Dos días, una noche

Dos días, una noche

Vuelven los hermanos Dardenne con la intención de agitar, una vez más, la conciencia social de la maltrecha Europa con esta nueva Dos días, una noche (Deux jours, une nuit, 2014), quizás la película más militante desde el plano político que hayan rodado. Consecuencia de su tiempo, la película nos trae la historia de Sandra, una joven que, a lo largo de un fin de semana, debe convencer a sus compañeros de trabajo para que renuncien a una prima económica, a cambio de que ella mantenga su trabajo en la empresa. Mediante el cuestionamiento de la solidaridad laboral, los Dardenne vuelven a situar a sus personajes en un situación coyuntural, ya que todos, desde Sandra, pasando por los catorce compañeros hasta los jefes de la empresa, deberán definir su postura y dar forma a sus principios, una trama similar a aquella película de Laurent Cantet, Recursos humanos (Ressources humaines, 1999), donde la explotación por parte de los patronos dejaba al desnudo la desunión y el desamparo del colectivo de los trabajadores. Dos días, una noche comparte con aquella su interés en mostrar no sólo la degradación social y moral a la que se sigue exponiendo al trabajador, sino también la soledad con la que debe afrontar los conflictos laborales.

A pesar de ser una película con un esquema muy definido y, en cierto modo, previsible —la serialización de las visitas de Sandra, la lógica espera por parte del espectador de la votación final—, los hermanos Dardenne saben mantener la narración de una manera intensa y emocional, jugando con pocos elementos y evitando subrayados innecesarios. Algo que ya consiguieron hacer en películas suyas anteriores, de corte similar: cintas despojadas de tropos narrativos superfluos y donde la premisa principal activa un conflicto moral constante en la mente de los personajes. Sin llegar a la desnudez narrativa que atesoraba Rosetta (íd., 1999), donde desconocíamos las motivaciones de la joven para actuar de la manera que lo hacía, aquí la angustia que vive Sandra está bien definida, conocemos sus causas, incluso están puntuadas en el retrato un tanto histriónico que se hace de su depresión. El planteamiento argumental les servirá a los Dardenne para mostrar, casi de manera episódica y en un breve espacio de tiempo, las condiciones de pobreza laboral que asolan el tejido social europeo actual, en primer plano y cámara al hombro —aquí con menos nervio e intensidad que en otras cintas, si recordamos por ejemplo la citada Rosetta, también filmada por el cámara Alain Marcoen. También es un acierto cómo plantean el conflicto los Dardenne: al ser dibujado como una lucha fratricida entre trabajadores de la clase baja, los verdaderos responsables de dicho conflicto quedan aislados o reducidos a una mera imagen elíptica. De esta forma, se retrata la impunidad de los patrones, nombres sin rostro (excepto al final) que provocan esta lucha entre iguales, y en la que los verdaderos culpables de la situación salen indemnes desde el inicio.

Dos días, una noche

Dentro del vía crucis que debe afrontar el personaje de Marion Cotillard, algunos encuentros quedan más logrados que otros. Quizás resultan más brillantes aquellos en los que la dialéctica entre trabajadores está más presente, donde las diferencias que se exponen desnudan la soledad de estos, algunos incapaces de rechazar la prima por falta de recursos, otros parapetados detrás de un discurso intoxicado por la verborrea de la clase superior. Salvando alguna situación un tanto exagerada o intrascendente (la pelea entre compañeros, o esas canciones que intentan dibujar estados de ánimo y que quedan como meras anécdotas), la suma de todas estas estaciones de penitencia que realiza Sandra queda como un microscópico ejemplo de la precariedad laboral que está minando la vida de la clase media y baja en Europa; trabajadores arrinconados, obligados a pensar de manera individual e incapaces de mirar por la solidaridad con el compañero.

El giro final que dan los Dardenne parece querer terminar de mostrar a Sandra como una especie de héroe de la clase trabajadora moderna, que no sólo lucha por su legítimo objetivo, sino que también renuncia a ser partícipe de la explotación laboral de la que hacen uso los patrones. Una decisión final que hará su personaje más justo e insobornable, y que quizás deje un hálito de optimismo al cierre del filme, como si los Dardenne buscasen ahondar aún más en la nobleza y los principios inquebrantables de Sandra, una Marion Cotillard brillante en su interpretación, aunque resulte algo exagerada su caracterización física como chica desgarbada y con problemas depresivos.