Artefactos en el lejano Oeste
Estuve entre los afortunados que disfrutamos en el estreno de Delicatessen (íd., M. Caro, J.P. Jeunet, 1991). Una auténtica rareza en su tiempo, luego imitada por el propio Jeunet y por otros autores, Delicatessen era un cuento cruel, extremadamente divertido, que aunaba la ternura y el humor negro y transcurría en un microuniverso distópico. Estuve también entre los afectados por el síndrome Amélie (Le fabuleux destin d’Amélie Poulain, 2001), no tanto como acérrimo fan infectado sino como resistente que tuvo que sufrir las alabanzas e imitaciones de tal obra. Amélie era cursi y empalagosa, y se desarrollaba como un juego cuyo objetivo final era harto difuso en medio de una blandura desconcertante. Ambas, sin embargo, son las dos caras de Jeunet siendo Amélie, en su blancura, el lado oscuro del autor.
Porque Jeunet es un autor cuyos trazos se esfuerza en dejar patentes en sus obras. Son historias en un tono de fábula que alcanza incluso Un largo domingo de noviazgo (Un long dimanche de finançailles, J.P. Jeunet, 2004), melodrama bélico dónde Jeunet da lo mejor de sí. En todas ellas se otorga un tono poético a pequeñas historias, historias mínimas de hecho, que envuelve con un espectacular diseño de producción, un montaje muy ágil y más de un macguffin. Sus personajes, a menudo contemplados con primeros planos de sus muecas, tienen tendencia a la enumeración, a la colección, al listado de actividades u objetos favoritos. Alguien podría, por ello, tener la intención de relacionarle con Wes Anderson. Sin embargo sería tan erróneo como relacionarle con otro director con afán enciclopédico como Peter Greenaway. Para ambos la presentación temática o alfabética de objetos, motivos o personajes se integra en el argumento y la construcción de sus obras. En el caso de Jeunet, más allá dela descripción somera de los protagonistas, se asemeja más a un tic estético, gracioso, peculiar, pero que no siempre obtiene buenos resultados. Su cine está más próximo al comic o al cine mudo (con frecuentes referencias a Chaplin) pero, desafortunadamente, crea situaciones o describe personajes que se limitan a la pura anécdota, sin que desarrollen la trama ni profundice en ellos.
Para lo bueno y para lo malo este T.S. Spivet se sitúa a medio camino de Delicatessen y de Amélie. Menos histérica que la segunda, menos brillante que la primera. Sigue, con relativamente pocas digresiones, de modo muy lineal para lo que Jeunet nos tiene acostumbrados, la historia del personaje del título, un niño de 10 años de gran capacidad intelectual que habita un rancho en las Montañas Rocosas y que inventa un mecanismo de movimiento continuo, motivo por el cual se fuga a presentarlo al Smithsonian Institute en Washington DC. La cinta se estructura en tres partes claramente definidas, la presentación de T.S. en su entorno, su odisea a bordo de trenes y camiones hacia la capital y su experiencia en DC con una conclusión inesperada y apresurada. Jeunet dota de entidad propia a las tres partes, siendo la primera la más característica de su estilo, abundante en juegos e inventos extraños. En ella, con colores propios de Winslow Homer o, incluso, de Edward Hopper, recrea la América Feliz, situándonos en una época indeterminada, como buscaba en las distópicas Delicatessen y La ciudad de los niños perdidos (La cité des enfants perdus, M. Caro, J.P. Jeunet, 1995) o en el refugio lleno de reciclados de la simpática Micmacs (Mic-macs a tire larigot, J.P. Jeunet, 2009) . En esta parte también, abundan las listas de actividades, de preferencias, de T.S. y su familia, así como una serie de sucesivas anécdotas ilustradas y salpimentadas con diversos datos geográficos o físicos. De manera sutil, casi con sordina y en off visual, se cuenta también cómo T.S. se siente segundo en la preferencia de su padre hacia su hermano gemelo, menos brillante pero más integrado en el ambiente de Oeste y cómo este hermano fallece en un accidente nunca totalmente aclarado. Es en esta primera parte, con su alternancia de planos generales de la granja, de los escenarios naturales agitados por el viento, con sus luces y sus sombras, dónde Jeunet brilla especialmente, desgranando los juegos, las aficiones y los méritos de T.S. En la segunda parte, su particular éxodo, la cinta se relaja un tanto peligrosamente y queda a merced de las pequeñas anécdotas sucedidas mientras T.S. evita ser atrapado por la policía. De más a menos, la tercera parte cae en el vacío. La máquina de movimiento perpetuo es, evidentemente, un macguffin, y ni el guion ni la pauta marcada por Jeunet están a al altura para mantener el interés de una historia que se cierra, de modo tan apresurado como incoherente en lo que respecta a ciertos personajes y con una oda a la estabilidad familiar. La cinta se cierra, irónicamente, con la llegada de una nueva tostadora a la colección familiar de tostadoras inutilizadas. Algo así como los artefactos del director que, tras una limitada vida útil, deben ser dejados de lado y contemplados a distancia, con el aprecio que se mantiene por aquello que, en algún momento pasado, nos trajo alegrías.