que representa a un discapacitado privilegiado, y transmite —con el rostro como única herramienta de trabajo— una empática mezcla de fragilidad, ternura, fortaleza y frustración que convierte cada intercambio de miradas entre ambos en un pequeño micromundo, de esos micromundos que van componiendo una verdadera amistad.

También el ambiente musical de la película contribuye a crear un clima subyugante, fusionando una selección de canciones empleadas con rigor y una banda sonora original de Ludovico Einaudi extraordinariamente expresiva. Así, el marco emocional del filme, de principio a fin —y no coyunturalmente, es importante destacarlo— nos coloca en un contexto emocional donde los problemas individuales (la marginalidad o la discapacidad) no tienen por qué convertirse en un obstáculo para disfrutar de los pequeños retazos de felicidad que la vida pone ante nosotros, en forma de amistad inesperada o de pequeños placeres ante los que no conviene resistirse.

La ausencia de impostura, la honestidad en los planteamientos y la destreza en algunos aspectos técnicos como los indicados, salvan a Intocable de ser un filme completamente reprochable, aunque no logran convertirlo en nada mejor que una película aparentemente pensada para ganar dinero seduciendo al espectador, a costa de hacerle pensar durante un rato que, a pesar de que todo vaya mal, de vez en cuando y si tienes mucha suerte (y bastante dinero), la vida puede ser maravillosa.